No te abandonaré
La promesa de Dios en la caminata
No solo esto es así, sino que también nos regocijamos
en Dios a través de nuestro Señor Jesucristo, a través
de quien hemos recibido la reconciliación.
Romanos 5.11
En la perspectiva bíblica, pecado es rebelión positiva.
Donald Bloesch
Porque él nos ha rescatado del dominio de las tinieblas, trayéndonos al reino del Hijo que ama.
Colosenses 1.13
Sin duda que el hombre necesita un cambio radical
de corazón; necesita empezar a odiar su pecado en lugar
de amarlo, y amar a Dios en lugar de odiarlo; necesita,
en una palabra, reconciliarse con Dios. Y el lugar,
por sobre todos los otros, donde ocurre este cambio
es a los pies de la cruz, donde entiende algo
del odio que siente Dios
por el pecado y su indescriptible amor por el pecador.
J.N.D. Anderson
Madeline, de 5 años de edad, saltó a las rodillas de su padre.
«¿Comiste lo suficiente?», le preguntó él.
Ella sonrió y se golpeó suavemente la barriga: «No puedo comer más».
«¿Te dieron queque de la abuelita?»
«Un gran pedazo».
Joe miró a su mamá a través de la mesa. «Parece que estamos todos satisfechos. Parece que no podremos hacer otra cosa que irnos a la cama».
Madeline puso sus lindas manos a cada lado de su rostro. «Pero, papi. Esta noche es Nochebuena, y tú dijiste que podríamos bailar».
Joe fingió no acordarse. «¿Yo dije eso? No recuerdo haber dicho algo relacionado con bailar».
La abuelita sonrió y pasó su mano por la cabeza de la niña mientras empezaba a recoger las cosas de la mesa.
«Pero, papi», rogó Madeline, «nosotros siempre bailamos en Nochebuena. Solo tú y yo, ¿recuerdas?»
Una sonrisa se dibujó por debajo de su grueso bigote. «Por supuesto que lo recuerdo, querida. ¿Cómo podría olvidarlo?»
Y diciendo eso, se puso de pie y tomó su mano, poniéndola en la suya. Por un momento, solo un momento, su esposa estuvo alerta de nuevo, y los dos caminaron hacia el estudio para pasar otra Nochebuena como tantas que habían pasado, bailando hasta la madrugada.
Habrían podido bailar el resto de sus vidas, pero vino el sorpresivo embarazo y las complicaciones. Madeline sobrevivió, pero su madre no. Y Joe, el rudo carnicero de Minnesota, quedó solo para criar a Madeline.
«Ven, papi», le dijo, tirándolo de la mano. «Bailemos antes que lleguen». Ella tenía razón. Pronto sonaría el timbre de la puerta y los familiares inundarían la casa y la noche habría pasado.
Pero por ahora, solo estaban papi y Madeline.
El amor de un padre por su hijo es una fuerza poderosa. Piensa en la pareja con su bebé recién nacido. El niño no le ofrece a sus padres absolutamente nada. Ni dinero, ni habilidades, ni palabras de sabiduría. Si tuviera bolsillos, estarían vacíos. Ver a un bebé acostado en su camita es ver a un indefenso. ¿Qué tiene como para que se le ame?
Lo que sea que tenga, mamá y papá lo saben identificar. Si no, observa el rostro de la madre mientras atiende a su bebé. O la mirada del papá mientras lo acuna. O trata de causar daño o hablar mal del niño. Si lo haces, te vas a encontrar con una fuerza poderosa, porque el amor de un padre es una fuerza poderosa.
En una ocasión Jesús dijo que si nosotros los humanos somos capaces de amar así, cuánto más no nos amará Dios, el Padre sin pecado y generoso. ¿Pero qué ocurre cuando el amor no es correspondido? ¿Qué ocurre al corazón del padre cuando su hijo se va?
La rebeldía atacó el mundo de Joe como una ventisca a Minnesota. Cuando ya tenía edad suficiente como para conducir un automóvil, Madeline decidió que era suficiente mayor como para dirigir su propia vida. Y esa vida no incluía a su padre.
«Debí habérmelo imaginado», diría Joe más tarde, «pero por mi vida que no lo hice». No había sabido qué hacer. No sabía cómo vérselas con narices rotas ni camisetas apretadas. No entendía de trasnochadas ni de malas notas. Y, lo que es peor, no sabía cuándo hablar y cuándo guardar silencio.
