Palabra Del Aliento Para Bendecirte Hoy

Palabras de Aliento

 

El alcance de la bendición (1)

 

Por Kenneth  Copeland

Si usted es hijo de Dios nacido de nuevo,su identidad, su capacidad y su llamado son parte de la Bendición.

 

Para entender el verdadero alcance de la Bendición, debemos escudriñar su origen bíblico en el primer capítulo de Génesis. La Bendición aparece por primera vez en lo que considero un momento sin igual de la creación divina. En los seis días que precedieron a la Bendición, Dios creó la Tierra por su Palabra. Él dijo: “¡Sea la luz!”, y fue la luz. A su voz de mando aparecieron en su lugar el sol, la luna, las estrellas y el mar. Las plantas, los animales y la vida marina surgieron por la Palabra de Dios. Todo estaba preparado para la creación suprema:

“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal
que se arrastra sobre la tierra” (Gn 1:26). En cuanto a mí, creo que en ese momento hubo silencio en todo el universo, mientras los ángeles y las huestes celestiales miraban y esperaban la aparición de un ser semejante a Dios que estaba a punto de ser creado. Toda su atención se centró en aquel ser llamado “hombre”, a quien se le daría autoridad sobre la Tierra. ¿Cuál sería el aspecto de tal criatura? ¿Qué clase de poder tendría? ¿Qué obra le
encomendaría Dios? Todos esos interrogantes quedaron resueltos al instante con lo que sucedió a continuación. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo
Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra (vv. 27-28).

Las primeras palabras que Adán oyó

Con esas palabras Dios confirió a Adán, a Eva y a toda la humanidad la Bendición. Les dijo quiénes eran: los amos de la Tierra que Él había creado a su imagen para que la dominaran y la gobernaran. Les dijo lo que debían hacer: llenar la Tierra, sojuzgarla y hacer que se cumpliera en ella la voluntad perfecta de Dios. Les dio también el poder para llevar a cabo esa tarea. Bendecir significa en realidad “facultar”. De manera que las primeras palabras que Adán oyó, el primer sonido que hizo eco en sus oídos fue la voz de Dios que le confería la capacidad divina y creativa de gobernar la Tierra y hacerla un reflejo perfecto de la voluntad suprema y perfecta de
Dios. ¿Cómo sabía Adán cuál era la voluntad perfecta de Dios para la Tierra?
Solo tenía que mirar a su alrededor. Vivía en el huerto de Edén, un lugar creado y dispuesto por Dios mismo. Ese huerto era la demostración perfecta del plan de Dios para este planeta; era el prototipo de lo que Él deseaba extender por todo el mundo. El trabajo de Adán consistía en ejercer la autoridad que había recibido de Dios y extender ese huerto hasta que abarcara toda la Tierra: ¡ese era el propósito de la Bendición! Facultó a Adán para continuar la obra que Dios empezó en la creación. Lo capacitó con los recursos divinos necesarios para seguir el ejemplo de Dios en cuanto a hablar palabras de unción y llenas de fe que transformaran las partes baldías del planeta en un verdadero huerto de Edén. En otras palabras, la Bendición facultó a Adán para ser bendición dondequiera que fuera. En sentido literal, el huerto de Edén estaba en Adán.

El Dios que nunca desiste

Claro, todos sabemos que Adán y Eva lo arruinaron todo. En vez de obrar conforme a la bendición que habían recibido y bendecir así toda la Tierra, desobedecieron a Dios y se apartaron de Él. Se inclinaron ante el diablo y le dieron acceso a la autoridad que habían recibido de Dios, y así fue como echaron a perder todo. La Bendición se convirtió en maldición. La Tierra, en lugar de prosperar bajo su cuidado, se les opuso y se convirtió en su enemiga. En vez de hablarle y gobernarla como reyes, Adán y Eva la labraron como esclavos, con sudor y esfuerzo que apenas les permitía subsistir. ¡Menuda caída! Adán tuvo el poder suficiente para dominar la Tierra entera y bendecirla; pero después de la entrada del pecado, apenas pudo mantenerse con su propio huerto. Aún así, Dios no renunció a su plan original. Nunca lo hace. No hay sombra de variación ni cambio en Él. Una vez
que se decide hacer algo, no se detiene hasta llevarlo a cabo. No nos sorprende, entonces, que unos capítulos más adelante, en Génesis 12, lo vemos restableciendo la Bendición que Adán desechó. Otra vez aparece ofreciéndosela a un hombre que estuvo dispuesto a obedecerle y a establecer un pacto con Él. Así es como lo encontramos diciéndole a un hombre llamado Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandecerétu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra (Gn. 12:1-3).

