Te dejaré que escojas
La promesa de Dios a través de las dos cruces
Allí Jesús fue clavado a la cruz, y a cada lado de él
un hombre también fue clavado a una cruz.
Juan 19.18 .
La prisión se ha estremecido, y las puertas de la prisión
se han abierto, pero a menos que salgamos de la celda
y caminemos adelante, hacia la luz de la libertad,
seguiremos estando cautivos.
Donald Bloesch
En el madero de la cruz el mundo fue salvo una vez y para siempre, y el que se pierde, se pierde porque quiere, porque no ha querido recibir al Salvador, porque ha vuelto a caer
y ha repetido la caída de Adán.
Conde Nicolás Ludwig von Zinzendorf
Conozco a Edwin Thomas, un maestro del escenario. Durante la segunda parte de los años 80, este hombre bajo de estatura y con una voz tremenda tenía muy pocos rivales. Después de debutar a los quince años en Richard III , rápidamente se ganó la fama como el mejor intérprete shakespereano. En Nueva York presentó Hamlet durante cien noches consecutivas. En Londres se ganó la aprobación de la ruda crítica británica. Cuando se trataba de tragedia en el escenario, Edwin Thomas estaba en un grupo muy selecto.
En materia de tragedia en la vida real, podría decirse lo mismo de él.
Edwin tenía dos hermanos, John y Junius. Ambos eran actores aunque nunca llegaron a su estatura. En 1863, los tres hermanos unieron su talento para hacer Julio César . El que John, hermano de Edwin hiciera el papel de Bruto fue un presagio misterioso de lo que esperaba a los hermanos -y a la nación- dos años más tarde.
Porque este John que hizo el papel del asesino de Julio César es el mismo John que cumplió el papel de asesino en el Teatro Ford. En una fría noche de abril de 1865, penetró subrepticiamente a un palco en el teatro de Washington y disparó un tiro a la cabeza de Abraham Lincoln. Sí, el apellido de los hermanos era Booth: Edwin Thomas Booth y John Wilkes Booth.
Después de aquella noche, Edwin no volvió a ser el mismo. Avergonzado por el crimen de su hermano, optó por el retiro. Quizás nunca habría vuelto a los escenarios si no hubiera sido por un golpe de suerte en una estación del tren en Nueva Jersey. Se encontraba esperando su tren cuando un joven, muy bien vestido, presionado por la multitud, resbaló y cayó entre la plataforma y un tren en movimiento. Sin dudarlo un momento, Edwin puso un pie en el riel, agarró al joven y lo haló para ponerlo a salvo. Después de respirar aliviado, el joven reconoció al famoso Edwin Booth.
Edwin, sin embargo, no reconoció al joven que acababa de rescatar. Tal
conocimiento llegó semanas después en una carta, carta que llevó en su saco a la tumba. Una carta del general Adams Budeau, secretario en jefe del general Ulises S. Grant. Una carta en la que le agradecía el haber salvado la vida al hijo de un héroe de los Estados Unidos, Abraham Lincoln. Qué irónico es que mientras un hermano mató al presidente, el otro salvó la vida del hijo de ese presidente. ¿El nombre del joven al que Edwin Booth arrancó de la muerte? Robert Todd Lincoln. 1
Edwin y James Booth. Del mismo padre, madre, profesión y pasión. Uno escoge la vida, y el otro, la muerte. ¿Cómo pudo ocurrir algo así? No lo sé, pero ocurre. Aunque la historia es dramática, no es la única.
Abel y Caín, ambos hijos de Adán. Abel escoge a Dios. Caín escoge matar. Y Dios lo deja.
Abraham y Lot, ambos peregrinos en Canaán. Abraham escoge a Dios. Lot escoge Sodoma. Y Dios lo deja.
David y Saúl, ambos reyes de Israel. David escoge a Dios. Saúl escoge el poder. Y Dios lo deja.
Pedro y Judas, ambos niegan al Señor. Pedro busca misericordia. Judas busca la muerte. Y Dios lo deja.
La verdad es revelada en cada edad de la historia, en cada página de la Escritura: Dios nos permite hacer nuestras propias decisiones.
Y nadie ejemplifica esto más claramente que Jesús. Según él, nosotros podemos elegir:
una puerta angosta o una puerta ancha ( Mateo 7.13–14 )
un camino angosto o un camino ancho ( Mateo 7.13–14 )
una muchedumbre o la compañía de pocos ( Mateo 7.13–14 )
Nosotros podemos decidir:
construir sobre la roca o sobre la arena ( Mateo 7.24–27 )
servir a Dios o a las riquezas ( Mateo 6.24 )
estar entre los corderos o entre las cabras ( Mateo 25.32–33 )
«Entonces ellos [los que rechazaron a Dios] irán al castigo eterno, pero los justos a la vida eterna» ( Mateo 25.46 ).
Dios permite elecciones eternas, y tales elecciones tienen consecuencias para la eternidad.
¿No es esto lo que nos dice el trío del Calvario? ¿Te has preguntado alguna vez por qué hubo dos cruces cerca de Cristo? ¿Por qué no seis o diez? ¿Y te has preguntado por qué Jesús estaba en el centro? ¿Por qué no a la derecha, o bien a la izquierda? ¿No será que las dos cruces en el cerro simbolizan uno de los regalos más grandes de Dios, el don de elegir?