Ella, por otro lado, lo sabía todo. Cuándo hablar a su padre: nunca. Cuándo quedarse callada: siempre. Las cosas eran al revés, sin embargo, con su amigo de la calle, aquel muchacho flacucho y tatuado. No era un muchacho bueno, y Joe lo sabía.
No iba a permitir que su hija pasara la Nochebuena con ese muchacho.
«Pasará la noche con nosotros, señorita. Comerá el queque de la abuelita en la cena en su casa. Celebraremos juntos la Nochebuena».
Aunque estaban sentados a la misma mesa, parecía que estaban en puntos distintos de la ciudad. Madeline jugaba con la comida sin decir palabra. La abuela trataba de hablar a Joe, pero este no estaba de humor para charlar. Una parte de él estaba furiosa; la otra parte estaba desconsolada. Y el resto de él habría dado cualquiera cosa para saber cómo hablar a esta niña que una vez se había sentado en sus rodillas.
Llegaron los familiares, trayendo con ellos un bienvenido final al desagradable silencio. Con la sala llena de ruidos y gente, Joe se mantuvo en un extremo, y Madeline en el otro.
«Pon música, Joe», le recordó uno de sus hermanos. Así lo hizo. Pensando que sería una buena idea, se dirigió hacia donde estaba su hija. «¿Bailaría este baile con su papi?»
Por la forma en que ella resopló y se volvió podría haberse pensado que él le había dicho algo insultante. Ante la vista de toda la familia, se dirigió a la puerta de la calle, la abrió, y se fue, dejando a su padre solo.
Muy solo.
Según la Biblia, nosotros hemos hecho lo mismo. Hemos despreciado el amor de nuestro Padre. «Cada cual se ha ido por su propio camino» ( Isaías 53.6 ).
Pablo va un poco más allá con nuestra rebelión. Hemos hecho más que simplemente irnos, dice. Nos hemos vuelto contra . «Estábamos viviendo contra Dios» ( Romanos 5.6 ).
En el versículo 10 es aun más terminante: «Éramos enemigos de Dios». Duras palabras, ¿no crees? Un enemigo es un adversario. Uno que ofende, no por ignorancia, sino con intención. ¿Nos describe esto a nosotros? ¿Hemos alguna vez sido enemigos de Dios? ¿Nos hemos alguna vez vuelto contra nuestro Padre?
¿Hemos…
alguna vez hecho algo sabiendo que a Dios no le agradaba?
causado daño a alguno de sus hijos o a parte de la creación?
respaldado o aplaudido el trabajo de su adversario, el diablo?
llegado a mostrarnos, en público, como enemigos de nuestro Padre celestial?
Si es así, ¿no hemos asumido el papel de enemigo?
¿Entonces, cómo reacciona Dios cuando nos transformamos en sus enemigos?
Madeline volvió esa noche pero no por mucho tiempo. Joe nunca le faltó como para que ella se fuera. Después de todo, ¿qué significa ser hija de un carnicero? En sus últimos días juntos, él hizo todo lo que pudo. Le cocinó su comida favorita. Ella no tenía apetito. La invitó al cine. Ella se encerró en su cuarto. Le compró un vestido nuevo. Ella nunca le dio las gracias. Hasta que llegó aquel día primaveral en que él salió temprano de su trabajo para estar en casa cuando ella llegara de la escuela.
Desde ese día, ella nunca más volvió a casa.
Un amigo la vio junto con su amigo en las cercanías de la estación de autobuses. Las autoridades confirmaron la compra de dos pasajes para Chicago; adónde fue desde allí, nadie lo sabe.
El camino más famoso en el mundo es la Vía Dolorosa, «la ruta de la tristeza». Según la tradición, es la ruta que Jesús tomó desde el palacio de Pilato al Calvario. La ruta está marcada por estaciones usadas frecuentemente por los cristianos para sus devociones. Una de las estaciones marca el paso del veredicto de Pilato. Otra, la aparición de Simón para ayudar a llevar la cruz. Dos estaciones recuerdan las caídas de Jesús y otra sus palabras. Entre todas, hay catorce estaciones, cada una recordando los sucesos de la caminata final de Cristo.
