Rompa con el ciclo de divorcio

Familia Cristiana

El efecto del divorcio sobre la felicidad que se tiene durante la niñez, quizá sea más pronunciado que los efectos de la muerte.
Como otra evidencia del impacto dramático que tiene el divorcio de los padres, considere el caso de Frank y Betty. Ellos se conocieron en la universidad y estuvieron vinculados, tanto emocional como sexualmente. Luego Betty quedó embarazada. Vivieron juntos hasta que se graduaron, y se casaron poco después. Pero era un matrimonio infeliz, marcado por abuso emocional, peleas constantes y conflictos sin resolver. Después de ocho años, la relación terminó en divorcio.
Y nada de eso fue sorpresivo. ¿Por qué? Porque veinte años antes, los padres de Frank se conocieron en la universidad, se involucraron románticamente y la madre quedó embarazada. Luego se casaron y peleaban en medio del abuso emocional sin resolver sus conflictos. Finalmente, después de diez años de conflicto, se divorciaron. Puedo seguir dando ejemplos, pero es muy evidente que los hijos, pequeños y adultos —de padres que se han divorciado— viven verdaderamente bajo una maldición. Y ésta se extiende de generación a generación, hasta que alguien logreromperla y establecer nuevos patrones.
Yo también debí ser parte de una de esas historias bajo la maldición del divorcio y de la sed dolorosa que ello crea. Mi mamá ya estaba divorciada antes de conocer a mi papá. Él dejó a mi mamá y se divorció de ella cuando sus tres hijos aún tenían menos de tres años de edad. Y luego se divorció dos veces más.
Por tanto, mi propio matrimonio, debió haber sido como un tren listo para descarrilarse. Si digo que fui un desastre durante mi niñez, estaría describiéndome muy a la ligera. Cuando era pequeño y luego adolescente, ansiaba la presencia de mi padre en mi vida. Estaba dolorosamente consciente, especialmente durante los años de la secundaria, de que otros muchachos tenían padres que jugaban pelota con ellos, los ayudaban con sus tareas, iban a sus juegos de pelota para animarlos y luego los llevaban a comer hamburguesas después del juego. Pensaba: ¿Tan malo soy que mi papá no pudo aguantar estar aquí y hacer esas cosas conmigo (y con mis hermanos)?
Como cualquier hijo del divorcio, crecí haciéndome toda clase de preguntas. Crecí con un modelo de matrimonio que decía que no era permanente. Crecí con enojo y frustración y, como resultado, me metí en problemas. Terminaba mis noviazgos cuando las muchachas empezaban a tomar nuestra relación muy en serio, porque no quería sufrir otra vez.
No obstante, por la gracia de Dios y con la ayuda de varias personas, pude vencer todos los obstáculos. He podido romper la maldición y evitar así ser descarrilado. Tengo un matrimonio fuerte y me he concentrado mucho en ser un padre amoroso para mis dos hijas. No soy perfecto de ninguna manera, pero he descubierto que hay una manera de «invertir la maldición» y encaminarnos hacia el compromiso y el cariño que usted y yo realmente anhelamos.
Extracto del libro Rompa con el ciclo del divorcio por John Trent

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