Cuando aceptamos a Dios en nuestras vidas, nos liberamos del yugo del pecado y nos convertimos en hijos de Dios. Él nos libera de la esclavitud de nuestros propios deseos y nos da la fuerza para resistir las tentaciones del mundo. La verdadera libertad se encuentra en su amor, en su perdón y en su presencia constante en nuestras vidas.

Por lo tanto, podemos estar seguros de que, si confiamos en Dios y seguimos su camino, Él nos dará la verdadera libertad del mal. Podemos vivir nuestras vidas con la seguridad de que su amor nos guía y nos protege, y que siempre estará ahí para nosotros cuando lo necesitemos. Así que, hoy, dejemos que Dios nos libere del mal y nos guíe hacia la verdadera libertad que sólo Él puede ofrecer.

Oración: