Palabra Del Aliento Para Bendecirte Hoy

Palabras de Aliento

 

El miedo al desaliento

 

Por John Maxwell

La tormenta dentro de nosotros que puede provocar que nuestra actitud se estrelle es el miedo al desaliento.

 

Elías es uno de mis personajes favoritos de la Biblia. Nunca un hombre de Dios tuvo un momento de mayor alegría que el que tuvo en el Monte Carmelo. Persistencia, fe, poder, obediencia y oración efectiva caracterizaron a Elías cuando estaba frente a los adoradores de Baal. Pero esa victoria de 1 Reyes 18 fue seguida por el desaliento de 1 Reyes 19.

Su actitud cambió de persistencia delante de Dios a inculpamiento a Dios por sus problemas. El temor reemplazó a la fe.

El poder desapareció frente a la lástima, y la desobediencia reemplazó a la obediencia. ¡Cuán rápidamente cambian las cosas! ¿Le parece esto familiar? Lea 1 Reyes 19 y descubra cuatro pensamientos sobre el desaliento:
Primero, el desaliento lastima nuestra imagen.

Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres (v. 4).

El desaliento nos hace vernos menos de lo que somos. Esto llega a ser más grave cuando nos damos cuenta que no podemos actuar de una manera incongruente con la forma en que nos vemos a nosotros mismos.

Segundo, el desaliento nos hace evadir nuestras responsabilidades:

Y allí se metió en una cueva donde pasó la noche. Y vino a él palabra de Jehová, el cual le dijo: ¿Qué haces aquí Elías? (v. 9).

Los elías de la vida se forman en los montes carmelos, no en las cuevas. La fe nos hace ministrar. El temor nos trae solamente miseria.

Tercero, el desaliento nos hace culpar a otros por nuestros apuros:

El respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida (v. 10).

Cuarto, el desaliento empaña los hechos:

«Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron» (v. 18).

De uno a siete mil. No hay duda: El desaliento había significado un número en este gran profeta. Y si eso sucede a los grandes hombres, ¿qué podemos pensar de nosotros? El desaliento es contagioso.

Tal vez hayan oído la historia del individuo que iba a saltar desde un puente. Un inteligente oficial de policía, lenta y metódicamente, fue hacia él, hablándole todo el tiempo. Cuando estuvo a pocas pulgadas del hombre, le dijo: «Nada puede ser lo suficientemente malo como para que te quites la vida. Cuéntamelo. Háblame acerca de eso». El que iba a saltar le contó cómo su esposa lo había abandonado, cómo su negocio se había ido a la bancarrota, cómo sus amigos lo habían dejado. Todo en la vida había perdido sentido. Por treinta minutos le contó la triste historia al oficial de policía. ¡Entonces ambos saltaron! Todos estamos sujetos a las corrientes de desaliento que pueden arrastrarnos hasta una zona peligrosa. Si conocemos las causas del desaliento, podemos evitarlo con más facilidad. El desaliento viene cuando nosotros:

1. Sentimos que la oportunidad de triunfar se ha ido. La prueba del carácter es ver qué es lo que le puede detener. Necesitamos el espíritu del muchacho de las ligas menores. Un hombre que se detuvo para ver un juego de béisbol de las ligas menores, preguntó a uno de los muchachos cuál era el marcador.
—Estamos menos de dieciocho a cero —fue la respuesta. —Bien —dijo el hombre—, quiero decirles que no se desanimen.

—¿Desanimarnos? —preguntó el muchacho—. ¿Por qué habríamos de desanimarnos? Todavía no hemos comenzado a batear.

2. Nos volvemos egoístas. Por lo general, las personas desalentadas piensan mucho en una sola cosa: en ellos mismos.

3. No tenemos éxito en nuestros intentos de hacer algo.

Un estudio conducido por la National Retail Dry Goods Association señala que los primeros intentos sin éxito llevan a casi la mitad de los vendedores a cierto fracaso. Ponga atención:

48 por ciento de los vendedores hacen una llamada y desisten.
25 por ciento de los vendedores hacen dos llamadas y desisten.
15 por ciento de todos los vendedores hacen tres llamadas y desisten.
12 por ciento de todos los vendedores insisten e insisten e insisten e insisten. Ellos hacen el 80 por ciento de todas las ventas.

Fui testigo de esto cuando pastoreaba la Faith Memorial Church de Lancaster, Ohio. Teníamos varias rutas de ómnibus y recogíamos cientos de personas para llevarlas a la iglesia el domingo. Cada ómnibus tenía un capitán que llamaba a los pasajeros regulares y a los potenciales el sábado anterior. Límites prefijados definían el área geográfica de cada ruta. Los capitanes no podían salirse de su «territorio» para tomar pasajeros nuevos.
Evelyn McFarland era una excelente capitán. Llevaba a más de cincuenta pasajeros cada domingo. ¿Cuál era su secreto? No aceptaba un «no» como respuesta. Todos los sábados llamaba a cada casa para asegurar otro pasajero más. Sus visitas están registradas en un diario. En una página había escrito: «He visitado esta casa más de noventa veces. Al fin dijeron: Sí». Evelyn entendía que no conquistamos por la inteligencia. Conquistamos
por la persistencia.

