Por Myles Munroe
La libertad es una responsabilidad que solo los maduros pueden aceptar y sobrellevar. Se da en nuestra mente cuando aceptamos nuestra responsabilidad de avanzar y permitir el reacondicionamiento de nuestro pensamiento opresivo. Quienes no avanzan viajan en interminable círculo porque nada cambia de verdad hasta tanto cambie la mente.
Leí un informe sobre un científico que estudia el poder del condicionamiento. El equipo de este científico ató a un perro a un poste. Luego pusieron su alimento justo fuera de su alcance. Cuando el perro intentaba llegar a la comida, se lastimaba, porque su correa no era lo suficientemente larga. Cada vez que tironeaba para llegar a la comida, sentía dolor. A la cuarta semana de este cruel experimento, el perro permanecía junto al poste. Ni siquiera intentaba llegar a la comida. Durante la quinta semana le quitaron la correa y lo ubicaron a sesenta centímetros del alimento. Pero el perro permanecía cerca del poste. El animal se negaba a acercarse a la comida. Había sido condicionado por el dolor que le impedía buscar el alimento que ahora era libre de comer, porque creía que no podría hacerlo.
Este experimento, cruel como es, demostró que cuando la mente del animal está condicionada, vivirá dentro de las limitaciones impuestas por el condicionamiento, aún después de ser librado del mismo. También ilustra con claridad el problema que Dios tuvo con los hijos de Israel. Estaban sometidos a la esclavitud, atados al poste de Faraón, como lo habían estado durante cuatrocientos treinta años. Luego, un día Dios envió a un hombre llamado Moisés para que quitara la correa y los dejara libres. Y este liberó a Israel de la mano de su opresor. Pero liberarlos de sus pensamientos de opresión fue algo totalmente diferente.
La razón por la que Dios se negó a llevar a los israelitas directamente a Canaán después de su liberación, fue porque seguían mentalmente siendo esclavos de Egipto.
Si bien habían sido liberados, todavía no eran libres. Así que Dios debió lidiar con sus mentes aunque sus cuerpos estaban ya libres de la opresión. Esta ilustración capta el principio que se aplica a las personas, las comunidades y las naciones: las condiciones determinan la conducta hasta que son interrumpidas por una fuerza externa.
El componente importante que falta en la vida de muchas creyentes y comunidades cristianas es la base del conocimiento sobre la administración. No hemos aprendido a dominar la irresponsabilidad que nos legó Adán, y hemos malinterpretado y administrado mal nuestro llamado a gobernar la Tierra.
Para muchos de nosotros el cielo es el objetivo y la opresión es nuestro modo de pensar. Como los hebreos en la antigüedad, marchamos en círculo sin ver la buena vida en la Tierra. Mientras tanto podremos hablar en lenguas, pero no sabemos hablar con el banquero. Podemos saltar y danzar «en el Espíritu», pero no sabemos manejar nuestras propias vidas.
Hay cristianos supuestamente exitosos que tienen título y posición en grandes compañías, pero no pueden manejar a su propia familia. Ganan muchísimo dinero al año, pero siguen dando vueltas en el desierto cuando se trata de amar a sus esposas. Han aprendido a ganar y administrar el dinero, pero no saben manejar sus hogares. El Salmo 127:1 dice: «Si el Señor no edifica la casa, en vano se esfuerzan los albañiles». Dios ha designado plenitud para cada uno de nosotros.
El fin de la creación
La libertad –lo que es y lo que no– es el principio central de la relación original de Adán. En el relato de Génesis, Dios el Creador puso al hombre en el Jardín y dijo: «Eres libre».
«Y [Dios] le dio este mandato: ‘Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás'» (Génesis 2:16-17, énfasis añadido).
