Más de una cárcel
Por el Hermano Pablo :
Se abrieron las puertas de la cárcel en Cartagena, Colombia, para darle entrada a Anita Ríos. Había matado a su esposo Ricardo de una certera puñalada por causa de infidelidad. Eso fue en 1948.
Las puertas de esa misma cárcel se abrieron otra vez en 1989 para dejar salir a Anita Ríos. Había pasado cuarenta y un años en prisión. Salió caminando con la ayuda de su nieta Carmela Muñiz -su nieta y dos bastones-, ya que ahora tenía ciento dos años de edad.
Durante veintiséis años fue bibliotecaria de la cárcel. Siempre observó buena conducta. Por eso, y por sus canas, le redujeron la pena. Pero cuando salió del largo encierro dijo: «No estoy arrepentida de haber matado a mi marido.»
Quiere decir que esta anciana centenaria necesitaba salir de otras prisiones más, no sólo de las paredes y rejas de la cárcel de Cartagena.
Necesitaba salir de la cárcel del rencor. Todavía, cuarenta y un años después, no perdonaba a su esposo. Necesitaba salir de la cárcel de los recuerdos amargos. Durante cuatro décadas rumió en la cárcel su amargura y su despecho. Unió a la cárcel de hierro y cemento la prisión del rencor que acumuló en el alma. En fin, ella necesitaba, a los ciento dos años y antes de que se le acabara la vida, salir de la cárcel del pecado.
No hace falta estar entre rejas para estar preso. Los vicios dominantes y los sentimientos negativos del alma son una cárcel. El juego, el alcohol, las drogas, las relaciones sexuales ilícitas, son cárceles verdaderas. Los temores, los rencores, las antipatías y los odios son cárceles también. Encierran corazón y alma en un círculo estrecho y miserable de tinieblas.
La actitud más sensata es reconocer que vivimos presos en nuestros problemas y pasiones, y que necesitamos clamar por libertad. Y cuando clamamos, Cristo, el gran Libertador, está dispuesto a liberarnos. Pidamos a Dios con humildad que nos dé libertad de la cárcel más agobiante del mundo, la prisión del pecado.
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