Padre amado, ven a mí, permíteme unirme a ti, mi alma te anhela, déjame adherirme a ti en alma y cuerpo y andar por tus caminos. Sed tengo de estar en tu presencia, deseo buscarte día y noche y tenerte siempre en mis pensamientos. Quiero proclamar como el profeta Jeremías que Tú, Señor, eres manantial de aguas vivas y de esa misma forma, mi alma busca de ti, tiene sed de ti, del Dios vivo. Que mi boca y mis manos te alaben eternamente Señor, en cada instante de mi vida, mi trabajo, mi esfuerzo, mis palabras y mis pensamientos, que todo, Señor, sea para alabarte y bendecirte eternamente.
Como dice el salmista, tu gracia vale más que la vida, Señor. Tú eres mi Dios, cuan grande es tu gloria y tu fuerza, con tu mano nos libras de todos los males y con tu manto nos cubres de los peligros nocturnos. Te alabo Señor, porque nada me falta, porque solo Tú me bastas, solo Tú me llenas y le das sentido a mi existencia, porque en Ti consigo la felicidad plena.
Cuando atravieso una noche oscura, siento tu protección Señor, siento el cobijo debajo de tus alas, me cuidas como el bien más preciado, me cuidas tal como los querubines que custodiaban el arca de la alianza, como si fuese tu bien más preciado, de esa forma me cuidas Señor. Por eso te alabaré eternamente, en ti el miedo desaparece, el vacío se encuentra con la plenitud de tu presencia y mi mano se sostiene con la fuerza de tu diestra. Por eso Señor, siempre tengo sed de ti y mis labios te alaban eternamente jubilosos, al igual que el salmista me sacias como de enjundia y manteca. Tu palabra riega mi tierra reseca y sacia mi sed, pues como dice tu palabra “No solo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca del Señor”.
Ven a mi también, Señor, para sanarme. Permíteme lavar mis heridas en tu manantial, al madrugar permíteme ponerme en tu presencia y tomar de tu agua viva, quita mi resequedad, Señor, no permitas que salgan en mi más grietas, no permitas que la vida diaria me cause más heridas, protégeme del mal, pero también de mí mismo, de los engaños del corazón, de dejarme seducir por el mundo, de abandonar tus caminos. Dame del agua viva que brota de Ti y que ya no desee más los bienes materiales que tanto corrompen al hombre, que no desee los bienes que, como dice tu palabra, se los comen las polillas y los gusanos; más bien, que se acabe en mí el deseo de poseer, has que mi corazón se confíe más a ti y se contente con lo que tiene; que mi confianza en ti, Señor, me permita seguirte con un corazón más dispuesto.
Te pido Señor, que seas mi auxilio en todo momento, que me des de tu sabiduría, que me ayudes a discernir lo bueno de lo malo, me des la fuerza para no caer en las tentaciones. Cúbreme Señor y permíteme reposar debajo de tus alas, sostenme con tu mano y permíteme estar siempre unido a Ti.
"Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora." — Eclesiastés 3:1 (RVR1960)…
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