Dios declaró que el hombre era libre y le dio trabajo. La libertad es algo básico en la voluntad de Dios para el hombre. Adán era libre de producir, duplicar, multiplicar y fructificar todo lo que Dios le había dado para hacer, pero no era libre de violar la ley de Dios. Dios puso solo un elemento en el Jardín para mantener la obediencia del hombre: al árbol del conocimiento del bien y del mal. Imagine los millones de árboles que Dios había creado y, sin embargo, puso un cartel de «no pasar», frente a uno solo. Esto era necesario para poder activar la voluntad del hombre por medio del poder de elección.
Quizá usted haya construido una linda casa al borde del desierto de Sinaí. Se siente cómodo en su opresión, pero sabe que Dios tiene mucho más reservado para usted. Ha dejado de creer en los milagros porque ya no los ve. No ha escuchado a los mentores que se le asignaron en la vida. Y no ha sido fiel a La Palabra de Dios. Ha sido liberado pero aún no es libre. Y sabe que hay más en la vida, más que esto.
No hay forma de entrar en la libertad sin soportar el peso de su responsabilidad. Si quiere ascender al puesto de gerente, debe estar dispuesto a aceptar la responsabilidad de esta posición. El precio de la responsabilidad requiere de más tiempo, talento, energía, iniciativa y sustancia. El título es bueno; la paga, maravillosa; pero la carga laboral es siete veces mayor. Tiene que estar allí todos los días antes que todos los demás, y será el último en dejar la oficina. Si algo sale mal, lo llamarán a usted, de día o de noche. Si el caño de agua se rompe a las 03:00, recibirá una llamada de teléfono.
Es fácil ser encargado de limpieza, porque puede irse a las 17:00. Cuando trabaja como empleado, a veces podrá salir a almorzar y tardar mucho tiempo, porque casi nadie se dará cuenta. Pero si quiere progresar debe madurar a la responsabilidad de la libertad, porque hay un costo.
Liberarse del opresor no garantiza que nos liberemos de la opresión. Pero la responsabilidad sí nos da esta garantía. La responsabilidad hace que decidamos esforzarnos para levantarnos más temprano y trabajar todo el día hasta terminar con la tarea. Y esto es lo que nos permite hacer la libertad cuando sinceramente queremos ser libres de veras.
Hay mucha gente que desperdicia su vida como prisionero de su propia celda. Las palabras de libertad de Cristo quizá estén pegadas en las paredes de su sala. Pero muchos viven en su celda con la puerta abierta de par en par, esclavizados por el espíritu de opresión que los tenía atados antes de aceptar la liberación.
La palabra evangelio significa «buena nueva, buen informe, buen heraldo o buena información». La buena nueva del reino es que Jesús convierte nuestra liberación en libertad.
Cuando una persona nace de nuevo, el Espíritu de Dios «re-crea» su ser interior y habita allí. Pero la libertad que nos llega a nuestra mente y nuestras acciones depende enteramente de nosotros. Somos libres de salir de nuestra celda, y somos libres de permanecer allí, porque de acuerdo al evangelio de Cristo nadie es puesto es libertad automáticamente.
El gran apóstol Pablo escribió: «Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes y no se sometan nuevamente al yugo de esclavitud» (Gálatas 5:1).
A medida que la Iglesia, las naciones y las personas viajan por el camino de la responsabilidad, es importante entender que muchos hemos sido condicionados por nuestra anterior opresión. Nuestro condicionamiento social, económico y religioso nos ata a un poste invisible, lo cual nos impide avanzar en los asuntos de Dios. La puerta de la cárcel está abierta, pero igualmente seguimos allí sentados, oprimidos y atados.
Es por esto que Pablo nos dice que estemos firmes en contra del condicionamiento, para renovar nuestras mentes al cambiar nuestro viejo modo de pensar.
¡Adiós, Egipto!
Ahora, aquí está el punto de la cuestión: cuando algunos se iban de Egipto, llevaban sus viejas tablas de lavar ropa con ellos. Cuando llegaban a Canaán, llevaban las tablas a lavar al lavadero automático, las ponían dentro de la máquina y comenzaban a lavar. Ni siquiera pensaban para qué servirían los botones y relojes de los comandos. Las maravillas electrónicas estaban frente a sus ojos, pero estaban tan condicionados a la esclavitud que ni siquiera se preguntaban qué será esto nuevo que hay delante de sus narices.
Esta es una buena ilustración de lo que significa estar libre pero no ser libre. Las máquinas de lavar la ropa hacen todo el trabajo con solo apretar un botón. Los dedos arruinados por el agua y el jabón, los brazos dolidos por refregar, son cosa del pasado. Pero cuando el pasado consume nuestro presente, da lo mismo. El lavadero automático es un nuevo lugar donde podemos hacer lo mismo que hacíamos en el río. Es el tipo de pensamientos opresivo que Dios quiere que dejemos atrás. Claro que es difícil cambiar; sin transformación mental, todo lo que hagamos para «cambiar» quizá solo produzca un nuevo lugar donde haremos lo que hacíamos antes.
Hay millones de personas hoy que siguen atadas al poste, o que friegan la ropa en el lavadero automático, a causa del opresivo condicionamiento pasado que aún controla su presente. Muchos han sido condicionados para decir: «No puedo ser santo; soy un gusano que espera por el cielo. Espero poder entrar, porque por cierto no puedo ser justo en la Tierra. ¿Qué comeremos esta noche en la prisión? No puedo ser yo mismo. No puedo ser liberado. No puedo ser sanado. No puedo ser libre».
Están tan acostumbrados a creen en esas mentiras, que cuando Dios les dice que son libres no pueden creerlo. Siguen sentados en su celda, oyendo la buena nueva de la libertad del evangelio, pero sin creer lo que oyen.
Millones de personas están atadas por su pasado. Aunque se les han quitado las cadenas, siguen atadas por las mentiras del condicionamiento egipcio de que jamás podrán salir a caminar en libertad para disfrutar del fruto de su destino. La comodidad de que otros controlen su vida en la esclavitud es demasiado atractiva para muchas personas. Así que se quedan cerca del poste, muriendo de hambre. No ejercitan sus mentes y jamás llegan a conocer lo que hay más allá de las puertas de su cómoda prisión.
El mensaje del Creador en este siglo XXI es: la obediencia exige la responsabilidad de salir de nuestra prisión. Hemos andado sin rumbo en el desierto, nombrando y clamando por las cosas durante ya mucho tiempo. Nuestro viaje gratis ha terminado. ¡Es hora de comenzar a trabajar!
Renueve su mente
Suena asombroso, pero lo único que Dios no podía hacer con los hebreos en el desierto era que cambiaran de mentalidad. Tampoco puede cambiar la nuestra. Nos inspirará con deseos justos y santos, pero Él no nos cambiará. Porque el único que puede cambiar mi mente soy yo mismo, el único que puede renovar su mente es usted mismo. Es por esto que Pablo escribió en su carta a la iglesia cristiana de Roma: «No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta» (Romanos 12:2).
La palabra «transformados» que utiliza Pablo en este versículo es «cambien». Pero esto no tiene nada que ver con nuestro espíritu. La transformación espiritual sucede cuando nacemos de nuevo. Cuando cambiamos de reino renovamos nuestro espíritu. Es la mente lo que debe renovarse antes de que podamos despojarnos de nuestras cadenas de opresión.
El problema es que cuando nacemos de nuevo en el espíritu, seguimos con las viejas tablas de lavar en la mano. Seguimos cargando todo este peso. Seguimos con nuestros viejos patrones de pensamiento. Debemos renovar nuestra mente.
El alma consiste de mente, voluntad y emociones. Nada cambia si no cambia el alma. Es la ley de Dios. Su verdad escrita y activa, su ley, es la que cambia y convierte el alma. ¿Alguna vez oyó decir que «el hombre es lo que come»? ¿Y «alimento para el alma»? Estas dos frases llevan la sabiduría y la clave al cambio y la libertad. Lo que usted dé de comer a su alma determinará su calidad de vida y su grado de libertad.
«La ley del Señor es perfecta: infunde nuevo aliento. El mandato del Señor es digno de confianza: da sabiduría al sencillo» (Salmo 19:7).
