Diario de un aprendiz

Dante Gebel popularizó un mensaje de amor y noviazgo todos los viernes en su popular cuenta de facebook.

Este viernes quise distenderme un poco y hablar del amor pero de una manera un poquito menos romántica, aunque con muchos sentimientos en términos de la vida misma. Estoy seguro que lo vas a disfrutar tanto como yo al escribirlo.

DIARIO DE UN APRENDIZ

A los 5 años, aprendí que a un gran perro, aunque sea tuyo, nunca hay que quitarle la comida de la boca (aún conservo la cicatriz en mi frente).
A esa misma edad, aprendí a que debes vencer la vergüenza de pedir permiso para ir al baño, o la vergüenza podría ser aún peor.
A los 6, aprendí con dolor, que aquel amor no solo era imposible sino que estaba condenado al fracaso, ya que mi maestra me llevaba unos 40 años, solo me veía como a un niño y me engañaba con otros 24 compañeritos de mi propia clase.
A los 7 aprendí que si bien Dios había sanado a mi madre, aun así ella podía morirse de tristeza de un momento a otro, si es que yo no me portaba bien.
A los 8, aprendí que mi maestra sólo me preguntaba cuando yo no sabía la respuesta.
A los 9, aprendí que la mejor manera de conquistar el corazón de una nena de la clase (que además me permitía copiarme de su examen) no era tirándole el cabello, pellizcándola o arrojándole piedras en el patio.
A los 10, aprendí que si tenía problemas en la escuela, los tendría más grandes en mi casa.
A los 11, aprendí que nunca podría llevarme bien con mi hermano y nunca seríamos amigos, aunque algún día ambos nos hiciéramos adultos.
A los 14, aprendí que nunca sería el mejor alumno de la secundaria, pero si podía ser muy popular dibujando a todos los profesores, incluyendo al director.
A los 15, aprendí que no debía descargar mis frustraciones levantándole la voz a mi madre, porque mi padre tenía frustraciones mayores, y la mano más pesada.
También a los 15, aprendí que me arrepentiría por el resto de mi vida por aquella decisión que decidí no tomar y ese riesgo que decidí no correr.
A los 16, aprendí que jamás iba a dedicarme a trabajar de aquello que había estudiado, tal como querían mis padres (Técnico electrónico!)
Fue a esa misma edad, cuando aprendí que si trabajas en una carpintería junto a tu padre, nunca debes distraerte, porque podrías perder dos de tus dedos.
A los 17, aprendí que podía comprar mi propia libertad y ganarme la vida usando los talentos que Dios me había regalado.
A los 19, aprendí que los grandes problemas siempre empiezan siendo pequeños y que estar enamorado del amor, no significaba necesariamente estar enamorado.
En ese año también aprendí que era mejor arrepentirse frente al altar (y ocasionar un escándalo) antes que fuese demasiado tarde.
A los 21, aprendí que si no luchas por quien realmente amas, alguien más lo hará y podría quitarte lo que más quieres.
A los 25, aprendí que si le creía a Dios como un niño, mi vida ya no tendría límites.
Y fue en ese mismo año, cuando también aprendí a que no debía escuchar a los adultos que alegaban conocer a Dios y lo que Él quería.
A los 30 aprendí que aún no había experimentado lo mejor de mi vida y por alguna razón lo que estaba por delante sería mucho más asombroso.