¿Es la ruta verdadera? Probablemente no. Cuando en el año 70 d.C. y más tarde en el 135 Jerusalén fue destruida, las calles de la ciudad lo fueron también. Como resultado, nadie sabe exactamente cuál fue la ruta que Jesús siguió aquel viernes.
Pero nosotros sabemos dónde comienza este camino.
Comienza no en la corte de Pilato sino en los salones del cielo. El Padre inició su jornada cuando dejó su hogar para venir en busca nuestra. Inició la búsqueda armado con nada más que una pasión para ganar tu corazón. Su deseo era circular: traer a sus hijos de vuelta a casa. La Biblia tiene una palabra para esta búsqueda: reconciliación.
«Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo con él» ( 2 Corintios 5.19 ) La palabra griega que se traduce reconciliación quiere decir «hacer que algo sea diferente». 1 La reconciliación desenreda lo enredado, invierte la rebelión, vuelve a encender la pasión que se ha enfriado.
La reconciliación toca el hombro del extraviado y lo pone en camino hacia el hogar.
El camino a la cruz nos dice exactamente hasta dónde va a llegar Dios para hacernos volver.
El muchacho enjuto de los tatuajes tenía un primo. Este trabajaba en el turno de noche en una tienda al sur de Houston. Por unos cuantos dólares al mes permitía a los fugitivos permanecer en su apartamento por las noches, pero durante el día tenían que salir de allí.
No había problemas. Ellos tenían grandes planes. Él sería un mecánico y Madeline buscaría trabajo de vendedora en una tienda. Por supuesto, él no sabía nada en cuanto a automóviles, y mucho menos sobre cómo conseguir un trabajo, pero uno no piensa en esas cosas cuando está viviendo intoxicado de libertad.
Después de un par de semanas, el primo cambió de opinión. Y el día que les dio a conocer su decisión, el joven enjuto con tatuajes dio a conocer la suya. De este modo, Madeline se encontró frente a la noche sin un lugar donde dormir ni una mano que la sostuviera.
Fue la primera de una serie de muchas noches así.
Una mujer en el parque le habló de un hogar para desamparados cerca del puente. Por unos cuantos dólares ella podría obtener un plato de sopa y un catre. Unos cuantos dólares era todo lo que tenía. Usó su mochila como almohada y su chaqueta como frazada. El cuarto era tan bullicioso que no se podía dormir. Madeline volvió la cabeza hacia la pared y por primera vez en muchos días, pensó en la barbuda faz de su padre y cómo él le daba un beso cada noche. Pero cuando las lágrimas quisieron brotar de sus ojos, se resistió a llorar. Metió el recuerdo bien hondo en su memoria y decidió no volver a pensar en su casa.
Había llegado tan lejos que ya era imposible volver.
A la mañana siguiente, la joven que ocupaba el catre al lado del suyo le mostró un puñado de propinas que había ganado bailando sobre las mesas. «Esta es la última noche que dormiré aquí», le dijo. «Ahora puedo pagar mi propio lugar. Me dijeron que están necesitando más bailarinas. Deberías venir conmigo». Buscó en el bolsillo de su chaqueta y sacó una libreta. «Aquí está la dirección», le dijo, entregándole un papelito. Con solo pensarlo, el estómago de Madeline empezó a darle vueltas. Todo lo que pudo hacer fue mascullar: «Lo pensaré».
El resto de la semana lo pasó en las calles buscando trabajo. Al final de la semana, cuando tenía que pagar la cuenta en el refugio, buscó en sus bolsillos y sacó el papelito. Era todo lo que le quedaba.
«No voy a pasar esta noche aquí», se dijo y se dirigió a la puerta.
El hambre tiene su manera de suavizar las convicciones.
Orgullo y vergüenza. ¿No sabías que son hermanas? Parecen ser diferentes. El orgullo le infló el pecho. La vergüenza la hizo agachar la cabeza. El orgullo alardea. La vergüenza hace ocultarse. El orgullo procura ser visto. La vergüenza trata de ser evitada.
Pero no te llames a engaño: las emociones tienen el mismo parentesco y el mismo impacto. Te mantienen alejado de tu Padre.
El orgullo dice: «Eres demasiado bueno para él».
La vergüenza dice: «Eres demasiado malo para él».
El orgullo te aleja.
La vergüenza te mantiene alejado.
Si el orgullo es lo que hay antes de una caída, la vergüenza es lo que te impide levantarte después.