El libro de Hebreos nos dice: «Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón» (4:12). El alma está aparte del espíritu del hombre, «re-creada» en el nuevo nacimiento. La palabra «alma» en griego bíblico es psuche, y se refiere al «asiento de los sentimientos, deseos, afectos y aversiones».
El apóstol Santiago escribe: «Por esto, despójense de toda inmundicia y de la maldad que tanto abunda, para que puedan recibir con humildad la palabra sembrada en ustedes, la cual tiene poder para salvarles la vida» (1:21).
El cambio viene a través del reacondicionamiento mental, después del nuevo nacimiento. Así que depende de cada persona la salvación de su alma después de que su espíritu ha nacido de nuevo. Si no lo hacemos, seguiremos junto al mismo viejo poste, en la misma vieja celda para la que nos condicionó nuestra mente carnal antes de que naciéramos de nuevo. Todos debemos renovar y re-entrenar nuestra mente para la libertad.
¿Alguna vez ha dicho usted «necesito un cambio»? En respuesta a esto, muchos personas cambiar de lugar, de país, de trabajo, de cónyuge… para descubrir que siguen frustrados. ¿Por qué? Porque el cambio no depende de dónde vayamos, sino de qué es lo que sabemos. La transformación comienza con la información. Si de veras quiere cambiar, cambie su biblioteca, sus amigos y sus influencias.
Lo que una persona piensa de sí misma es clave para determinar lo que pensará de los demás y de la vida en general. ¿Sabe usted cuál es el problema número uno de Dios en el planeta? Son los humanos con espíritus liberados pero con las mismas mentes oprimidas. Debe soportar mentes viejas y llenas de basura en un reino nuevo y santo, y nosotros somos los que desvalorizamos a Dios, con nuestras malas actitudes y con el modo en que tratamos a los demás y a nosotros mismos.
Dios sabía que no podía llevar a los israelitas directamente a la libertad cuando Moisés los liberó, porque habrían convertido a Canaán en Egipto. Así que se tomó el tiempo para trabajar en sus mentes. Aquellos cuyas mentes no pudo cambiar, fueron enterrados en el desierto.
Solo las personas maduras, dispuestas a pelear y a asumir la responsabilidad por el futuro, darán fruto para Dios en el nuevo milenio. Creo que enterraremos en el desierto a algunas personas porque no están listas para la enorme responsabilidad que nos espera. Seguirán clamando y gritando, o sentadas sin hacer nada, y cuando Dios deje de responder a sus oraciones de bebé, pensarán que Él se ha ido. Entonces murmurarán y morirán en el desierto como sucedió con los israelitas. Dios despertará a muchos de ellos, pero algunos tendrán oídos espiritualmente sordos.
Se necesitan mentes libres y mucho coraje para enfrentarse a Jericó. Se necesita una columna vertebral fuerte para mirar a los reyes amalecitas y declarar: «Los derrotaremos». Se necesitan fortaleza interior para pararse y decirle a Josué: «Podemos tomar la tierra». Es más fácil existir en la esclavitud que vivir en la libertad. Es por esto que muchas personas, comunidades y naciones que han sentido la excitación de la liberación, convierten su celebración en critica, y se enfrentan a la realidad de la responsabilidad.
Deje atrás el pasado
Cuando Dios liberó a los israelitas de Egipto, les dio la oportunidad de ser libres. Pero ellos rechazaron esta oportunidad. Así que Dios los enterró en el desierto y utilizó a sus hijos, no nacidos en Egipto, para que poseyeran la tierra prometida.