4. Carecemos de propósito y planificación.

Otra caraterística del desaliento es la inactividad. Rara vez ve usted a una persona desalentada corriendo y tratando de ayudar a otros. Cuando usted está desalentado tiende a apartarse. Muchas veces el desaliento viene luego de una victoria. Ese fue el caso de Elías. Tal vez necesitaba otro monte Carmelo para levantar su espíritu. Cuando carecemos de propósito carecemos de realización.

La vida de Thomas Edison estaba llena de propósito. Cuando hablaba de su éxito, decía: "Los factores más importantes de la invención pueden ser descritos en pocas palabras. (1) Conocimiento definido de lo que deseamos lograr. (2) Fijación de la mente en ese propósito, con persistencia para buscar lo que se persigue, utilizando lo que se sabe y lo que se puede recibir de los demás. (3) Perseverancia en probar, sin importar las veces que haya fallado. (4) Rechazo a la influencia de los que han tratado lo mismo, sin éxito. (5) Obsesión con la idea de que la solución al problema está en alguna parte, y se encontrará. Cuando un hombre predispone su mente para resolver cualquier problema, puede, al principio, toparse con grandes dificultades, pero si continúa buscando, con toda seguridad encontrará alguna clase de solución. Lo malo que hay con la mayoría de las personas, es que desisten antes de comenzar». Quizás ahora mismo usted se sienta totalmente desalentado, creyendo que es muy poco lo que puede hacer para vencer los sentimientos de frustración e inutilidad. Pero tome "Acción positiva " Enfrente el problema. Cuando se sienta desalentado, actúe. Nada nos libra del desaliento más rápidamente, que dar pasos positivos hacia la solución del problema. Cuenta un poeta que caminando en su jardín vio un nido de pájaro en el suelo. La tormenta había sacudido el árbol y desbaratado el nido. Mientras musitaba tristes sobre la destrucción del hogar del pajarito, levantó la vista y lo vio haciendo uno nuevo en las ramas.

Hace poco leía una breve pero estimulante biografía de Thomas Edison escrita por su hijo. ¡Qué personaje tan sorprendente! Gracias a su genio disfrutamos del micrófono, el fonógrafo, la luz incandescente, la batería de placas, las películas habladas y más de mil otras invenciones. Pero tras todo eso había un hombre que rehusaba desanimarse. Su optimismo contagioso influyó en todos cuantos le rodeaban. Su hijo recuerda una fría noche de diciembre en 1914. Experimentos infructuosos con la batería de placas alcalinas de hierro y níquel, un proyecto en el que trabajó diez años,
habían puesto a Edison en la cuerda floja, económicamente. Estaba solvente sólo por las ganancias provenientes de la producción de películas y discos.
En esa noche de diciembre, el grito de «¡Fuego!» se escuchó por toda la planta. El fuego había brotado en el cuarto de películas. En pocos minutos, todos los componentes almacenados, celuloide para discos y películas y otros artículos inflamables, ardían. Acudieron compañías de bomberos de ocho pueblos cercanos, pero el calor era tan intenso y la presión del agua tan baja que los intentos por dominar las llamas fueron inútiles. Todo
se destruyó. Al no encontrar a su padre el hijo se preocupó. ¿Estaba a salvo? Con todos sus bienes destruidos, ¿cómo estaba su espíritu? Entonces vio a su padre que corría hacia él. «¿Dónde está mamá?», gritó el inventor. «¡Búscala, hijo!, ¡dile que venga y reúna a todos los amigos! ¡Nunca más verán un incendio como este!» En la madrugada, mucho antes del amanecer, con el fuego ya bajo control, Edison reunió a sus empleados y les hizo un anuncio increíble: «¡Reconstruiremos!» Dirigiéndose a uno de sus hombres, le dijo que alquilara toda la maquinaria que encontrara en el área. A otro le dijo que consiguiera una grúa en la Erie Railroad Company. Luego, como se le ocurriera de pronto, añadió: «Oh, a propósito, ¿alguno de ustedes sabe dónde podemos conseguir dinero?»Más tarde, explicó: «Siempre podemos sacar ventaja de un desastre. Lo que ha pasado es que limpiamos un poco de cosas viejas. Ahora construiremos algo más grande y mejor sobre las ruinas». Después de un momento, bostezó, enrolló su saco para que le sirviera de almohada, se acurrucó sobre una mesa e inmediatamente se quedó dormido.

Un Ejemplo positivo

Sucedió en Asia del suroeste en el siglo XIV. El ejército del conquistador asiático, Emperador Tamerlane (descendiente del Gengis Khan), había sido derrotado y dispersado por un poderoso enemigo. El mismo Tamerlane estaba escondido en un pesebre abandonado mientras las tropas enemigas recorrían la comarca. Estando allí, desesperado y vencido, Tamerlane observó a una hormiga tratando de llevar un grano de maíz por una pared perpendicular. El grano era más grande que la hormiga. El emperador contó sesenta y nueve intentos de la hormiga por llevar el granito. Sesenta y nueve veces se le cayó, pero en la número setenta logró empujar el maíz por la pared. Tamerlane se puso de pie de un salto y gritó. ¡Él también triunfaría al fin! Y así fue. Reorganizó sus fuerzas y puso al enemigo en fuga.

+ Prédicas Escritas | John Maxwell