Por no querer arrepentirse
Por el Hermano Pablo :
«Les pregunto por última vez: ¿Se arrepienten de lo que han hecho?» Los catorce hombres y una mujer siguieron en silencio.
El rostro del juez estaba tenso. También estaba tenso el rostro de todos los que se hallaban en ese tribunal.
Los catorce hombres y una mujer estaban acusados de espiar para países de occidente en Beirut, Líbano. El tribunal lo había convocado el Concilio Revolucionario Fatah. Y como todas esas quince personas se negaron a arrepentirse, el juez bajó el martillo, que era lo mismo que bajar el hacha: «Sean ejecutados, por no arrepentirse.»
Este caso tiene características eternas porque todo pecado, todo delito, toda fechoría, toda maldad cometida por cualquier persona en cualquier parte del mundo, recibe disminución del castigo si hay arrepentimiento. Pero si no hay evidencia de arrepentimiento, no.
El primer criminal que hubo en la tierra fue Caín, que mató a su hermano Abel. Con todo lo terrible que fue el crimen, Caín pudo haber recibido perdón si se hubiera arrepentido. Pero no se arrepintió, sino que le volvió la espalda a Dios, y se apartó de Dios para siempre.
Todo hombre, toda mujer, comete faltas más de una vez en la vida, a veces leves, a veces graves. Toda falta acarrea culpa. Y la culpa está ahí, pesando como plomo sobre el malhechor. Si la persona se arrepiente de lo que hizo, y pide perdón, lo recibe y siente la carga más ligera. De lo contrario, la carga se vuelve más pesada.
Cuando un niño comete una falta grave, una travesura muy seria, el padre con severidad le dice: «Tienes que arrepentirte y no hacerlo más.» Pero ¿qué del padre o de la madre que cometen una falta peor? ¿No deben arrepentirse ellos también?
El apóstol Pablo dice: «Por tu obstinación y por tu corazón empedernido sigues acumulando castigo contra ti mismo para el día de la ira, cuando Dios revelará su justo juicio» (Romanos 2:5). Dios puede perdonar a cualquier pecador. Pero debe haber arrepentimiento profundo, y fe en Jesucristo, el Salvador de todos.
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