De generación en generación

No hay duda al respecto. No fue cualquier bendición lo que Dios le ofreció a Abram. Era la Bendición, la misma que recibió Adán, la misma capacidad divina y unción creativa que permitió el florecimiento de toda virtud y prosperidad dondequiera que Adán iba. Al igual que en Génesis 1, Dios volvió a ofrecerle a un hombre el poder de bendecir la Tierra entera.
Abram no respondió como Adán. Él no dejó escapar la bendición, sino que la recibió con reverencia y empezó a obrar conforme a ella por fe. Incluso la enseñó y la transmitió a sus hijos. ¿Cuál fue el resultado? Las condiciones del huerto de Edén empezaron a desarrollarse en la vida de Abram. Así
como Dios aparecía en el huerto para gozar de la compañía de Adán y Eva, Dios empezó a visitar a Abram y a hablar con él. Su relación era tan fuerte e íntima que Dios se refirió a Abraham (el nombre que Dios le puso) como
su amigo. El cuerpo de Abraham también empezó a reflejar las condiciones del huerto. La Bendición lo renovó y rejuveneció hasta el punto de que él y Sara, su esposa estéril, pudieron tener un hijo cuando ella tenía 90 años y él 100. La gran abundancia material característica del huerto de Edén también empezó a manifestarse en la vida de Abraham. Se hizo muy rico en ganado, plata y oro. Dondequiera que él iba, prosperaba en sus finanzas. Por causa de la Bendición, Abraham y los miembros de su casa aprendieron a hacer lo que antes no podían realizar. Por ejemplo, sin entrenamiento militar formal, los siervos de Abraham se convirtieron en guerreros expertos. Abraham venció con apenas 318 siervos a una gran alianza de ejércitos enemigos. Luego liberó a los prisioneros y se llevó todo el botín. La Bendición produjo una y otra vez esa clase de resultados en la vida de Abraham, y no solo él las disfrutó, sino que prosiguieron en la vida de sus descendientes, porque Dios dijo específicamente: “Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti” (Gn 17:7). En virtud de esa promesa, podemos encontrar la Bendición a lo largo de generaciones en las páginas de la Biblia. Podemos verla en la vida de Jacob, el nieto de Abraham, que prosperó y creció contra todo pronóstico. Incluso quienes se propusieron engañarlo en sus empresas solo pudieron aumentar la riqueza de Jacob. Su familia llegó a ser tan numerosa que la región en la que vivían no podía contenerlos. José, el hijo de Jacob, tuvo el mismo éxito a pesar de
enfrentar obstáculos aún mayores. Por ejemplo, cuando sus hermanos lo vendieron como esclavo, la Bendición lo facultó para convertirse en el capataz de todas las propiedades de su amo. Más adelante, cuando fue encarcelado debido a las mentiras de una mujer inescrupulosa, la
Bendición lo exaltó hasta que estuvo a cargo de todo el lugar. Al fin, cuando la cárcel no podía detenerlo más, la Bendición lo llevó al palacio, donde llegó a ser la mano derecha de faraón y primer ministro de toda la nación de Egipto.

Si usted es hijo de Dios nacido de nuevo, su identidad, su capacidad y su llamado son parte de la Bendición.

 

+ Prédicas Escritas | Kenneth Copeland