Yo te perdono
La promesa de dios en los clavos
Él nunca me habría pedido que guardara la lista. No me atreví a mostrársela. Es un excelente constructor, un amigo muy querido. Él nos ha construido una gran casa. Pero la casa tiene sus fallas.
Solo esta semana me di cuenta de ellas. Porque no fue sino hasta esta semana que empecé a vivir en la casa. Una vez que te estableces en un lugar, te percatas de cada detalle.
«Haz una lista de todo», me dijo.
«Está bien».
La puerta de uno de los dormitorios no cierra. La ventana del cuarto de guardar cosas está rota. Alguien olvidó instalar el toallero en el cuarto de las niñas. Alguien también olvidó colocar la perilla en el estudio. Como dije, la casa es preciosa pero la lista suma y sigue.
Al mirar la lista de los errores cometidos por los constructores, pensé en que Dios seguramente está haciendo una lista de mí. Después de todo ¿no ha hecho Él su residencia en mi corazón? Y si veo defectos en mi casa, imagínate lo que Él verá en mí. ¿Te atreverías a pensar en la lista que Él estará haciendo de tu vida?
Los goznes de la puerta del cuarto de oración se han enmohecido debido a que la puerta no se abre casi nunca.
La estufa llamada celos está sobrecalentada.
El piso del ático está recargado con demasiados lamentos.
El sótano está hasta el tope de secretos.
¿No habría alguien que quisiera correr el postigo y liberar el aire de pesimismo de este corazón?
La lista de nuestras debilidades. ¿Querrías ver la tuya? ¿Te gustaría hacerla pública? ¿Cómo te sentirías si fuera exhibida de modo que todos, incluyendo Cristo mismo, pudiera verla?
¿Quieres que te lleve al momento en que tal cosa ocurrió?
Sí, hay una lista de tus fracasos. Cristo ha escrito tus defectos. Y sí, esa lista se ha hecho pública. Pero tú no la has visto. Ni yo tampoco.
Ven conmigo al cerro del Calvario y te diré por qué.
Observa a los que empujan al Carpintero para que caiga y estiran sus brazos sobre el madero travesaño. Uno presiona con su rodilla sobre el antebrazo mientras pone un clavo sobre su mano. Justo en el momento en que el soldado alza el martillo, Jesús vuelve la cabeza para mirar el clavo.
¿No pudo Jesús haber detenido el brazo del soldado? Con un leve movimiento de sus bíceps, con un apretón de su puño pudo haberse resistido. ¿No se trataba de la misma mano que calmó la tempestad, limpió el templo y derrotó a la muerte?
Pero el puño no se cerró… y nada perturbó el desarrollo de la tarea.
El mazo cayó, la piel se rompió y la sangre empezó a gotear y luego a manar en abundancia. Vinieron entonces las preguntas: ¿Por qué? ¿Por qué Jesús no opuso resistencia?
«Porque nos amaba», contestamos. Es verdad. Una verdad maravillosa aunque, perdóname, una verdad parcial. Él tuvo más que esa razón. Vio algo que lo hizo mantenerse sumiso. Mientras el soldado le presionaba el brazo Jesús volvió la cabeza hacia el otro lado, y con su mejilla descansando sobre el madero, vio:
¿Un mazo? Sí.
¿Un clavo? Sí.
¿La mano del soldado? Sí.
Pero vio algo más. Vio la mano de Dios. Parecía la mano de un hombre. Dedos largos y manos callosas, como los de un carpintero. Todo parecía normal, pero estaba lejos de serlo.
Esos dedos formaron a Adán del barro y escribieron verdades en tablas de piedra.
Con un movimiento, esta mano derribó la torre de Babel y abrió el Mar Rojo.
De esta mano fluyeron las langostas que cubrieron Egipto y los cuervos que alimentaron a Elías.
¿Podría sorprender a alguien que el salmista celebrara la liberación, diciendo: «Tú dirigiste a las naciones con tu mano… Fue tu mano derecha, tu brazo y la luz de tu complacencia» ( Salmos 44.2–3 ).
La mano de Dios es una mano poderosa.
