La victoria es nuestra
Cuando Jesús salió de la tumba, todas sus promesas y sus palabras salieron con El y hoy viven con gloriosa vitalidad, poder y autoridad.
Nuestro mayor enemigo es la muerte. La muerte implica cierto temor. La Biblia dice que "el aguijón de la muerte es el pecado," y desde el día en que la primera pareja puso a su hijo en una tumba, la gente ha temido a la muerte.
Es el gran monstruo misterioso cuyos largos dedos helados hacen que muchos se estremezcan aterrorizados. El testimonio unánime de la historia es que la muerte es inevitable. Las generaciones van y vienen, y cada generación ha puesto sus muertos en la tumba. La Biblia siempre relaciona la muerte con el pecado. La Biblia dice que "como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron." Estamos procurando mejorar la vida mediante fórmulas químicas en los laboratorios científicos de todo el mundo. Pero hasta que la ciencia no pueda encontrar una solución para el problema de la muerte.
Aun si los científicos descubrieran un secreto que prolongara la vida terrenal, al mismo tiempo sólo tendrían éxito en extender nuestro tiempo de tristeza y aflicción.
Cientos de filósofos de todas las épocas han procurado escudriñar más allá del velo de la muerte. Sus especulaciones llenan volúmenes con respecto a las posibilidades de vida más allá de la tumba.
La muerte ronda entre los ricos y los pobres, los instruidos y los ignorantes. La muerte no hace distinción de raza, color ni credo. Sus sombras nos acechan día y noche. Nunca sabemos cuándo llegará el momento temido.
Procuramos disimular el desastre sacando un seguro de vida, y hemos inventado otros mecanismos para hacer más cómodos nuestros últimos días; pero siempre está presente la dura realidad de la muerte.
Muchos se preguntan: ¿Hay alguna esperanza? ¿Hay alguna puerta de escape? ¿Hay una posibilidad de la inmortalidad?
No voy a llevarlo a usted a un laboratorio científico, ni al aula de un filósofo ni a la oficina de un psicólogo. En su lugar, voy a llevarlo a la tumba vacía de José de Arimatea. María, María Magdalena y Salomé habían ido a la tumba para ungir el cuerpo del Cristo crucificado. Ellas se habían sorprendido al ver la tumba vacía. Un ángel se puso a un lado del sepulcro y les dijo: "Buscáis a Jesús nazareno." Luego añadió: "Ha resucitado, no está aquí."
Esa fue la mayor noticia que el mundo haya oído jamás. ¡Jesucristo había resucitado de los muertos, como lo había prometido! La resurrección de Jesucristo es la verdad primordial de la fe cristiana. Ella descansa en la raíz misma del evangelio. Sin una fe en la resurrección no puede haber salvación personal. La Biblia dice: "Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo." Tenemos que creer esto, o nunca podremos ser salvos.
Para muchas personas la resurrección ha llegado a ser poco más que un consolador símbolo de la inmortalidad del alma. Pero la resurrección abarca mucho más que la perpetuidad de la vida. Creer en la inmortalidad por sí misma pudiera ser algo trágico y horrible. La Biblia enseña que esa creencia debe ir acompañada de una segura convicción de que Dios garantiza una existencia eterna en su presencia gloriosa, a través de un conocimiento personal de su Hijo.
Comenzamos con el hecho de que al tercer día Jesucristo había resucitado de los muertos, salió de la tumba y apareció a los desanimados y asombrados discípulos que habían perdido toda esperanza de volver a verlo. Sin nuestra aceptación de la realidad de la resurrección, esa celebración no es más que una ilusión. Como escribió el apóstol Pablo hace ya mucho tiempo: "Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también nuestra fe."
Cuando se contempla la resurrección de Cristo como un hecho histórico, el Domingo de Resurrección se convierte en el día de días y se debe reconocer y celebrar como la mayor victoria de todos los tiempos.
