Por Howard Andruejol
Especialidades Juveniles
Si alguna vez has estado enamorado(a), entonces has podido conocer una de las sensaciones más maravillosas que existen en la vida. En ocasiones suelo preguntar en mis conferencias si la audiencia cree que es bueno o es malo enamorarse, a lo que generalmente responden positivamente. Luego, yo suelo afirmar, “Pues fíjense que no. Enamorarse no es bueno… ¡es buenísimo!”.
No obstante, si has tenido que experimentar la desilusión de (lo que en esta ocasión llamaré) un “amor imposible”, entonces has cargado con uno de los conflictos emocionales más complicados que existe. He tenido la oportunidad de platicar con muchos jóvenes y señoritas que se encuentran en una relación “equivocada”, o sencillamente “enamorados de la persona incorrecta”, y no saben cómo lidiar con el asunto (y te confieso algo… he pasado por allí; sé que no es fácil). Quizás sea un muchacho que ha sido rechazado por su novia; o una señorita cuyo novio es abusivo con ella, o tal vez alguien que está enamorado de una persona comprometida. En estos, y tantos casos más, suelo escuchar de ellos “yo sé que no está bien” o “entiendo que debemos terminar” aunque luego agregan la frase épica que complica toda su existencia “¡pero estoy enamorado de ella!”, o bien “¡pero no puedo dejar de quererlo!”. Siento, luego existo.
Recuerdo una ocasión en la que, junto a un equipo fantástico de jóvenes, nos disponíamos a llevar a cabo un proyecto misionero en nuestra ciudad. Todos estábamos preparados, simplemente esperando instrucciones para comenzar el evento. A mi parecer, todos estábamos enfocados muy bien en la misión, hasta que comencé una breve conversación con un joven a quien llamaré Sergio. Este era un muy buen muchacho, líder, comprometido con el Señor, y novio de una chica que llamaré Pamela. Todo inició con una inocente pregunta como “¿Y qué tal va todo con Pamela?”, y siguió con la trágica narración de una relación que había terminado. Pamela había decidido en esa semana concluir su noviazgo con Sergio. Poco a poco, él comenzó a contarme lo que había sucedido, a describirme su confusión, a expresarme sus sentimientos por ella. Poco a poco, Sergio dejó que sus emociones tomaran el control de nuestra conversación, y terminó gritando, a gran voz, con llanto incontrolable (como si alguien hubiese fallecido trágicamente) frente a toda la gente que nos estaba viendo, “¡es que yo todavía la amo!”. Nunca olvidaré esa escena pública. Para mí y para el resto de los presentes, fue una situación sumamente incómoda (por no decir vergonzosa), no solamente por el momento en que sucedió, ¡sino porque Pamela estaba a pocos pasos de distancia y escuchó los alaridos de mi amigo! Para Sergio, sencillamente era la realidad de lo que sentía, y no lograba recuperar el control.
A veces, nuestras emociones pueden ser muy fuertes, y permitimos que dominen incluso nuestros pensamientos o nuestra conducta, al extremo de hacer cosas que luego nos darían mucha pena (como en el caso de Sergio). O tal vez después nos sentimos mal por las decisiones que hemos tomado o actitudes que hemos tenido.
En ocasiones, los sentimientos son tan reales, que no sabemos cómo controlarlos, o cómo librarnos de ellos. Entendemos lo que debemos hacer, pero no lo logramos porque nuestro corazón nos dice lo contrario. Siento, luego existo.
Creo que esto constituye uno de los líos más complicados con los que tenemos aprender a luchar. Si no maduramos (rápidamente) en nuestra vida emocional, cuatro cosas van a suceder: (1) vamos a andar cargando un peso encima (que no deberíamos llevar), (2) vamos a dañar nuestras relaciones (incluso las que tanto valoramos), (3) perderemos de vista nuestras prioridades de la vida (porque nuestros sentimientos serán lo primordial) y (4) caeremos en una espiral descendiente (sintiéndonos cada vez peor por manejar inapropiadamente la situación). Puedo afirmarlo, por observación y por experiencia.
Así que, si estás enamorado(a) y sabes (no sientes… e-n-t-i-e-n-d-e-s) que necesitas hacer un cambio al respecto (que es lo correcto y saludable), permíteme sugerirte tres decisiones que debes comenzar a tomar ahora. No hay un camino fácil; no existe una solución rápida. Enamorarse es sencillo; des-enamorarse no.
1. YA NO INTENTES CAMBIAR TUS SENTIMIENTOS; CAMBIA MEJOR TUS PENSAMIENTOS.
He aprendido que Dios no espera tanto que cambiemos cómo nos sentimos, sino anhela una transformación real de nuestra forma de pensar:
No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta. (Romanos 12:2)
Finalmente, hermanos, piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo que merece respeto, en todo lo que es justo y bueno; piensen en todo lo que se reconoce como una virtud, y en todo lo que es agradable y merece ser alabado. (Filipenses 4:8).
La razón es doble: por un lado, es imposible cambiar un sentimiento voluntariamente (por ejemplo, si en este momento te encuentras feliz o triste, ¿sería posible simplemente decirte que cambies eso en este instante?), y por el otro, son los pensamientos quienes dan nacimiento a los sentimientos (antes de una emoción en el corazón, siempre existió una idea en la mente).
Por lo tanto, asegúrate de invertir tiempo en alimentar tu cerebro con los principios correctos. Quizás necesites dejar de escuchar esas canciones “románticas” (o mejor dicho, depresivas… ¿Te has dado cuenta que en todas esas canciones las cosas siempre terminan mal?) o dejar de ver esas películas románticas (que solo te recuerdan que tu historia amorosa no siempre tiene un final feliz).
2. YA NO INTENTES OLVIDAR; PIENSA MEJOR EN ALGO MÁS.
Si alguna vez te escuchaste decir (o al menos lo pensaste) “es que no puedo dejar de pensar en él(ella)”, quiero contarte dos noticias (una buena y una mala). La mala (que no es tan mala realmente) es que en efecto, no has sido diseñado para olvidar. Tenemos la capacidad de recordar, y podemos estimular nuestra memoria; pero no tenemos la capacidad de olvidar conscientemente. ¿Recuerdas que almorzaste ayer? Si, pues… ahora mismo, te ordeno que lo olvides. ¿Pudiste? Yo tampoco. Por ende, cada vez que te propones ya no recordarlo(a), ya no pensar en él(ella) estás proponiéndote algo virtualmente imposible. Entre más te repitas “ya no voy a pensar en eso”, ¿adivina qué? ¡Más vas a pensar en eso! Más recuerdos románticos, más momentos juntos, más preguntas, más confusión, más frustración.
En cambio, la buena noticia, es que puedes conscientemente enfocar tu mente y trabajar en un proceso de sustitución. De hecho, este es uno de los ejercicios sumamente importantes en nuestra peregrinación espiritual. La Biblia presenta este cambio, como el proceso de despojarnos y revestirnos. Constantemente debemos estar eliminando lo negativo o pecaminoso y luego agregar lo positivo o santo:
Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad. (Efesios 4:22-24)
¿Alguna vez te has dado cuenta que después de un día tan ocupado, tan enfocado, no tuviste ni tiempo de pensar (ni sentir) en él(ella)? No fue porque te propusiste olvidar; fue que concentraste tu mente en algo más.
Por cierto, aquí sería muy pertinente hacer una advertencia y aclaración. No estoy promoviendo ni predicando a favor del dicho común “un clavo saca a otro clavo”. El hecho que busques (emocionalmente) a alguien más para olvidar a tu “amor imposible” no creo que resuelva mucho el problema… más bien genera el potencial de causarte más líos.
Lo que estoy tratando de decir es algo similar al dicho “para un niño con un martillo, todo el mundo parece un clavo”. Según sean los pensamientos que tengas en tu mente, así será la perspectiva que tengas de tu vida, así será la interpretación de tus relaciones, así tomarás decisiones, así experimentarás tus emociones. Por eso, asegúrate de despojarte y revestirte, para mantener tu mirada enfocada en las cosas de arriba (Colosenses 3:1,2).
3. YA NO INTENTES ENTENDER; PIENSA MEJOR EN OBEDECER.
Uno de los asuntos que me doy cuenta no ayudan mucho en el proceso de des-enamorarse, es el continuar haciéndonos preguntas cuyas respuestas parece no vamos a obtener. “¿Qué fue lo que sucedió?”, “¿Qué hice mal?”, “¿Por qué me pasa esto a mí?”, “¿Y qué pasaría si…?”, “¿Será que algún día…?”, “¿Será que él(ella) estaba realmente enamorado(a) de mí?”. Todas estas son buenas interrogantes (interesantes) pero no necesarias para la subsistencia.
Buscar las respuestas a las preguntas imposibles, es como ver a un perro corriendo en círculos tratando de alcanzar su cola. Con mucho cariño y respeto, te pregunto: ¿Vas a avanzar o vas a seguir dándole vueltas al asunto? Lo que realmente te va a brindar libertad, no es contestar preguntas interesantes; es obedecer:
Viviré con toda libertad, porque he buscado tus preceptos. (Salmos 119:45)
Un par de sugerencias prácticas quizás puedan ayudarte. Por un lado, ¿qué tal si clasificamos todas estas interrogantes en la categoría de “utopías” (el lugar que no existe)? Si nunca van a existir respuestas, entonces mejor enviemos esas preguntas al lugar del “no”, soltémoslas y avancemos en proceso de la vida que Dios sigue anhelando para nosotros. ¿Cruel? No. Realista. (Por si te lo estás preguntando, sí, tengo un par de preguntas clasificadas en esta categoría. Y allí las dejaré.)
Por otro lado, te sugiero contar con un(a) confidente, consejero(a), es decir, una persona espiritualmente madura, de tu mismo sexo, quien pueda pedirte cuentas de tu avance en la obediencia que Dios está pidiendo de ti. Todos necesitamos apoyo, particularmente cuando las cargas son pesadas (Eclesiastés 4:9,10; Gálatas 6:2). Así que no tratas de pelear con tus desobediencias o tus problemas en soledad. Busca apoyo y evaluación de personas que son fuertes en esa área. Nunca olvides que en medio del bosque, cuando hay un incendio es difícil encontrar la salida; alguien que está afuera, desde la montaña, te puede orientar muy bien.
Toda relación siempre es alimentada por la comunicación. Entre más tiempo pasas con alguien, entre más platican, más cercana, estrecha, fuerte es la relación. De igual manera, si necesitas terminar una relación, dejarla ir, concluir, entonces, debes limitar todo tiempo de comunicación y tiempo juntos. No se trata de ser descortés, sino de tener la madurez para hacer un cambio.
Dios anhela que todas tus relaciones le glorifiquen, que puedas disfrutarlas siempre al máximo. Lo mejor es pues nunca comenzar algo que algún día tendrás que terminar. No obstante, si debes vivir el dolor de des-enamorarte, que esto sea una escuela que forme tu carácter, que te lleve a la madurez, y que te prepare para hacer las cosas bien. Como suele decir mi amigo Jim Burns, “tenemos que aprender a pagar el precio de la disciplina o a pagar el precio del remordimiento”.