Los dos criminales tienen mucho en común. Condenados por el mismo sistema. Condenados a una muerte idéntica. Rodeados de la misma multitud. Igualmente cerca del propio Jesús. E incluso, comienzan ambos con el mismo sarcasmo: «Los dos criminales también dijeron cosas crueles a Jesús» ( Mateo 27.44 ).
Pero uno cambió.
Uno de los criminales sobre una cruz empezó a gritar insultos a Jesús: «¿No eres tú el Cristo? Si es así, sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros. Pero el otro criminal lo hizo callar, diciéndole: «Deberías tener temor de Dios. Tú estás recibiendo el mismo castigo que Él. A nosotros nos están castigando justamente, dándonos lo que merecemos por lo que hicimos. Pero este hombre no ha hecho nada malo». En seguida le dijo: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino». Jesús le dijo: «Te digo la verdad, hoy estarás conmigo en el Paraíso» ( Lucas 23.39–43 ).
Mucho se ha dicho acerca de la oración del ladrón penitente, y ciertamente merece toda nuestra admiración. Pero a la vez que me regocijo con el ladrón que cambió, ¿podemos olvidarnos del que no cambió? ¿Qué me dices de él, Jesús? ¿No hubo una invitación personal para él? ¿Una palabra oportuna de persuasión?
¿No era que el pastor dejaba a las noventa y nueve para salir en busca de la perdida? ¿No fue que la dueña de casa barrió hasta que encontró la moneda perdida? Sí, el pastor lo hace, la dueña de casa también, pero el padre del hijo pródigo, recuerda, no hace nada.
La oveja se perdió inocentemente.
La moneda se perdió irresponsablemente.
Pero el hijo pródigo se fue intencionalmente.
El padre lo dejó decidir. A los dos criminales, Jesús les dio la misma oportunidad.
Hay veces cuando Dios manda truenos para que nos conmuevan. Hay ocasiones cuando Dios manda bendiciones para convencernos. Pero también hay ocasiones cuando Dios no manda sino silencio con lo cual nos está dando el honor de escoger con libertad el lugar donde habremos de pasar la eternidad.
¡Y qué honor es ese! En muchas áreas de la vida no tenemos chance de escoger. Piensa en esto. Tú no escogiste tu género. No escogiste a tus hermanos. No escogiste tu raza ni tu lugar de nacimiento.
A veces nuestra incapacidad de elegir nos irrita. «No es justo», decimos. «No es justo que yo haya nacido en la pobreza o que cante tan mal o que sea tan malo para correr. Pero cuando Dios plantó un árbol en el Jardín del Edén, las medidas de la vida fueron inclinadas para siempre hacia el lado de la justicia. Todas las protestas fueron silenciadas cuando a Adán y a su descendencia se les dio libre voluntad, la libertad de hacer cualquiera decisión eterna que quisieran. Cualquiera injusticia en esta vida está compensada por el honor de escoger nuestro destino eterno.
¿No te parece que tengo razón? ¿Hubieses querido que las cosas fueran de otra manera? ¿Te habría gustado todo lo contrario? Escoger todo en la vida, y que Él escogiera dónde habrías de pasar lo que sigue? Escoger el tamaño de tu nariz, el color de tu cabello y tu estructura genética y que Él decidiera donde habrías de pasar la eternidad? ¿Habrías preferido eso?
Habría sido fantástico que Dios hubiera ordenado la vida como nosotros ordenamosuna comida. Creo que me decidiré por una buena salud y un cociente de inteligencia alto. No quiero nada sobre habilidades musicales, pero sí un metabolismo rápido… Hubiera sido tremendo. Pero las cosas no ocurrieron así. Cuando llegaste a la vida, lo hiciste sin derecho a voz ni a voto.
Pero en lo que dice relación con la vida después de la muerte, sí que tienes derecho a decidir. En mi libro eso luce como algo bueno. ¿No te parece?
¿Se nos habrá dado un privilegio de elegir mayor que ese? Este privilegio no solo compensa cualquiera injusticia, sino que el don de la libre voluntad puede compensar cualquiera falta.
Piensa en el ladrón que se arrepintió. Aunque sabemos muy poco de él, sabemos que en su vida cometió muchas faltas. Escogió las muchedumbres, la moralidad errónea, la conducta equivocada. ¿Pero podría decirse que su vida fue un desperdicio? ¿Estará pasando la eternidad con todos los frutos de sus malas decisiones? No. Todo lo contrario. Está disfrutando del fruto de la única decisión buena que hizo. Al final de todas sus malas decisiones fue redimido por un hombre solitario.
En tu vida tú has hecho algunas malas decisiones, ¿no es cierto? Te has equivocado al escoger a tus amigos, quizás tu carrera, incluso tu cónyuge. Miras tu vida hacia atrás y dices: «Si pudiera… si pudiera librarme de esas malas decisiones». ¡Puedes! Una buena decisión para la eternidad compensa miles de malas decisiones hechas sobre la tierra.
Tú tienes que tomar la decisión.
¿Cómo puede ser posible que dos hermanos, nacidos de la misma madre, que crecieran en el mismo hogar, uno de ellos haya escogido la vida y el otro la muerte? No sé cómo, pero lo hacen.
¿Cómo dos hombres que ven al mismo Jesús y uno escoge mofarse de él mientras que el otro decide orar a él? No sé cómo, pero lo hicieron.
Y cuando uno oró, Jesús lo amó lo suficiente como para salvarlo. Y cuando el otro se burló, Jesús lo amó lo suficiente como para permitirle hacer eso.
Lo dejó que decidiera.
Él hace lo mismo contigo