por Mark D. Roberts
En algún momento de la vida todos preguntamos por qué nos puso Dios en esta Tierra. Nuestro deseo innato de encontrar sentido a las cosas nos impulsa a hacernos la pregunta: ¿Cuál es la razón de mi existencia?
Me hice esta pregunta por primera vez cuando estaba en la universidad. Mientras estudiaba y me preparaba para un futuro incierto, comencé a preguntarme qué sentido tenía mi vida. Durante ese tiempo, descubrí también una nueva pasión por hablar de Cristo con quienes no lo conocían. Me encantaba ayudar a la gente a entender el evangelio, y me regocijaba cuando aquellos a quienes había dado testimonio de Él aceptaban a Cristo como Señor y Salvador.
Su trabajo, el trabajo de Dios
En ese tiempo, comencé a pensar que mi objetivo principal en la vida era aumentar la población del cielo. Mi respuesta a la pregunta: “¿Cuál es la razón de mi existencia?” era presentar a Jesucristo a las personas para que pudieran ir al cielo cuando murieran. Basaba esta respuesta no solo en mi pasión por la evangelización, sino también en pasajes bíblicos como la Gran Comisión (Mt 28.19, 20): “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Aunque ahora reconozco que no le presté suficiente atención al hecho de que Jesús se estaba refiriendo a ganar almas, pero también a discipularlas.
Durante mis últimos años de universidad, mientras pensaba en mi futuro, lo que más me importaba era lo relacionado con evangelismo. Mi trabajo, cualquiera que pudiera ser, tendría sentido solo si me iba a permitir anunciar a Cristo entre mis colegas. Mi familia, si llegaba a tenerla algún día, me permitiría traer hijos al mundo para poder guiarlos a Cristo, y luego para que cada uno de ellos dedicara su vida a hacer lo mismo. Incluso la adoración era importante para mí porque podía usarla para animar a las personas a buscar de Cristo.
Hoy en día, sigo apasionado por conducir a las personas a Cristo, y creo firmemente que esa es la razón principal por la que Dios me puso en esta Tierra. Sin embargo, he llegado a entender que Él tiene también otras cosas en mente —actividades importantes, y no solamente porque se relacionan con la evangelización. Mi visión enriquecida del propósito de la vida ha sido inspirada por mi estudio de las Sagradas Escrituras, especialmente de los primeros capítulos de Génesis. Allí descubrimos lo que somos como creación especial de Dios, y la razón por la que nos creó.
Su trabajo, el trabajo de Dios
En Génesis 1, por ejemplo, Dios crea a los seres humanos “a su imagen” (v. 27). Únicos entre todas sus criaturas, los seres humanos, como hombres y mujeres, llevan la propia imagen de Dios. Aunque los teólogos debaten en cuanto al significado preciso de “la imagen de Dios”, Génesis 1.28 aclara que, como portadores de la imagen divina, tenemos un trabajo que hacer. El primer imperativo en la Sagrada Escritura dice: “Fructificaos y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en [todos los animales]”. Nosotros, como seres humanos creados a la imagen de Dios, tenemos que trabajar como Él trabajó y ayudar al mundo a llegar a ser todo lo que Él quiso que fuera. Dios nos ordena que nos unamos a su trabajo, llenando al mundo y haciéndonos responsables de él. Lo cual es la primera respuesta de la Sagrada Escritura a la gran pregunta.
Génesis 2 reitera esta respuesta, y da más información en cuanto al trabajo que Dios nos ha llamado a hacer. En este capítulo, Dios crea al primer hombre y lo coloca en el huerto del Edén “para que lo labrara y lo guardase” (v. 15). Hacerlo permitiría que el Edén produjera sustento, belleza y ayuda para asegurar cosechas abundantes para las generaciones futuras. Sin embargo, Dios dispone que el hombre no puede cumplir su propósito divino por sí solo, por lo que crea una “ayuda idónea para él”, a quien el hombre llamó mujer (vv. 18, 23). Una característica fundamental del trabajo que Dios da a los seres humanos es engendrar más seres humanos para que sirvan como mayordomos de la creación, de acuerdo con el propósito divino.
Su trabajo, el trabajo de Dios
Sin duda, los designios de Dios para los seres humanos se complican en Génesis 3, cuando el hombre y la mujer le desobedecen. Así y todo, a pesar de que el pecado nos hace la vida difícil, y ya no disfrutamos de la perfección de la creación de Dios, tenemos todavía que realizar el trabajo que Él dispuso para nosotros desde el principio. Pero es, sin embargo, con dolor, conflicto, obstáculos y mucho sudor que lo hacemos (vv. 16-19). No obstante, las tareas que Dios nos ordenó hacer en Génesis 1 y 2 siguen siendo válidas como los primeros imperativos bíblicos.
Volvamos ahora a la pregunta con que comenzamos: ¿Cuál es la razón de mi existencia? La respuesta del Génesis es clara: Dios nos ha puesto aquí para que podamos primeramente tener una relación personal con Él, y en segundo lugar para que participemos en su trabajo de cuidar la Tierra y de ayudarla a ser productiva. Aunque la mayoría de nosotros no pueda cumplir el segundo propósito como agricultores, jardineros o biólogos, las implicaciones son claras. Estamos aquí para realizar tareas que contribuyan al cultivo y cuidado del mundo y así pueda ser todo aquello para lo cual Dios lo creó. Cuando desempeñamos un trabajo que lo honra a Él, ya sea como padres, maestros o sastres, como constructores o como banqueros, como artistas o como cualquier otro mayordomo de la creación, estamos haciendo precisamente lo que Dios tuvo en mente. Él tiene incluso más cosas que desea que cuidemos y de las que nos encarguemos, y por tanto nos ha facultado de una manera asombrosa para lograrlo tomados de su mano.
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