El mismo amor, la misma lluvia
âEl mismo amor, la misma lluviaâ
Perdón a todos los que son más jóvenes, pero este viernes va dedicado a aquellos amigos de más de treinta años...o cuarenta.
Hace un tiempo atrás volvà a ver la inolvidable pelÃcula argentina del premiado director Juan José Campanella titulada âEl mismo amor, la misma lluviaâ (interpretada por Ricardo DarÃn y Soledad Villamil) donde una pareja se vuelve a ver luego de dos décadas y la frase que más recuerdo aparece casi al final de la pelÃcula, cuando luego del re encuentro ella le confiesa, totalmente empapada: âEn finâ¦es que la lluvia ya no cae como antesâ. En realidad era la misma lluvia de siempre, lo que habÃa cambiado era su percepción, esa misma lluvia que hace años despertaba su costado romántico, ahora le producÃa sentimientos totalmente diferentes, porque la vida la habÃa cambiado.
Hoy viernes, también llueve copiosamente sobre Orange y pensaba en algo parecido, recordando a aquel niño que miraba repiquetear las gotas de lluvia en la ventana de la casa de mis viejos. En esa misma casa tomé el más sabroso café con leche que jamás probé, con unos enormes panes con manteca y dulce de leche, luego que mamá tocara mi hombro y susurrara cada mañana al lado de mi cama: âDantecitoâ¦arriba!â
Como suele decir Andrés Miranda, un respetado colega y periodista: âHay dÃas que quieres meterte de nuevo en la foto, cuando éramos unidos y estábamos juntos. Cuando a nadie se le ocurrÃan las distancias y pensábamos que siempre serÃamos pequeños, que nadie se iba a morir y que una casa bastaba para todos. Haciendo un dibujo lleno de amor para el dÃa de la madre, pensando que le harÃas miles, uno cada año o cada mesâ¦y solo fueron dos o tres. Los dÃas sin heridas, sin temores, cuando se cerraba la puerta después que entraba el último, cuando ni en sueños pensabas faltar a un cumpleaños y ahora no puedes ir a ninguno.â
En casa habÃa montones de libros, de toda clase de autores y géneros y especialmente en los dÃas de lluvia, donde la televisión se veÃa llena de llovizna a causa del viento que azotaba la antena, aprendà a leer con voracidad, con placer, con ganas y hasta con cierto desorden, imaginando que yo era parte de aquellas asombrosas historias. PodÃa pasarme una tarde entera a bordo del enorme navÃo de Sandokán, navegando en un pequeño bote sobre el Mississippi junto a Tom Sawyer o sentado junto a la chimenea de la vieja cabaña del TÃo Tom. En casa no solo habÃa una biblioteca repleta de libros, sino que además si el dÃa era muy lluvioso, quizá mamá hasta me dejaba volver a leer la vieja colección de revistas Billiken (todas recortadas por mis hermanos para sus tareas escolares) que ella atesoraba en lo más alto del placard, amarradas prolijamente con un hilo que antes habÃa servido para atar alguna caja de pizza. âSi lees mucho, nunca tendrás faltas de ortografÃa â me aconsejaba mamá hasta el hartazgo- además, tu manera de hablar va a ir cambiando, tu lenguaje va a ser muy nutrido, hijoâ. Y aunque por aquel entonces tartamudeaba bastante, decidà pensar que mamá tenÃa razón y que no pararÃa de leer por el resto de mi vida; asà que me dispuse a devorar todo lo que se podÃa leer en casa: libros, historietas y hasta los viejos periódicos que envolvÃan las papas.
En esos mismos dÃas y luego de almorzar, veÃamos pelÃculas en blanco y negro en uno de los únicos cuatro canales que podÃamos ver. No habÃa canal de dibujos animados y ni siquiera soñábamos con una videocasetera (que llegarÃa muchos años más tarde a la casa de algún potentado del barrio, pero nunca a la nuestra) aun asÃ, era inmensamente feliz de compartir con mis viejos una pelÃcula de Luis Sandrini, Ninà Marshall, Cantinflas y si Dios era providente, hasta habÃa posibilidad que pasaran alguna de Laurel y Hardy o Abbott y Costello, y entonces nos desternillábamos de la risa, junto a un destartalado calentador que fungÃa como estufa. âLos sábados de súper acciónâ eran los dÃas del Far West y el televisor le pertenecÃa exclusivamente a mi papá. Con el supe quién era John Wayne, Gary Cooper, Kirk Douglas, Burt Lancaster o Gregory Peck; con tan solo siete u ocho años de edad, yo podÃa enumerarlos a todos y reconocer a cada uno. âMirá, Están dando una de Robert Mitchum, que trabaja muy bien!â, me decÃa el viejo, como si fuese un eximio crÃtico del buen cine. Y aunque yo no entendÃa casi nada del argumento, nada se comparaba a tirar una almohada en el suelo y esperar la parte de los disparos o la pelea en el âsaloonâ , mientras la lluvia no cesaba de caer sobre las chapas de la habitación del fondo, que era donde más se sentÃa y se disfrutaba. Si el piso estaba muy frÃo (por aquel entonces ni sabÃamos lo que era una alfombra) solÃa sentarme a la mesa con un cuaderno, un lápiz y no parar de dibujar hasta terminar mi propia historieta; âRocko y Melâ se llamó mi ópera prima, y mostraba las desventuras de dos marcianos perdidos en la tierra.
