Te daré mi túnica

Evangelismo - Testificando a Cristo en Internet

La promesa de Dios en la vestidura

Pero Cristo sin culpa… tomó sobre él nuestro castigo,
para así poder expiar nuestra culpa y alejar
de nosotros nuestro castigo.
Agustín
Porque Cristo murió por los pecados una vez para siempre, el justo por los injustos para llevarte a Dios.
1 Pedro 3.18
Este es el misterio de las riquezas de la gracia divina
por los pecadores; porque por un maravilloso cambio nuestros pecados son ahora no nuestros sino de Cristo,
y la justicia de Cristo no es suya, sino nuestra.
Martín Lutero

El maître no estaba dispuesto a cambiar de parecer. No le interesaba que se tratara de nuestra luna de miel. Ni que esa noche en el club de campo fuera un regalo de boda. Le importaba bien poco que Denalyn y yo hubiéramos decidido dejar de almorzar para tener espacio para la cena. Todo esto carecía de valor en comparación con el problema que podría venírsele encima.
Yo estaba sin saco.
No sabía que habría de necesitarlo. Pensé que una camisa deportiva sería suficiente. Estaba limpia y planchada. Pero el señor Corbata-de-Moñito y su acento francés era imperturbable. Acomodaba a quien fuera. Le ofreció una mesa al señor y la señora Bien-Educados. Sentó al señor y a la señora Finos-Muchas-Gracias. ¿Pero el señor y la señora No-Tiene-Su-Saco?
Si hubiese tenido otra opción, la habría intentado, pero no tenía ninguna. Era ya tarde. Otros restaurantes estarían ya cerrados o llenos y nosotros teníamos un apetito voraz. Me miró, miró a Denalyn y luego dio un gran suspiro que llegó a inflarle los carrillos.
«Está bien. Déjenme ver».
Desapareció en un guardarropa y emergió con un saco. «Póngase esto». Me lo puse. Las mangas eran demasiado cortas. Los hombros demasiado tensos. ¿Y el color? Verde limón. Pero no dije ni una palabra. Tenía el saco y teníamos también derecho a una mesa. (No se lo digan a nadie, pero me lo saqué cuando nos trajeron la comida.)
Para todas las inconveniencias de aquella noche, terminamos con una gran cena y una más grande parábola.
Necesitaba un saco, pero todo lo que tenía era una oración. El maître fue lo suficientemente gentil como para no obligarme a salir de allí pero demasiado leal a las reglas como para permitirse pasar por sobre ellas. Así fue como el único que me exigía un saco me proporcionó uno y así pudimos tener acceso a una mesa.
¿No es esto mismo lo que ocurre en la cruz? En la mesa de Dios no hay asientos disponibles para los desaliñados. ¿Pero quién entre nosotros no lo es? Moralidad descuidada. Desprecio por la verdad. Poco interés en los demás. Nuestra tenida moral está por los suelos. Sí, los requerimientos para ocupar un lugar en la mesa de Dios son altos, pero el amor de Dios por sus hijos es más alto aun. Para satisfacerlos, Él nos ofrece un regalo.
No un saco color verde limón sino una túnica. Una túnica sin costuras. No algo sacado de un guardarropa sino una túnica usada por su Hijo, Jesús.
Poco dice la Escritura acerca de la vestimenta de Jesús. Sabemos lo que usaba su primo, Juan el Bautista. Sabemos lo que usaban los dirigentes religiosos. Pero no se nos dice nada acerca de la ropa de Jesús: ni tan humilde como para tocar los corazones, ni tan elegante como para hacer que la gente se volviera a verlo.
Digna de notar es una referencia que hace uno de los evangelios. Dice: «Dividieron su ropa entre ellos cuatro. También tomaron su túnica, que no tenía costuras sino que era de una sola pieza, desde arriba. Y dijeron: "No la partamos, sino echemos suertes para ver quién se queda con ella"» ( Juan 19.23–24 ).
Debe de haber sido la más fina posesión de Jesús. Según la tradición judía, la madre tejía una túnica como un regalo a su hijo cuando este abandonaba el hogar. ¿Haría María esta túnica para Jesús? No lo sabemos. Pero sabemos que la túnica no tenía costuras sino que era un solo tejido, de arriba abajo. ¿Tiene esto alguna importancia?
A menudo la Escritura describe nuestra conducta como la ropa que usamos. Pedro nos dice que debemos «vestirnos con humildad» ( 1 Pedro 5.5 ). David habla de las personas malas que se visten «con maldición» ( Salmos 109.18 ). La ropa puede simbolizar el carácter y, como su ropa, el carácter de Jesús fue sin costura. Coordinado. Unificado. Él era como su túnica: perfección ininterrumpida.