Si algo sabía Madeline, era bailar. Su padre le había enseñado. Ahora hombres de la edad de su padre la observaban. Ella no se daba cuenta de ese detalle, sencillamente no pensaba en eso. Simplemente hacía su trabajo y se ganaba sus dólares.
Quizás nunca habría pensado en eso, excepto por las cartas que su primo le llevaba. No una, ni dos, sino una caja llena. Todas dirigidas a ella. Todas de su padre.
«Tu viejo novio debe estar chillando por ti. Llegan de estas dos o tres por semanas», se quejaba el primo. «Dale tu dirección». Oh, pero no, ella no podía hacer eso. La encontraría.
No se atrevía a abrir las cartas. Sabía lo que decían: que volviera a casa. Pero si supiera lo que estaba haciendo no le escribiría.
Le pareció menos doloroso no leerlas. Así es que no las leyó. No esa semana ni la siguiente cuando su primo le trajo más, ni la siguiente cuando llegó de nuevo. Las guardó en el guardarropa del lugar donde bailaba, organizadas según la fecha. Pasaba su dedo por sobre cada una pero no se atrevía a abrirlas.
La mayor parte del tiempo Madeline podía controlar sus emociones. Los pensamientos del hogar y los pensamientos de vergüenza se fundían en la misma parte de su corazón. Pero había ocasiones cuando los pensamientos eran demasiado fuertes como para resistirlos.
Como aquella vez que vio un vestido en la ventana de una tienda. Un vestido del mismo color que el que le había comprado su padre. Un vestido que había sido demasiado sencillo para ella. De mala gana se lo había puesto y se había parado frente al espejo. «Caray, estás tan alta como yo», le había dicho su padre. Ella se había puesto rígida cuando él la tocó.
Al ver su cansado rostro reflejado en la ventana de la tienda, Madeline se dio cuenta que estaría dispuesta a dar mil trajes con tal de sentir de nuevo que la tocaba. Salió de la tienda con el firme propósito de no volver a pasar por allí.
Llegó la época en que las hojas se caen y el aire se pone frío. El correo siguió llegando y el primo quejándose a medida que crecía la cantidad de cartas. Ella seguía decidida a no mandarle su dirección. Incluso seguía sin leer las cartas.
Entonces, pocos días antes de Nochebuena, llegó otra carta. El mismo sobre. El mismo color. Pero esta no tenía el matasellos. Ni le fue entregada por su primo. Estaba en la mesa del cuarto de vestirse.
«Hace un par de días un hombre muy fornido vino y me pidió que te diera esto», explicó una de las otras bailarinas. «Dijo que entenderías el mensaje».
«¿Estuvo aquí?», preguntó, ansiosa.
La mujer se encogió de hombros. «Supongo que tuvo que ser él».
Madeline tragó y miró el sobre. Lo abrió y extrajo una tarjeta. «Sé donde estás», leyó. «Sé lo que haces. Esto no cambia nada lo que siento. Todo lo que he dicho en cada una de las demás cartas sigue siendo verdad».
«Pero yo no sé lo que me has estado diciendo», dijo Madeline. Extrajo una carta de la parte superior del montón y la leyó. Luego hizo lo mismo con una segunda, y una tercera. Cada carta tenía la misma frase. Cada frase hacía la misma pregunta.
En cosa de segundos el piso estuvo lleno de papel mientras su rostro se sacudía por el llanto.
Antes de una hora se encontraba a bordo de un autobús. «Ojalá que llegue a tiempo».
Lo logró apenas.
Los familiares estaban empezando a retirarse. Joe estaba ayudando a la abuela en la cocina cuando su hermano lo llamó. «Joe, alguien está aquí y quiere verte».
Joe salió de la cocina y se detuvo. En una mano, la niña sostenía una mochila. Y en la otra, sostenía una tarjeta. Joe vio la pregunta en sus ojos.
«La respuesta es «sí»», dijo ella a su padre. «Si la invitación todavía se mantiene, la respuesta es «sí»».
Joe tragó, emocionado. «Oh, sí. La invitación se mantiene».
Y así, los dos volvieron a bailar en Nochebuena.
Sobre el piso, cerca de la puerta, permanecían las cartas con el nombre de Madeline y el ruego de su padre.
«¿Quisieras venir a casa y bailar con tu papi otra vez?»