La liberación brinda la oportunidad para la libertad, y no el cumplimiento de la libertad. La puerta de la cárcel está abierta, pero debemos decidirnos a salir. Una vez que llegamos al desierto, miremos bien con quién nos juntamos. Si nos juntamos con gente que piensa en la esclavitud egipcia, nos contaminarán. Fue por esta razón que Dios no permitió que los padres circuncidaran a los hijos. Dios no quería que esta nueva generación llevara una marca efectuada por los padres con mentalidad de esclavos. No quería que ningún recuerdo de Egipto les hiciera pensar en su pasado de esclavitud. «Dios les había prometido a sus antepasados que les daría una tierra donde abundan la leche y la miel. Pero los israelitas que salieron de Egipto no obedecieron al Señor, y por ello él juró que no verían esa tierra. En consecuencia, deambularon por el desierto durante cuarenta años, hasta que murieron todos los varones en edad militar. A los hijos de éstos, a quienes Dios puso en lugar de ellos, los circuncidó Josué, pues no habían sido circuncidados durante el viaje» (Josué 5:6-7, énfasis añadido).
A veces me siento y converso con gente mayor, pero hay algunos con los que debo tomar cuidado. Hay quienes solo hablan de su opresión. Y pueden hablar durante horas, siempre de lo mismo. Si uno se queda allá, escuchando, puede llegar a sentir odio por la gente que ni siquiera conoce. Así que tome cuidado; el pasado opresivo de otros puede contaminar su espíritu e inhibir su verdadera libertad.
Nos preocupamos tanto por las realidades del pasado, que nuestro presente y futuro pueden consumirse. Algunas personas están ocupadas dejando atrás su pasado, que no tienen tiempo de vivir su futuro. Pablo nos dice: «Olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús» (Filipenses 3:13-14).
A esto Dios agrega en Isaías 43: «Olviden las cosas de antaño; ya no vivan en el pasado. ¡Voy a hacer algo nuevo! Ya está sucediendo, ¿no se dan cuenta? Estoy abriendo un camino en el desierto, y ríos en lugares desolados» (vv. 18-19). Esto no significa que debamos fingir que el pasado no existe. Sencillamente no debemos permitir que controle, inhiba o condene nuestro futuro.
Esta es la poderosa palabra para la Iglesia del siglo XXI. Hoy nos embarcamos en una era totalmente nueva para la iglesia. Pero para poder avanzar con la guía de Dios debemos mirar nuestras vidas y tomar una decisión responsable de «olvidar las cosas pasadas». No podemos preocuparnos con el modo en que nos trataban o cómo éramos, porque esto solo produce amargura. Debemos considerar toda ofensa pasada como obra de alguien que ignoraba perdonar y seguir adelante. El pasado será tan fuerte como le permitamos serlo. Para los israelitas el olor a cebolla y ajo era más fuerte que su deseo de probar la dulce miel y la leche.
Este es un tema central para la salvación espiritual. Para ser salvo, debe uno volver la espalda al lugar al cual se dirigía y a la gente con quien uno andaba, y tomar la dirección apuesta.
No podemos mirar atrás al desierto ni a Egipto. Esos días de gloria del movimiento carismático han pasado. Saltamos, gritamos, bailamos y caemos por costumbre, porque la unción ya no está. Pero Dios no se ha ido. «Nadie que mire atrás después de poner la mano en el arado es apto para el reino de Dios» (Lucas 9:62). Dios tiene un nivel de responsabilidad para poder avanzar con su llamado. Usted no puede aferrarse a lo nuevo si no deja atrás lo viejo.
Del mismo modo en que Dios llamó a los israelitas, lo llama a usted a ser libre. Es tiempo de madurar. Es tiempo de deshacerse del horrible olor egipcio. Póngase de pie, deje su celda, báñese en la sangre de Cristo una vez más. Deje los sándwiches de cebolla y puerro que comía en El Cairo y lávese con la verdad de La Palabra de Dios. Quítese el olor a ajo.
La iglesia mundial está hoy al borde del desierto. Podemos oír al Jordán que fluye, justo del otro lado de la colina. Estamos cerca del final de nuestra generación y avanzamos hacia la Tierra Prometida, así que es hora de aprender a caminar en nuestra libertad. Es hora de dejar de jugar y romper las cadenas que nos tienen amarrados al poste.
Tomado del libro: En busca de la libertad de Editorial Peniel
"Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora." — Eclesiastés 3:1 (RVR1960)…
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