Debe amar a todos los seres humanos

Libro On Line: El Carácter del obrero de Dios Por Watchman Nee

El obrero del Señor debe amar a todos los seres humanos, no sólo a los hermanos. El rey Salomón dijo: "El que escarnece al pobre afrenta a su Hacedor" (Pr. 17:5). Dios creó todo el linaje humano; por lo tanto, todos los seres humanos merecen nuestro amor. Si un siervo u obrero del Señor carece de amor fraternal, o si sólo tiene amor para con los hermanos pero no para con todos los hombres, no es apto para servir al Señor.

Para servir al Señor debemos tener amor, un afecto genuino, para con todos los hombres. Pero si sentimos enfado, molestia o menosprecio hacia las personas, no estamos calificados para ser siervos de Dios.

Debemos estar conscientes de que a los ojos de Dios todos los hombres fueron creados por Él. Ciertamente el hombre ha caído, pero también ha llegado a ser el objeto de la redención del Señor. Aunque el hombre es terco por naturaleza, el Espíritu Santo ha escogido al hombre y ha determinado darle un toque personal. Aun el propio Señor Jesús se hizo hombre cuando vino a la tierra. Y se hizo un hombre igual que cualquiera; creció gradualmente desde la infancia hasta la madurez. La intención de Dios al encarnarse fue establecer la "norma" para el hombre, un hombre representativo en quien todos los planes de Dios pudieran realizarse. Después de la ascensión del Señor Jesús, la iglesia llegó a existir, la cual es el "nuevo hombre". El plan completo de redención incluye que el hombre sea elevado y glorificado. Si realmente entendemos la Palabra de Dios, comprenderemos que el término hijos de Dios no es tan importante como el término hombre, y entenderemos que el plan de Dios, Su elección y predestinación, tienen como meta obtener un hombre glorificado. Cuando nos damos cuenta del lugar que ocupa el hombre en el propósito de Dios, y cuando vemos que todo el plan de Dios se centra en el hombre y comprendemos por qué el propio Señor se humilló a Sí mismo haciéndose hombre, aprendemos a valorar a todos los hombres. Cuando nuestro Señor estuvo en la tierra, dijo: "Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar Su vida en rescate por muchos" (Mr. 10:45). La palabra del Señor dice claramente que el Hijo del Hombre vino a servir a muchos. En este pasaje, "muchos" no se refiere a la iglesia ni a los hijos de Dios, sino a todos los hombres. Además, Él no dijo que el Hijo de Dios vino a servir, sino que fue el Hijo del Hombre quien vino. Aquí vemos la actitud del Señor para con el hombre.

Un problema serio de muchos que laboran en la obra de Dios es su falta total de amor y respeto para el hombre, y el fracaso que tienen de darse cuenta del valor que tiene el ser humano a los ojos de Dios. Tal vez sintamos que hemos logrado un gran avance por el hecho de que hemos empezado a amar a los hermanos, especialmente si antes no amábamos a nadie. Y debido a que ahora amamos un poco a los hermanos, pensamos que eso es un logro extraordinario. Pero hermanos y hermanas, esto no es suficiente. Necesitamos que Dios nos ensanche; tenemos que entender lo valioso que son todos los hombres para Dios. La edificación de nuestra obra espiritual dependerá de la medida de amor e interés que sintamos hacia las personas. Me gustaría saber si sólo mostramos interés en ciertas personas prometedoras y sobresalientes, o si realmente nos interesa el hombre en general. Éste es un asunto de gran importancia. El hecho de que el Hijo del Hombre viniera a la tierra implica que el Señor estaba intensamente interesado en el hombre; estaba tan interesado en el hombre que Él se hizo un hombre. El Señor estaba sumamente interesado en el hombre, pero ¿cuál es el grado de nuestro interés? Tal vez despreciemos a éste o aquel individuo; pero ¿cómo ve el Señor a esta gente? El Señor dijo que el Hijo del Hombre vino. Esto significa que Él vino entre los hombres como el Hijo del Hombre. También significa que Él tenía un interés por el hombre, que tenía un sentir por el hombre y que tenía un gran respeto por el hombre. El hombre es tan valioso para Él que asumió la posición de hombre para poder servir a los hombres. Es asombroso ver que muchos hijos de Dios tengan tan poco interés por sus semejantes. No es mucho lo que podamos hacer al respecto; sin embargo, tal apatía nos indigna. Hermanos y hermanas, ¿comprenden el significado de la frase el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir? Debemos considerar estas palabras delante del Señor. Ellas nos hablan del cuidado que Cristo tiene por el hombre. Hermanos y hermanas, es erróneo que alguien diga: "Estoy entre los hombres, mas no tengo ningún interés por ellos".

El interés por las personas es un requisito básico en la vida de todos los obreros. Esto no quiere decir que sólo debamos escoger a ciertos individuos y que debamos interesarnos y ser afectuosos exclusivamente con ellos, sino que debemos interesarnos en todos los hombres. Presten atención al Señor Jesús, cuya característica sobresaliente es que tenía sentimientos y amor por todos sin excepción. Él estaba tan interesado en el hombre que pudo decir: "El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir". Si cuando vamos a cierto lugar, no tenemos la actitud de ser servidos por otros sino que nosotros vamos a servirles, tendremos la misma actitud que menciona el Señor en este pasaje. Si hiciéramos esto estaríamos en la senda y la posición correctas. Hermanos y hermanas, los siervos de Dios no deben reservar su amor egoístamente sólo para los hermanos; un obrero del Señor que hace esto será un fracaso total. El amor fraternal no debe encabezar la lista, sino que debe ser algo adicional a nuestro amor por todos los hombres. Tenemos que amar a todos los hombres. Juan 3:16 dice: "Porque de tal manera amó Dios al mundo". ¿A qué se refiere la expresión al mundo? Se refiere a todas las personas de este mundo, incluyendo a los que no son salvos y aun aquellas que no tienen conocimiento de Dios. Dios ama al mundo; a toda la humanidad. Éste es el significado de la cláusula de tal manera amó Dios al mundo. Si Dios ama a todos pero usted no lo hace, o extiende su amor a alguien solamente después que llega a ser su hermano, su corazón es distinto al corazón del Señor y usted no está calificado para servir a Dios. Su corazón debe ensancharse al grado que ame a todos los hombres y se interese por todos los hombres. Si alguien es un ser humano, usted debe interesarse en él. Ésta es la única manera de servir a Dios.

El Señor Jesús dijo, "El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir" (Mr. 10:45). En otras palabras, el Señor nunca pidió nada de los hombres. Del mismo modo, nosotros debemos interesarnos en los seres humanos y debemos apreciarlos. Además, no debemos sacar provecho de nadie, ni esperar ser servidos por los hombres. Mucho menos debemos avergonzar o herir los sentimientos de nadie. Hermanos y hermanas, por años nos hemos acostumbrado a dirigirnos a los seres humanos como "nuestros semejantes"; sin embargo, éste no debe ser un simple término, porque esto hace referencia a sentimientos. Por ejemplo, tenemos cierto afecto especial para los hermanos. Sentimos un amor fraternal para con los hermanos en Cristo; pero quisiera saber si sentimos lo mismo por todos los hombres, a los que llamamos "nuestros semejantes". ¿Realmente sentimos que ellos son "nuestros semejantes"? Si no tenemos tal sentir, no podemos servir a Dios. Todos los siervos del Señor deben tener tal corazón amplio. Nuestro corazón debe ser tan amplio que pueda incluir a todos los hombres. Los siervos de Dios deben ser capaces de albergar en su seno a todo el linaje humano. El mayor problema entre muchos obreros es que carecen de tal amor por el hombre. Aun su amor por los hermanos es escaso; mucho más, o casi inexistente, será su amor por todos los hombres. ¡Quizás en el mejor de los casos pueden amar sólo a uno de cada cien o incluso a uno de cada diez mil! Si ésta es nuestra condición, ciertamente no tenemos amor por la humanidad. Debemos tener presente que Dios es nuestro Creador y que todos nosotros somos Sus criaturas; todos son nuestros semejantes, y todos somos seres humanos. Debemos ensanchar la capacidad de nuestro corazón para amar a todas las personas, a todos nuestros semejantes, ya que todos fueron creados por Dios. No debemos permitir que sufran, ni debemos aprovecharnos de ellos, ni tenemos que esperar ser servidos por ellos. El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir.
Hermanos y hermanas, no debemos aprovecharnos de otros en ninguna forma. Debemos comprender que es vergonzoso que un cristiano se aproveche de sus semejantes mientras está en la tierra. Es erróneo aprovecharse de los hermanos y es igualmente erróneo tomar ventaja de cualquier otro. En lo que se refiere a recibir de otros, la actitud básica de nuestro Señor fue que nunca permitió que los hombres le sirvieran. Él no tenía la menor intención de recibir nada de nadie. Debemos rechazar la actitud egoísta de recibir los servicios y bienes de otros a costa de su sacrificio y pérdida.
Los hijos de Dios nunca deben sacar provecho de nadie, no sólo porque el Señor lo prohíbe, sino porque todos los seres humanos son nuestros semejantes. Debemos comprender que todos los seres humanos son preciosos a los ojos de Dios. Si no cultivamos un interés genuino por el hombre, nuestra obra tendrá un valor muy limitado ante los ojos de Dios, sin importar cuán grande pueda parecer exteriormente. Dios anhela ver que Sus siervos ensanchen su capacidad e interés por todos los seres humanos. Ésta es la única manera de ser personas llenas de gracia, y es la única manera en que podemos servir al Señor.

Marcos 10:45 dice: "Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar Su vida en rescate por muchos." Lucas 19:10 dice: "Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido". Por otra parte, Juan 10:10 dice: "Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia". El Señor Jesús vino a la tierra por causa del hombre. Según Marcos 10, Él vino a servir a los hombres al grado de dar Su vida para rescatarlos. El propósito de Su venida fue servir a los hombres, y en este servicio le fue necesario dar Su vida en rescate por ellos y eso es lo que hizo. El hecho de entregarse como rescate fue el acto más alto y supremo de Su servicio al hombre. El Señor dijo que el Hijo del Hombre no vino únicamente para ser el rescate por el hombre; sino aun más, dijo que Él vino "para servir". La meta de Su venida era servir a la humanidad. Él tenía un gran interés en el hombre y lo consideraba sumamente precioso y digno de Su amor y servicio. El Señor sirvió al hombre hasta tal grado que llegó a ser su Salvador a fin de satisfacer su necesidad. Esa fue la razón por la que dio Su vida como rescate. Si predicamos el evangelio del sacrificio del Señor al dar Su vida como rescate, y no poseemos el mismo corazón de servicio que tiene el Señor, no somos dignos de ser llamados obreros Suyos. El hombre es precioso. Por esta razón, el Señor no dijo que "el Hijo de Dios" había venido a servir, sino que era "el Hijo del Hombre" quien había venido a servir. El Señor Jesús primero amó y sirvió a los hombres, y luego dio Su vida por ellos. El amor viene primero y el sacrificio de la vida viene después. Cuando laboramos entre los hombres, no podemos predicar acerca del sacrificio del Señor sin tener primero un amor genuino por ellos. No debemos pensar que podemos primero predicarles acerca de Su sacrificio y después amarlos una vez que hayan recibido al Señor. Si nosotros no estamos interesados por los hombres ni los consideramos preciosos como Dios los considera, y si no estamos conscientes de que todos somos criaturas de Dios, no podemos predicar acerca de Su sacrificio. Si nunca hemos sido afectados por la expresión Dios creó al hombre o tenemos poco sentimiento por esto, estamos incapacitados para predicar acerca del sacrificio de Cristo. Hermanos y hermanas, primero tenemos que amar a todos los hombres para después poder conducirlos al Señor. No podemos frenar nuestro amor hasta que ellos reciban al Señor o hasta que lleguen a ser nuestros hermanos. Lamentablemente, éste es un problema con muchas personas; ellos están carentes en cuanto a este asunto. Muchos no pueden amar a una persona hasta que ésta llega a ser un creyente. Hermanos y hermanas, ésta no es la manera en que nuestro Señor obra. Él primero amó, y luego dio Su vida. Aquellos que predicamos acerca de Su redención, debemos amar primero y después predicar acerca de Su redención. Nuestro Señor primero sirvió y mostró misericordia a los hombres, antes de dar Su vida como rescate por ellos. De la misma manera, nosotros debemos tener un verdadero interés por los hombres y considerarlos dignos de nuestro amor y gracia, antes de que les presentemos la redención del Señor.
Si Dios abre nuestro corazón para que podamos ver que somos compañeros entre todos los hombres, nuestra actitud hacia ellos cambiará radicalmente. Descubriremos que el hombre es encantador y precioso para nosotros. Hermanos y hermanas, necesitamos comprender lo precioso que es el hombre a los ojos de Dios, debido a que Él lo creó a Su semejanza. Incluso hoy, el hombre aún conserva la semejanza de su Creador. Así que, no podremos ser siervos del hombre si no lo tenemos como el objeto de nuestro afecto. Repito, debemos darnos cuenta de lo apreciable y valioso que es el hombre a los ojos de Dios. Muchos hermanos y hermanas tienen una actitud, temperamento y sentimiento totalmente erróneos hacia sus semejantes; los consideran una carga, fastidio o molestia. Este sentir es totalmente equivocado. Debemos aprender a ver al hombre como la creación de Dios, como poseedor de la imagen de Dios. Aunque el hombre haya caído, su futuro sigue siendo promisorio. Si valoramos y apreciamos al hombre, no sentiremos que éste sea una carga, fastidio o molestia para nosotros. El Señor fue a la cruz por el hombre. ¿Puede nuestro amor ser menos que esto? Si somos afectados por el Señor en una manera genuina, y si realmente vemos la meta que el Señor tenía al venir a la tierra, espontáneamente concluiremos que el hombre es muy valioso. Es imposible que alguien tenga un conocimiento genuino del Señor y pueda menospreciar al hombre.

El hombre es digno de nuestro amor. Todos los pecados pueden ser perdonados, por lo que podemos ser comprensivos con todas las debilidades y actividades de la carne. Somos pecadores y sabemos lo que eso significa; sin embargo, al mismo tiempo, sabemos que el hombre es precioso. Hermanos y hermanas, debemos tener presente que el Señor no murió por los hombres debido a que ellos eran muchos. Él dijo que el Buen Pastor dejó a todas las ovejas para buscar a una perdida. En otras palabras, Él no vino a buscar y salvar a la oveja perdida porque habían noventa y nueve; el Buen Pastor vino por una oveja perdida. Aun si sólo hubiera una persona en el mundo que estuviera perdida, el Señor hubiera venido a la tierra a buscarla. Por supuesto, históricamente todos los hombres necesitaban la salvación. Pero en cuanto al amor que tenía en Su corazón, Él estaba dispuesto a venir por un solo hombre, por una sola oveja perdida. Otro pasaje de la Escritura muestra que el Espíritu Santo no empieza a buscar cuidadosamente porque se le hayan perdido diez monedas; sino porque se perdió una sola moneda. También, vemos que el padre no esperaba a su pródigo porque todos sus hijos se habían vuelto pródigos; más bien, Él esperó con los brazos abiertos el regreso de un hijo pródigo. En las parábolas de Lucas 15, vemos que en Su obra de redención, el Señor estaba dispuesto a gastarse libremente para satisfacer la necesidad incluso de una sola alma. Él no esperaba hasta que hubiesen muchos necesitados para entonces levantarse y empezar Su obra. Esto nos muestra el intenso amor que el Señor tiene para el hombre.
Hermanos y hermanas, si queremos servir al Señor de una manera apropiada, tenemos que cultivar un interés genuino por el hombre. Si no tenemos tal interés, no podremos hacer mucho, y si hacemos algo, nuestra obra estará muy limitada. Mientras seamos personas limitadas, no tendremos la capacidad para recibir a mucha gente. Además, a menos que tengamos un verdadero interés por el hombre y nuestros corazones sean ensanchados para ver el valor que tiene el ser humano a los ojos de Dios y el lugar que éste ocupa en Su plan, no podremos sondear cabalmente el significado de la redención. Sin este amor por la humanidad, no podemos pretender que criaturas tan débiles y deficientes como nosotros podamos tener parte en la gran obra de Dios. ¿Cómo alguien puede ser usado para salvar almas si no ama a las almas? ¿Cómo podríamos ser usados para salvar a los hombres si no los amamos? Si esta gran carencia de amor por los hombres fuera quitada, muchas otras dificultades con respecto a los hombres se solucionarían. Tal vez nos parezca que algunas personas son demasiado ignorantes y que otras son demasiado duras de corazón, pero esta condición no debe impedir que las amemos. Si tenemos amor, jamás menospreciaremos a nadie, y Dios nos conducirá a tomar nuestro lugar como hombres entre todos nuestros semejantes.
Cuando algunos obreros cristianos de las áreas urbanas van al interior del país a laborar entre campesinos, tienen un desmedido aire de superioridad. Dicha actitud es despreciable. Nuestro Señor no dijo que el Hijo de Dios no sería servido por los hombres, sino que el Hijo del Hombre no sería servido por los hombres. Si hemos de ir a predicar el evangelio a cualquier parte, tenemos que ir como hijo del hombre. Sin embargo, ¡algunos obreros consideran que trabajar entre personas sencillas es una experiencia humillante! Es correcto humillarse, pero cuán erróneo es pensar que es humillante laborar entre personas de clase humilde. Si sentimos que es una humillación laborar entre personas de poca preparación, eso prueba que no somos lo suficientemente humildes y que nuestra humildad es fabricada, no es natural. Cuando nuestro Señor vino a la tierra, los hombres sólo lo conocían como el hijo de María y el hermano de Jacobo, José, Judas y Simón. Ellos sólo lo conocieron como un hijo de hombre. Hermanos y hermanas, tenemos que ser hombres auténticos. Cuando estemos entre la gente, de ninguna manera debemos dar la impresión que somos superiores a ellos, porque así no debe comportarse un cristiano. Cuando estemos entre nuestros semejantes, debemos tener la actitud de que somos uno más entre ellos. No debemos dar la impresión de que estamos condescendiendo o que estamos haciéndoles un favor al relacionarnos con ellos. Si hacemos esto, no somos aptos para servir a nadie, y nuestra manera de servir está totalmente equivocada. Sólo podremos servir a los hombres si nosotros mismos somos hombres. Nunca debemos dar la impresión de que siempre estamos humillándonos o que somos personas diferentes. Si otros tienen esa impresión acerca de nosotros, ello demuestra que no somos siervos de Dios. Para servir al Señor, debemos vaciarnos genuinamente de nuestro yo. Si cuando hablamos con personas de menos preparación que nosotros, guardamos nuestras distancias, les estamos dando a entender que no somos uno de ellos.

No podremos servir a Dios a menos que seamos capaces de humillarnos al nivel mas bajo; jamás debemos creernos superiores a otros. Ningún hermano ni hermana debe menospreciar a una persona sólo porque tiene poco conocimiento, pues ambos ocupamos la misma posición en la creación, en la redención y en el plan de Dios. La única diferencia entre nosotros y un incrédulo es que nosotros conocemos al Señor. Hermanos y hermanas, nuestra actitud está errada en muchas formas. Tenemos que tornarnos por completo de tal actitud errónea y entender que todos los seres humanos son iguales a los ojos de Dios. Nuestro Señor vino a la tierra por todos y cada uno de los hombres. Así que, debemos humillarnos por amor de ellos, y nunca clasificar a nadie basándonos en la medida de preparación que posean.
Tal vez ustedes digan: "La ignorancia de los hombres no me presenta problemas, pero mi dificultad radica en la relación que puedo tener con personas que son engañosas, pecaminosas o muy bravas. ¿Cuál debe ser mi actitud hacia ellos?". Bueno, sólo debe mirar retrospectivamente a su vida pasada y preguntarse si usted era mejor que ellos antes de que la gracia de Dios lo alcanzase ¿Cuánto mejor que ellos sería usted hoy sin la gracia de Dios? ¿Quién lo ha hecho más santo que ellos? Cuando se examina fuera de la gracia se dará cuenta que no hay diferencia entre usted y ellos. ¿Qué nos hace distintos de ellos aparte de la gracia? Sólo podemos inclinarnos delante de Dios y decir: "Yo soy igual que ellos, nada más que un pobre pecador". Sólo la gracia de Dios puede enseñarnos a humillarnos hasta tocar el polvo y decir: "Señor, Tú eres el que me ha salvado". La gracia nunca nos conducirá a exaltarnos, sino a reconocer que somos iguales a cualquier persona caída y pecadora. Es la gracia de Dios y no nosotros mismos, la que nos separa de ellos. Si lo que tenemos, lo hemos recibido, ¿por qué nos gloriamos como si no lo hubiéramos recibido? Si la gracia es lo único que nos hace diferentes, no tenemos ninguna base para exaltarnos. Así que debemos darle más gracias; debemos pasar tiempo agradeciendo al Señor por la gracia que hemos recibido, que gastar tiempo en gloriarnos de nosotros mismos. Debemos entender que a los ojos de Dios somos iguales a todos los hombres. Por tanto, debemos amarlos, y si tal vez nosotros los rehuimos por sus pecados, aún así debemos salir a verlos con un corazón ensanchado, movidos por el amor hacia ellos a fin de traerlos al Señor.

Ciertamente cada siervo de Dios tiene su propia característica y función específica para Dios, pero no debemos olvidar que, sin importar cuán diferentes puedan ser las funciones de cada uno, todos los verdaderos siervos de Dios son iguales en algo que es fundamental: todos están interesados, intensamente interesados, en los hombres. Cuanto más ensanchado sea el corazón de un hermano y más interés tenga en los seres humanos, mayor será su utilidad en las manos de Dios. Hermanos y hermanas, debemos tener un interés por la humanidad, porque si no lo tenemos sino que más bien somos indiferentes a ellos, ¿cómo podremos predicarles el evangelio? Nosotros estamos aquí para relacionarnos con ellos, para ganarlos y salvarlos. Pero si no tenemos ningún interés por los hombres, ¿cómo hemos de realizar nuestra labor? Ningún doctor se aleja de sus pacientes, y ningún maestro rehuye a sus alumnos. ¡Es extraño que siendo predicadores del evangelio, al mismo tiempo tengamos temor de relacionarnos con la gente! Si hemos de trabajar para el Señor, debemos tener un interés por el hombre. Esto no debe ser algo por obligación, sino por un verdadero interés en tener contacto y comunicación con ellos. No debería ser necesario que alguien nos diga que debemos relacionarnos o comunicarnos con los hombres. Todo obrero debe sentir en su corazón que el hombre es muy valioso y precioso. Hermanos y hermanas, debemos comprender que todos los hombres fueron creados y son amados por Él. Dios los desea, y dio a Su Hijo unigénito por ellos con la expectativa de que recibieran Su vida al creer en Él. La única diferencia entre nosotros y los incrédulos es que nosotros hemos creído en Él. Esta es la razón por la que tenemos que ayudarles a creer. Debemos cultivar un gran interés por ellos. Si hacemos esto, se abrirá ante nosotros un campo ilimitado de oportunidades para servir al Señor, y bajo la misericordia de Dios, llegaremos a ser siervos con los que Él pueda contar.

Hermanos y hermanas, para servir al Señor de una manera apropiada, tenemos que tomar la senda correcta. Debemos tener presente que a los ojos de Dios todos tienen un espíritu. En este aspecto todos somos iguales; todos tenemos el mismo rango, porque todos tenemos un alma y un espíritu. Así que, al relacionarnos con cualquier persona que posea un alma y un espíritu, debemos amarle y esforzarnos por servirle. Si hacemos esto, nuestra actitud será muy diferente al encontrarnos con cualquier persona en la calle. Cuando un hombre recibe la iluminación de Dios para ver que ha sido engendrado por el mismo Padre que sus hermanos, él desarrollará un aprecio especial por ellos. Del mismo modo, un obrero necesita ser iluminado para ver que él ha sido creado por el mismo Dios que creó a todos sus semejantes. Tal iluminación producirá en él un aprecio distinto por cada ser humano con el que se encuentre. Entre los santos, tenemos el sentir de que somos hermanos y hermanas, pero ahora necesitamos tener una iluminación más intensa para ver que todos somos compañeros entre los seres humanos. Todos los hombres son igualmente valiosos, queridos y dignos de nuestro servicio. Si tenemos esta actitud, tocaremos las cosas de Dios mientras estamos en la tierra hoy y nos identificaremos con el mismo sentir que Dios tiene para con la humanidad, ya que toda Su atención siempre se dirige hacia el hombre. Todos los hombres fueron creados por Dios, y de entre ellos podemos rescatar a algunos para que formen parte de Su iglesia. La meta de Dios es la iglesia, pero la atención de Dios se enfoca en el hombre. Él quiere ganar al hombre. Ningún obrero del Señor puede menospreciar a ningún hombre, ya que todos poseen un alma y un espíritu, y si lo hacemos, sea en actitud o conducta, somos indignos de ser llamados siervos de Dios. Si queremos servir al Señor de una manera apropiada, no debemos despreciar a ningún alma; sino aun más, tenemos que aprender a ser siervos de todos los hombres. Tenemos que aprender a servir a todos en todas las cosas y servirlos con un corazón dispuesto.

Muchos tienen el hábito de menospreciar a aquellos que consideran inferiores a ellos, mientras que adulan a los que estiman mejores que ellos. Es vergonzoso encontrar tal actitud entre los obreros de Dios. No debemos menospreciar a nadie sólo porque nos parezca menos que nosotros en alguna forma. Debemos considerar a los hombres en la posición que Dios les da y valorarlos como Dios los valora.

Si no resolvemos este asunto, no podremos servir a Dios. Comprender lo valioso que es el hombre es un asunto muy importante y que causa mucha alegría. No debemos perder de vista cómo el Señor vino a morir por todos los hombres; si vemos esto, el mismo carácter que le llevó a sufrir tal muerte por los hombres, hallará eco en nosotros, y sentiremos lo mismo que el Señor siente por ellos y coincidiremos con el Señor en que el hombre merece todo nuestro amor e interés. A menos que experimentemos esto, no podremos identificarnos con el sentir del Señor ni podremos laborar para Él.

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