“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado.” Juan 15:1-3 Versión Reina Valera.
Señor, has usado el símbolo de la vid, para recordarnos que por nuestra fe estamos unidos a ti y que tu Santo Espíritu vive en nosotros. Tu pueblo, durante la historia de la salvación, la has llamado como una vid, limpiaste sus terrenos y plantaste tu pueblo, para que echaran raíces y llenasen el país.
Hoy, Señor, con tu poder nos has hecho parte de ese pueblo santo, y la demostración de sacrificio que nos dejaste desde antes de la venida del Mesías, en el salmo 22, donde nos instruías acerca de cuantas aflicciones tendríamos en el mundo, como dicen los versos 9-11, de la versión Reina Valera.
Pero tú eres el que me sacó del vientre;
El que me hizo estar confiado desde que estaba a los pechos de mi madre.
Sobre ti fui echado desde antes de nacer;
Desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios.
No te alejes de mí, porque la angustia está cerca;
Porque no hay quien ayude.
Nos has regalado la salvación, pues no es por nuestras obras que somos salvos, sino por la gracia de tu misericordia, que aún siendo nosotros inmerecedores de todos los bienes, Tú, Señor, has dado tu vida para salvarnos; Gracias.
Ahora, Tú, Señor, eres la vid verdadera, la que hace crecer todos los frutos y nosotros, agregados como ramas a ti, nos llenamos de tu amor y nos hace crecer abundantes frutos (todos según su capacidad, como dice la palabra); Que sepamos siempre tener una relación contigo, trabaja en nosotros como el labrador, que riega la tierra, que la acomoda para hacerla próspera, trabaja así con nuestro corazón y riéganos con tu Espíritu, para que en nosotros, que somos los pámpanos, siempre haya fruto. Límpianos, Señor, de todas las partes secas de nuestro ser y haznos cada vez más abundantes en frutos, que de nosotros brote la justicia, el amor, la paz, la entrega, el dominio de si mismo, el gozo en la palabra de Dios y el respeto hacia nuestros hermanos. Haz llenar en nuestros corazones todos los dones del Espíritu: ciencia, sabiduría, inteligencia, el don de consejo, de fortaleza, piedad y el temor y respeto a tu Santo Nombre; para que de esa manera nos mantengamos en una relación pura y directa contigo, Señor.
Tú, nos has llamado a plantar nuestras raíces, o mejor dicho, unirnos directamente a Ti, no nos llamas a un templo, sino a identificarnos en ti; Señor, que nuestros frutos nos lleven a compartir en unión fraterna con nuestros hermanos, a hacer comunidad y trabajar en conjunto para construir el reino de Dios en la tierra, todos plantados en ti y unidos por el mismo Espíritu. Necesitamos conectarnos a ti, Señor, el pámpano depende de la vid más que la oveja depende del pastor o de lo que un niño depende de sus padres. Tómanos, Señor, como instrumentos de tu amor y transfórmanos cada día en alguien mejor; permanece con nosotros y no pases de largo, Señor, para que podamos siempre dar frutos y que, siendo limpiados por el labrador, podamos luego dar una cosecha más abundante hasta el resto de nuestros días.
Quiero agradecer, Señor Jesús, por habernos limpiado a través de tu Palabra, porque has hablado a nuestro corazón y nos has transformado para bien. Porque la llegada del Espíritu a nuestras vidas no ha sido solo la purificación del bautizo, sino que cada día nos sigues limpiando a través de tus enseñanzas; pues condena al pecado, nos hace arrepentirnos de él y mejorar los pasos que damos en nuestra vida, nos inspira a una vida santa, en unión al Señor y a nuestros hermanos en Cristo, nos invitas a crecer, tanto en los ámbitos humanos como en la fe, nos llena de discernimiento ante las situaciones de la vida, nos guía en medio de la oscuridad y nos recuerda constantemente que Tú, Señor, estarás con nosotros hasta el fin de los días, como tu verso 25 lo anuncia en el salmo 22.
De ti será mi alabanza en la gran congregación;
Mis votos pagaré delante de los que le temen.
Declaro que está hecho, en el Nombre de Jesús, amén.
"Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora." — Eclesiastés 3:1 (RVR1960)…
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