Pero ahora que lo pienso bien, fue después de los 40, cuando más aprendí.
Aprendí que por no confrontar a tiempo y decir las cosas en tiempo real, luego te puede costar muchísimo tiempo, energía, dinero y hasta parte de tu salud, el quitarte a alguien tóxico de tu entorno.
Aprendí a desarrollar la capacidad de eliminar a ese tipo de gente de mi universo para no tener resentimientos o cuentas pendientes; simplemente es como si jamás hubiesen existido; en cuestión de días hasta me cuesta recordar sus nombres.
Aprendí que no se cometen muchos errores con la boca cerrada.
Aprendí que no tienes que quedarte ni un solo minuto más en un lugar en donde no te respetan y te quieren controlar o decir lo que tienes que hacer o decir; y no importa si muchos otros deciden quedarse (la frase: “Come estiércol, millones de moscas no pueden estar equivocadas”, jamás aplicó en mi vida).
Aprendí que siempre que estoy viajando, quisiera estar en casa.
Aprendí que nunca me gustarán los aviones.
Aprendí que no importa cuán cómodo pueda viajar o en qué aerolínea; de igual modo nunca me gustará viajar y estar lejos de casa.
Aprendí que puedo estar hospedado en un lujoso hotel frente al Caribe, pero no lo disfrutaré si mis niños no están allí conmigo.
Aprendí que si estás llevando una vida sin fracasos, no estás corriendo los suficientes riesgos.
Aprendí a honrar a aquellos que realmente me apoyaron en los inicios y a mencionar un poco menos a aquellos que se acercaron más tarde.
Que puedo hacer que alguien sea más feliz con sólo regalarle una sonrisa o preguntándole como ha pasado el día.
Que un buen Pastor nunca te abandona (por esa misma razón le hice la promesa a los míos, que aunque no soy un Padre y un líder perfecto, siempre estaré aquí).
Que algunos quieren correr a mi lado y tan pronto se cansan, quieren que yo me siente a esperarlos.
Que no tengo que ir a donde no quiero estar, solo por cumplir o para que no piensen mal (regalarme el “NO”, fue lo mejor que pude haber hecho).
Que no tengo muchos amigos, pero los poquitos que tengo, son tesoros invaluables.
Que a un verdadero amigo del alma no es necesario buscarlo, aparecerá en tu vida y se meterá en tu corazón, justo cuando Dios sabía que lo estabas necesitando.
Que nadie puede comprarme con dinero, ya que soy un hombre rico, en todos los sentidos (La frase “Rico no es el que más tiene sino el que menos necesita” si aplica a mi vida)
Que cuando tienes el favor de Dios en tu vida, generas amor u odio, pero jamás indiferencia.
Que es razonable disfrutar del éxito, pero es mejor no confiar demasiado en él.
Que no puedo cambiar lo que pasó, pero si hacer que no se repita.
Que la mayoría de las cosas por las cuales me he preocupado toda la vida, nunca han sucedido.
Que todos conocen al personaje público, pero a muy poquitos les interesa conocerme en la intimidad y averiguar si realmente soy un buen hombre.
Que en lo posible nunca debo irme a la cama sin resolver una discusión.
Aprendí que envejecer es importante y mucho más extraordinario, porque ahora empiezo a contar con el capital de una juventud bien vivida.
Aprendí que algunos de los que se consideran tus mentores, estarán a tu lado siempre y cuando no representes una amenaza para ellos y mucho menos intentes superarlos.
Aprendí que aquello que no te animas a decir o hacer en determinada ocasión única, quizá la vida no te permita una segunda oportunidad.
Aprendí que nunca debes firmar contratos muy largos.
Que nunca tienes que abrirte del todo, con todos.
Que aquellos que me critican sin piedad, sonríen nerviosos y piden sacarse una foto conmigo cuando me ven personalmente (“La crítica es el homenaje que la envidia le hace al éxito”).
Que aquellos que hablan mucho del Reino, suelen ser los más egoístas y solo velan por su propio palacio.
Que es divertido contestarle a los religiosos como lo hacía Jesús y mucho más aún cuando ellos sin saberlo, trabajan para mí, promoviéndome.
Que cuando amas de verdad, te vuelves vulnerable y te muestras tal cual eres; pero aun así es un sentimiento maravilloso, que no cambiaría por ningún otro.
Que cuando te mantienes enamorado, brillas y te ves eternamente joven.
Que las llaves de ciertos sectores del corazón, son únicas y no admiten copias.
Que cuando abres tu corazón podrían lastimarte, pero aun así vale la pena el riesgo.
Que estoy dispuesto a esperar el resto de mi vida, por aquello que realmente vale la pena y con los años que tenga que invertir para lograrlo.
Que no importa lo que hagas para ganarte el cariño de quienes no te quieren, de igual modo, siempre hablarán mal de ti.
Que aunque seas un adulto, aún te puedes permitir llorar como un niñito, el día que tienes que dejar morir a la mascota de tus hijos.
Que a la mujer no hay que tratar de comprenderla, sino amarla.
Que cuando estoy muy abrumado, quisiera que llueva y estar dibujando o escribiendo en mi añorada casa junto al faro, en algún lugar del mundo en donde sea que quede ese sitio, si es que acaso existe.
Que disfruto escribir como escribo y hablar como hablo, porque unos pocos no entienden nada, la mayoría entiende algo, pero algunos otros que aprendieron a leerme entrelíneas, saben exactamente lo que quiero e intento decir con cada frase (adoro esa implícita complicidad).
Que Dios sigue creyendo en mi, como cuando yo tenía cinco años.
Que puedo bloquear de mi perfil a quienes llegan para arrojar su diarrea verbal o sus cargas de veneno, sin sentir la mínima culpa, pero si esa sensación única y fascinante de estar higienizando el patio de mi casa. 
Que no importa que tan mal me vaya, siempre podré tomar un papel, un lápiz, y volver a dibujar.
Que si me tuviera que morir mañana, he pagado mi derecho a vivir y que si llego a convertirme en un anciano, de algún modo también me lo habré ganado.
Pero por sobre todo, aprendí que aún a los 45 años, puedo seguir aprendiendo y ser un mejor hombre de lo que sido hasta ahora, lo cual no es poco para un tipo de mi edad.
Recuerda que no todos lo que han muerto, necesariamente han estado vivos. Después de todo, si pasas por la vida sin haber aprendido nada y sin haber amado, es como no haber vivido nunca.

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