¡Qué bueno eres, Señor, con tu pueblo! Pues derramas miles de bendiciones sobre quienes te buscan de corazón; con tu propia mano nos sostienes y levantas al que ha caído; con amor acompañas al que sufre y con cariño llamas a quienes se han perdido. Aún en medio de los ruidos del mundo, llamas a todos los que son tuyos y ellos reconocen tu voz. Todos los hombres tienen historias sobre las maravillas que has hecho en sus vidas. Tu Gracia es derramada cada día sobre nosotros y vistes de belleza toda la naturaleza, para que al verla, recordemos que Tú desde lo alto, nos cuidas a nosotros más que las flores que crecen en la pradera.
Bendice Señor, nuestras vidas; bendice nuestras manos para que, llenos de tu fuerza, trabajemos para construir un mundo mejor. Úsanos, Señor, como instrumento de tu voluntad, llévanos donde alguna persona necesite de tu compañía, haznos ser para nuestros hermanos imagen tuya; para que, cuando se sientan regocijados nuevamente, vean con claridad que no fue obra de los hombres, sino de tu presencia y tu poder, que tu nos enviaste a ellos porque los amabas. Tu Señor, siempre estas cerca de los que sufren, de quienes te invocan día y noche y de todos aquellos quienes buscan la salvación que solo Tú, Señor, puedes darles. Por eso, todos los que amamos al Señor, decimos, como el salmo 44 en versión Reina Valera, del verso 4 al 8
“Tú, oh Dios, eres mi rey;
Manda salvación a Jacob.
Por medio de ti sacudiremos a nuestros enemigos;
En tu nombre hollaremos a nuestros adversarios.
Porque no confiaré en mi arco,
Ni mi espada me salvará;
Pues tú nos has guardado de nuestros enemigos,
Y has avergonzado a los que nos aborrecían.
En Dios nos gloriaremos todo el tiempo,
Y para siempre alabaremos tu nombre. Selah”.
Tú, Señor, eres mi Dios y mi rey. Tú diste las victorias a tu pueblo en el pasado y aun hoy, por ti vencemos a nuestros enemigos, tu nunca nos abandonas; invocamos tu nombre y los que hacen el mal huyen de tu presencia. Por eso no confiare yo en mi arco, ni en mis manos, ni en nada que yo pueda hacer, no por encima de tu grandeza y majestad; pues Tú, Señor, bastas. Tú eres suficiente para tenerlo todo y eres fiel a las causas justas. Siempre fuiste Tú, Señor, el que me protegía de los peligros, quien iluminaba mis pasos y me enseñaba por dónde ir. Toda mi vida estaré orgulloso del Señor y me gloriaré en Él, siempre alabaré su Santo Nombre, pues el Señor me ha guardado de todo peligro y de los males del mundo me ha salvado. No es mi propia fuerza la que me da la victoria, sino el resplandor de su Presencia.
Lo creo con los versos 2 y 3, de esta bendición que me entregas con el salmo 44
“Tú con tu mano echaste las naciones, y los plantaste a ellos;
Afligiste a los pueblos, y los arrojaste.
Porque no se apoderaron de la tierra por su espada,
Ni su brazo los libró;
Sino tu diestra, y tu brazo, y la luz de tu rostro,
Porque te complaciste en ellos”.
Confío a ti, Señor, cada momento de mi vida, pues Tú eres fiel y en ti solo hay bondad. A todos le haces justicia, por cada uno te preocupas y nos salvas del peligro. ¡Nada hay fuera del poder inigualable de Dios! Lo único que supera su fuerza es la inmensidad de su amor y su misericordia. Por eso, te pido, Señor, que bendigas mis días y mis pasos, llena mi corazón de tu amor y tu bondad, para que yo pueda ver el mundo como Tú lo haces y mis pies estén prestos siempre a caminar en tus senderos; llena mis ojos de tu sabiduría, para discernir entre el bien y el mal, enséñame a conocer siempre Tu Verdad, aumenta en mi los dones del Espíritu, en especial el don de consejo, para que, todos los que se acerquen a mí, reciban por parte de tu Santo Espíritu, palabras de provecho para su vida; te pido también, Señor, por la conversión de los pecadores, que todas las personas estén dispuestas a dejarte entrar con tu fuerza renovadora en sus corazones y que vean las maravillas de caminar de tu mano; que nadie se olvide de ti y viva su vida como oveja que va camino al matadero, sino que al contrario, vean la belleza que hay en todas las cosas que Tú has creado y se maravillen al reconocer con cuanto amor los has cuidado cada instante de sus vidas, en el Nombre sobre todo nombre, amen.
"Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora." — Eclesiastés 3:1 (RVR1960)…
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