«Tejida… desde arriba». Jesús no se dejó guiar por su propia mente, sino que fue dirigido por la mente de su Padre. Escucha sus palabras:
«El Hijo no puede hacer nada por sí mismo, sino solo lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre haga, el Hijo lo hace también» ( Juan 5.19 ).
«Yo no puedo hacer nada por mí mismo. Así como oigo, juzgo» ( Juan 5.30 ).
El carácter de Jesús fue una tela sin costuras tejida desde el cielo a la tierra… desde los pensamientos de Dios a las acciones de Jesús. Desde las lágrimas de Dios a la compasión de Jesús. Desde la Palabra de Dios a la reacción de Jesús. Todo una sola pieza. Todo un cuadro del carácter de Jesús.
Pero cuando Jesús fue clavado en la cruz, él se quitó su túnica de perfección sin costura y se cubrió de una túnica diferente: la túnica de la indignidad.
La indignidad de la desnudez . Desnudo ante su propia madre y sus seres amados. Avergonzado ante su familia.
La indignidad del fracaso. Por unas pocas horas llenas de dolor, los líderes religiosos fueron los victoriosos, y Cristo apareció como el perdedor. Avergonzado ante sus acusadores.
Y lo peor, estaba vestido de la indignidad del pecado. «Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo en el madero, para que nosotros pudiéramos morir a los pecados y vivir para justicia» ( 1 Pedro 2.24 ).
¿El vestido de Cristo en la cruz? Pecado: el tuyo y el mío. Los pecados de toda la humanidad.
Recuerdo a mi padre explicándome el porqué de un grupo de hombres junto al camino que vestían ropa con rayas. «Son presos», me dijo. «Han quebrantado la ley y están pagando con servicio a la comunidad».
¿Quieres saber lo que me impresionó de aquellos hombres? No miraban a los ojos. ¿Sentían vergüenza? Probablemente.
Lo que sentían allí, junto al camino, es parecido a lo que sentía Jesús colgado de aquella cruz: vergüenza. Cada aspecto de la crucifixión tenía el propósito no solo de hacer sufrir a la víctima, sino avergonzarla. Por lo general, la muerte de cruz estaba reservada para los delincuentes más viles: esclavos, asesinos y así por el estilo. A la persona condenada se la hacía caminar por las calles de la ciudad, cargando el travesaño de la cruz y llevando colgada del cuello una placa donde se indicaba su delito. En el lugar de la crucifixión lo desnudaban y se mofaban de él.
La crucifixión era tan aberrante que Cicerón escribió: «Alejen hasta el nombre de la cruz no solo del cuerpo de un ciudadano romano, sino aun de sus pensamientos, ojos y oídos». 1
Jesús no solo fue avergonzado ante su pueblo, sino que fue avergonzado también ante el cielo.
Ya que cargó con nuestro pecado de homicidio y adulterio, sintió la vergüenza del homicida y del adúltero. Aunque nunca mintió, cargó con la vergüenza del mentiroso. Aunque nunca engañó, sintió la vergüenza de un engañador. Como llevó el pecado del mundo, sintió la vergüenza colectiva del mundo.
No es extraño que el escritor hebreo haya hablado de «la desgracia que él soportó» ( Hebreos 13.13 ).
Mientras estuvo en la cruz, Jesús sintió la indignidad y la vergüenza de un criminal. No, no era culpable. No, él no había cometido pecado. Y, no, no merecía ser sentenciado. Pero tú y yo sí lo merecíamos. Y estuvimos en pecado y fuimos culpables. Estuvimos en la misma posición en que me encontraba yo ante el maître . ¿Te puedes imaginar al jefe del restaurante quitándose su saco y dándomelo a mí?
Jesús lo hace. No estamos hablando de algo improvisado ni una chaqueta sobrante. Él ofrece una túnica pura, sin costuras para cubrir mi capa hecha de retazos de orgullo, avaricia y vanidad. «Él cambia lugar con nosotros» ( Gálatas 3.13 ). Él se vistió de nuestro pecado para que nosotros pudiéramos vestirnos de su justicia.
Aunque llegamos a la cruz vestidos en pecado, nos vamos de la cruz vestidos con la «coraza de su amor formidable» ( Isaías 59.17 ) y ceñidos con un «cinturón de justicia» ( Isaías 11.5 ) y vestidos con «vestiduras de salvación» ( Isaías 3.27 ).
Para él no fue suficiente prepararte una fiesta.
Para él no fue suficiente reservarte un asiento.
Para él no fue suficiente correr con los gastos y proveer el transporte para el banquete.
Hizo algo más. Te dejó usar su propia ropa de manera que pudieras estar vestido adecuadamente.
Y lo hizo, precisamente, por ti

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