La resurrección fue, en un sentido, una victoria suprema para la raza humana. Fue una victoria sobre la muerte: "Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho." Su resurrección de los muertos es la garantía que también para nosotros la tumba ha sido abierta y que seremos también resucitados: "Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados."
La resurrección fue también una victoria sobre el pecado: "La paga del pecado es muerte." El pecado de Adán en el huerto del Edén tuvo como resultado la culpa, la condenación y la separación de la presencia de Dios. Sin embargo, allí también se dio la gloriosa promesa de que aparecería la simiente de la mujer, y que Dios pondría enemistad entre su simiente (Cristo) y la serpiente (Satanás).
En el conflicto resultante, la simiente de la mujer sería herida en el calcañar, pero a cambio heriría la cabeza de la serpiente, infligiéndole una herida mortal. Esto fue realizado y manifestado abiertamente en la resurrección de Cristo.
La resurrección también no da victoria sobre las dudas. Parece que hay miles de cristianos esclavos de las dudas. No quiero decir que tales persona dudan de la existencia de Dios o de las verdades de la Biblia. Podemos aceptar todo eso mientras seguimos dudando en nuestra relación personal con el Dios en quien profesamos creer. Algunas personas tienen dudas en en cuanto al perdón de sus pecados, otras dudan de su esperanza de ir al cielo, y aun otras desconfían de su propia experiencia interior.
Durante su ministerio terrenal Jesús hizo una serie de asombrosas afirmaciones y promesas a sus seguidores, que deben de haberles parecido increíbles mientras El estaba en la tumba. Jesús le había dicho: "Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia." Y El le declaró a Marta: "Yo soy la resurrección y la vida ... todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente." Pero ahora el que había hecho esas promesas estaba muerto, y la tumba estaba cerrada sobre aquel que había prometido vida eterna a todos los que creyeran en El. Si El no hubiera resucitado, tendríamos suficientes motivos para dudar de la validez de sus promesas.
Pero cuando salió de la tumba, todas sus promesas y sus palabras salieron con El y hoy viven con gloriosa vitalidad, poder y autoridad.
La resurrección es también la garantía de la victoria sobre nuestros temores. Los temores son estrechos aliados de las dudas. El presidente de la facultad de historia de una de nuestras grandes universidades una vez me expresó esta opinión: "Nos hemos convertido en una nación de cobardes." No acepté su declaración, pero él arguyó que muchas personas se han mostrado renuentes a seguir sin curso si no se trata de algo popular. Incluso si estamos convencidos de que algo es correcto, procuramos no comprometernos porque tenemos temor. Si nos favorecen las probabilidades, nos ponemos de su parte; pero si implica algún riesgo el defender lo que es correcto, procuramos ponernos a salvo.
Usted que teme a la muerte, a perder la salud o a perder los amigos, examine las palabras de Pablo: "Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio." Dios nos ha dado una esperanza viva mediante la resurrección de Jesucristo de los muertos. Este y otros pasajes similares señalan el hecho de que ningún cristiano tiene razón alguna ante los ojos de la voluntad de Dios: "Si Dios es por nosotros, ¿quien contra nosotros? El poder del Espíritu Santo levantó el cuerpo de Cristo de entre los muertos. Ese mismo Espíritu Santo, ahora obrando en nosotros, puede liberarnos de los poderes de la ansiedad y del temor, y hacer que nos regocijemos en la esperanza segura y gloriosa que El ha preparado para nosotros.
La resurrección garantiza la victoria en nuestra vida diaria.
La victoria que Cristo ganó para nosotros cuando resucitó de la tumba puede verse en nuestra vida cada día. Puede ser manifestado en nosotros y por medio de nosotros en todo lugar y en toda circunstancia su poder resucitador para la gloria de Dios.
Podemos estar conscientes cada día de su victorioso poder obrando en nosotros, por nosotros y por medio de de nosotros para su gloria. Podemos exclamar como el apóstol Pablo: "Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo."