Por Hugo bouter
Nosotros también deberíamos conquistar paso a paso la Tierra Prometida y reclamar la herencia que nos ha sido dada en Cristo.
En 1.º Crónicas 4, hallamos la oración que Jabes eleva para alabar a su Dios, al nuevo Dios que había hallado. Como leemos en estos versículos, él invoca al Dios de Israel. Esto confirma el pensamiento de que como extranjero él se había unido a la nación de Dios y había hallado refugio en el Dios de Israel, tal como en tiempos anteriores lo habían hecho Rahab y Ruth. Jabes comprendió que estaría seguro bajo la protección de este Dios, el Dios vivo y verdadero, por lo cual se encomienda por completo a Él. La oración de este hombre es un testimonio de su gran fe.
La historia de Jabes comienza con dolor y tristeza. La palabra “dolor” es utilizada doce veces. Su madre le había dado el nombre de Jabes (que causa dolor), debido a que ella lo había dado a luz con mucho sufrimiento (v. 9c). Jabes pide en oración ser librado del daño del mal (v. 10d). Aun cuando fue un hijo nacido del dolor, él fue prominente entre sus hermanos. Leemos que incluso fue más ilustre que sus hermanos (v. 9a). Jabes nos hace pensar en Benjamín, quien fue llamado por Raquel “hijo de mi aflicción”, pero a quien Jacob llamó “hijo de mi diestra” (Génesis 35:18). El sufrimiento y la aflicción son consecuencias del pecado del hombre (“con dolor darás a luz los hijos”, Génesis (3:16).
Pero a estos sufrimientos les sigue la gloria: la gloria de Dios que se revela en toda la tierra, la gloria que a la diestra de Dios es ahora real para la fe. Esto fue real para Benjamín, como también lo fue para Jabes. Pero por sobre todo, es aplicable al Señor Jesús, y a nosotros, cristianos, también.
Los sufrimientos de la cruz fueron seguidos por la exaltación de Cristo a la diestra de Dios en los cielos. Como creyentes, también somos llamados a participar de los sufrimientos de Cristo, y debido a que el Espíritu de gloria reposa sobre nosotros, sabemos que un día seremos glorificados juntamente con Cristo (1.ª Pedro 4:13,14).
Detengámonos en algunos detalles de la oración de Jabes. Podemos dividirla en cinco partes: La primera parte es: “¡Oh, si me dieras bendición…!”
Jabes reconocía que el Dios de Israel al que él estaba invocando era la Fuente de toda bendición. Como también nos enseña Santiago: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces…” (Santiago 1:17). Jabes, conciente de esto, tenía una gran fe y podía entonces orar por una bendición abundante. Sin lugar a dudas, su fe no fue despreciada.
Esto mismo puede aplicarse a nosotros. Nuestro Señor, en su gracia, nos ha dado vida, y vida en abundancia (Juan 10:10). Como cristianos sabemos que hemos sido bendecidos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo (Efesios 1:13).
Todo esto nos conduce a considerar la segunda parte. Jabes oraba para que su territorio fuera ensanchado. Cristo se hizo pobre para que nosotros fuéramos enriquecidos. En Él, en el Hombre que está a la diestra de Dios, nosotros tenemos una herencia celestial.
Poseemos un rico campo de bendiciones espirituales y eternas en los lugares celestiales, un hogar mucho mejor que la tierra de Canaan. En este sentido, todos los creyentes somos «hacendados» que esperan un ensanchamiento de su territorio. Hallamos un hermoso ejemplo de esto en el Antiguo Testamento, cuando Josué recibió la promesa: “Yo os he entregado, como lo había dicho a Moisés, todo lugar que pisare la planta de vuestro pie” (Josué 1:3). Nosotros también deberíamos conquistar paso a paso la Tierra Prometida y reclamar la herencia que nos ha sido dada en Cristo.
Cuando Él nos otorga la victoria sobre nuestros enemigos, podemos decir como Isaac: “Porque ahora Jehová nos ha prosperado, y fructificaremos en la tierra” (Génesis 26:22c).
En este sentido es que Jabes deseaba ensanchar su territorio. Acsa, la hija de Caleb, tenía un deseo similar. Ella pidió tierras y también fuentes de aguas (Josué 15:18,19; Jueces 1:14,15). Y a ella se le concedió lo que pedía. De la misma manera leemos aquí acerca de Jabes: “Y le otorgó Dios lo que pidió”. Dios desea bendecirnos; es su deseo porque Él nos contempla, en Cristo, favorablemente.
En tercer lugar, Jabes le ruega a Dios: “…y si tu mano estuviera conmigo…” Él no confiaba en sus propias fuerzas ni en su conocimiento, sino que descansaba en la ayuda y la guía de Dios. Él deseaba ser llevado por la mano de Dios, de manera que pone —por así decirlo— su mano en la mano de Dios. Jabes conocía muy bien los milagros que esas poderosas manos eran capaces de hacer. Con “mano poderosa” Israel había sido librada de Egipto y traída a la tierra de Canaan (Éxodo 6:1; 14:8). ¿Acaso la mano del Señor puede acortarse? (Números 11:23). “La mano de Dios es para bien sobre todos los que le buscan” (Esdras 8:22).
¿Hemos puesto nuestra mano en la mano de Dios? ¿Reconocemos que el Señor está a nuestro favor y que por lo tanto todos los poderes que nos hostigan deben retroceder? (Romanos 8:31).
“Y me libraras de mal”, es la cuarta parte de la oración de Jabes. Esta expresión puede interpretarse de dos maneras: el mal como pecado o el mal como algo que nos daña, por ejemplo, algo adverso. Nosotros no seremos guardados siempre de recibir daños. Para los israelitas, sin embargo, la prosperidad terrenal era una clara señal del favor de Dios. Cuando un israelita era protegido de sufrir daños, esto significaba que la mano de Dios estaba sobre él. Para nosotros, que somos cristianos, las cosas son muy diferentes ya que nuestras bendiciones pertenecen a otro nivel, tienen un carácter espiritual y celestial. No obstante, como discípulos de Cristo, también debemos pedir en oración que seamos guardados de la tentación y librados del mal (cfr. Mateo 6:13). En cuanto al mal en el sentido de cometer actitudes o hechos pecaminosos, también es nuestra responsabilidad huir de tales males (cfr. Job 1:1).
Todos estos conceptos pueden ser aplicados a la quinta parte de la oración: “Para que no me dañe” o “para que no me cause dolor” (V.M). Es muy triste que las personas cedan al mal y luego sean traspasadas con muchos dolores (1.ª Timoteo 6:10). El Señor desea protegernos de todo esto, pero debemos caminar con Él. No obstante, vivimos en una creación sujeta a la futilidad, en un valle de lágrimas y de dolores, de manera que, tarde o temprano, hallaremos en nuestros caminos dolores y tristezas
Pero, si nos encomendamos al Señor, el daño nunca más nos provocará “dolor”.
La oración de Jabes, que seguramente tiene mucho más para enseñarnos, fue contestada. El versículo 10 concluye: “Y le otorgó Dios lo que pidió”. Dios escucha nuestras oraciones: estemos absolutamente seguros de ello. ¡Es el feliz mensaje que resuena en estas palabras finales y que nos alienta a seguir el ejemplo de Jabes!