Oh, las manos de Jesús. Manos de encarnación en su nacimiento. Manos de liberación al sanar. Manos de inspiración al enseñar. Manos de dedicación al servir. Y manos de salvación al morir.
La multitud en la cruz entendió que el propósito al martillar era clavar las manos de Cristo a un madero. Pero esto es solo la mitad de la verdad. No podemos culparlos por no ver la otra mitad. No podían verla. Pero Jesús sí. Y el cielo. Y nosotros.
A través de los ojos de la Escritura vemos lo que otros no vieron pero Jesús sí vio. «Él dejó sin efecto el documento que contenía los cargos contra nosotros. Los tomó y los destruyó, clavándolos a la cruz de Cristo» ( Col. 2.14 ).
Entre sus manos y la madera había una lista. Una larga lista. Una lista de nuestras faltas: nuestras concupiscencias y mentiras y momentos de avaricia y nuestros años de perdición. Una lista de nuestros pecados.
Suspendida de la cruz hay una lista pormenorizada de tus pecados. Las malas decisiones del año pasado. Las malas actitudes de la semana pasada. Allí abierta a la luz del día para que todos los que están en el cielo puedan verla, está la lista de tus faltas.
Dios ha hecho con nosotros lo que yo estoy haciendo con nuestra casa. Ha hecho una lista de nuestras faltas. Sin embargo, la lista que Dios ha hecho no se puede leer. Las palabras no se pueden descifrar. Los errores están cubiertos. Los pecados están escondidos. Los que están al principio de la lista están ocultos por su mano; los de debajo de la lista están cubiertos por su sangre. Tus pecados están «borroneados» por Jesús. «Él te ha perdonado todos tus pecados: él ha limpiado completamente la evidencia escrita de los mandamientos violados que siempre estuvieron sobre nuestras cabezas, y los ha anulado completamente al ser clavado en la cruz» ( Colosenses 2.14 ).
Por esto es que no cerró el puño. ¡Porque vio la lista! ¿Qué lo hizo resistir? Este documento, esta lista de tus faltas. Él sabía que el precio de aquellos pecados era la muerte. Él sabía que la fuente de tales pecados eras tú, y como no pudo aceptar la idea de pasar la eternidad sin ti, escogió los clavos.
La mano que clavaba la mano no era la de un soldado romano.
La fuerza detrás del martillo no era la de una turba enfurecida.
El veredicto detrás de la muerte no fue una decisión de judíos celosos.
Jesús mismo escogió los clavos.
Por eso, la mano de Jesús se abrió. Si el soldado hubiera vacilado, Jesús mismo habría alzado el mazo. Él sabía cómo. Para él no era extraño clavar clavos. Como carpintero sabía cómo hacerlo. Y como Salvador, sabía lo que eso significaba. Sabía que el propósito del clavo era poner tus pecados donde pudieran ser escondidos por su sacrificio y cubiertos por su sangre.
De modo que Jesús mismo usó el martillo.
La misma mano que calmó la mar borra tu culpa.
La misma mano que limpió el templo limpia tu corazón.
La mano es la mano de Dios.
El clavo es el clavo de Dios.
Y como las manos de Jesús se abrieron para el clavo, las puertas del cielo se abrieron para ti.
Él perdonó todos nuestros pecados. Él canceló la deuda,
que incluía la lista de todas las leyes que habíamos violado. Él quitó la lista con las leyes y la clavó en la cruz.
Colosenses 2.13-14
Cuando decimos que los méritos de Cristo proveen la gracia para nosotros estamos diciendo que hemos sido purificados por su sangre, y que su muerte fue una expiación
por nuestros pecados.
Juan Calvino
No hay diferencia, porque todos hemos pecado y hemos quedado fuera de la gloria de Dios, y somos justificados libremente por su gracia mediante la redención que vino
por Cristo Jesús. Dios se ofreció como un sacrificio de expiación mediante la fe en su sangre.
Romanos 3.22-25
Para todos de una vez todos los pecados son expiados en la Cruz, toda la Caída es borrada, y toda la sujeción
a Satanás y toda la sentencia producto de la caída de Adánes borrada, cancelada y anulada por los clavos de Jesús.
Conde Nicolás Ludwig von Zinzendorf