Mamá preparaba unas tortas fritas de harina deliciosas, llenas de azúcar y cantidades industriales de grasa, pero en aquellos dÃas nadie pensaba en la dieta o que existÃan comidas que podÃan hacernos engordar. Y de haberlo sabido, no creo que nos hubiese importado, comÃamos hasta que se nos fueran las ganas, tantas como pudiéramos: âDale, comé que estoy friendo másâ âinvitaba mamá.
Eran dÃas tranquilos, de marea baja.Â
Yo no era âDante Gebelâ ni âEl Pastor de los jóvenesâ, era simplemente âEl Dantecitoâ, un niño delgaducho, callado y mi único sueño era vivir aquel dÃa, cortito y lluvioso, con olor a tortas fritas, pelÃculas en blanco y negro y mi pila de libros desparramados sobre la cama. Ni se me hubiese cruzado por la cabeza que algunos de mis hermanos algún dÃa iban a morir, o que alguna vez subirÃa a un avión y me irÃa a vivir a la otra punta del mundo o que años más tarde, a alguien le podÃa llegar a interesar escucharme.Â
Este Diciembre pasado regresé a aquella casa para estar un rato con mis viejos. El barrio en el que crecimos está envejeciendo. La antigua panaderÃa tiene un cartel que se vende. El almacén de la esquina ya no existe, tampoco la casa. Los niños crecieron y emigraron. La mayorÃa de los vecinos, son viejos solos. Los que fueron novios de la secundaria están divorciados. Los muchachotes que jugaban con la pelota, han muerto o también están ancianos. Me hizo acordar a una canción de Diego Torres que dice: âPueblo mÃo, que estas en la colina, tendido como un viejo que se muere; la pena, el abandono, son tu triste compañÃa. Pueblo mÃo te dejo sin alegrÃa. Ya mis amigos, se fueron casi todos y los otros partirán después que yo. Lo siento porque amaba, su agradable compañÃa, mas es mi vida tengo que marcharâ
Hubiese querido saludar a los rostros familiares, acariciar a los perros conocidos, comprar pan calentito en la vieja panaderÃa, o jugar en una calle llena de niños. Pero no pude. Hubiese querido darle nuevas fuerzas a mis cansados padres, o una nueva memoria a la vieja, para poder hablar de muchas cosas que ya no recuerda o le pedirÃa que vuelva a resolver esos crucigramas que ella sola podÃa hacer, en cuestión de minutos. CambiarÃa su andar lento por pasos firmes. HarÃa que recuerden todo lo que olvidaron de mi niñez y que ya no me pueden contar. Ni siquiera saben dónde quedaron todas aquellas fotos que les costó años mandar a revelar, asà que, tampoco logramos encontrar alguna de cuando yo era un niñito.Â
Aun asà y con todo aquello que ya no puedo cambiar, 38 años después y al otro lado del mundo y en otra casa junto a enormes montañas, vuelve a llover sobre mi ventana y pienso que efectivamente como dijo el personaje de Soledad Villamil: "La lluvia ya no cae como antes".
Pienso que ya no tengo cuentas pendientes con mi pasado. Fue bueno haber vivido en aquel hogar, mucho antes que me enamorara por primera vez, y muchÃsimo antes que Dios me pusiera de pie frente a una multitud.
Si ahora mismo estás mirando por el cristal empañado de la ventana del tiempo aquellas cosas que ocurrÃan allá lejos y hace tiempo, recuerda que a tu historia aún le falta el mejor capÃtulo. A tu concierto le espera la mejor canción. Un gran compositor guarda su obra maestra para el final. Aunque no lo creas, cada segundo de vida común es un paso dado. Cada aliento es una página que das vuelta. Cada dÃa es una milla registrada. Estás más cerca de tu amor de lo que piensas y Dios va a regalarte que envejezcas junto a tu gran amig@ del alma, para charlar durante larguÃsimas horas junto a una chimenea, mientras implorarás que siga lloviendo durante toda la noche. Porque pensándolo bien, y después de todo, siempre será el mismo amorâ¦y la misma lluvia.
« El mensaje de los viernes por Dante Gebel - Noviazgo y Amor
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