Por pastor Kenneth Copeland

Imagínate tener suficiente fe como para impresionar a Dios.

¿Te parece un poco exagerado? En Mateo 8, un centurión, es decir, un comandante del ejército Romano, fue a donde Jesús para pedirle por su siervo que estaba enfermo y atormentado.

Cuando Jesús le ofreció ir a su casa y sanarlo, el oficial le contestó: «Señor, yo no soy digno de que entres a mi casa. Pero una sola palabra tuya bastará para que mi criado sane» (versículo 8).

Allí tienes a un hombre que entendía el poder de las palabras. Después de todo, él era un oficial del ejército. Cuando él hablaba, todos escuchaban y seguían sus órdenes.

En este caso, Jesús también lo hizo.

¿Por qué Jesús le respondió tan rápido? Porque las palabras del hombre estaban llenas de fe.

De hecho, cuando Jesús escuchó lo que este centurión le respondió, él se sorprendió y dijo: «A decir verdad, no he encontrado tanta fe en ninguna persona, ni siquiera en Israel» (versículo 10, Biblia Amplificada, Edición Clásica).

La fe que impresionó tanto a Jesús fue la voluntad para creer del centurión, sin pedir ninguna señal espectacular o prodigio de parte del cielo. Todo lo que él necesitaba para creer que Jesús podía sanar a su siervo, era La PALABRA.

«Pero una sola palabra tuya», le dijo. Y en menos de una hora, su siervo estaba sano.

Aquel que necesite un milagro…


Esa misma fe y aún mayor —una fe que impresione a Dios— está disponible para cada uno de nosotros a través de la PALABRA de Dios. Dios envió Su PALABRA para sanarnos. Él la envió para liberarnos (Salmo 107:20). La PALABRA se hizo carne —en la persona de Jesús— y vivió entre nosotros. En Él, en Dios y en La PALABRA, hay vida, y esa vida es nuestra luz (Juan 1:1-14, Salmo 119:105).

El apóstol Pedro llamó a La PALABRA de Dios como “la palabra más segura.”

¿Más segura que qué?

Bueno, para comenzar, Pedro ya había visto las señales y los prodigios. La mayor de todas quizás haya sido cuando acompañó a Jesús con Santiago y Juan a la montaña, donde escucharon la voz audible de Dios y vieron a Jesús hablar cara a cara con Moisés y Elías.

Pedro estaba tan impresionado que se ofreció para construir una tienda para cada uno de ellos, para que acamparan allí por algún tiempo (Mateo 17:4). Pero a pesar de todas las manifestaciones gloriosas de Dios que había visto y oído, Pedro más adelante escribió:

«No os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad, pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia.» Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo. Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos» (2 Pedro 1:16-19, RVR-95).

Es innegable que la manifestación física de la presencia de Dios y Su poder puede ser una experiencia espectacular para nuestros sentidos; sin embargo, estos hechos todavía pueden conllevar una sensación de duda acerca de la experiencia misma.

En primer lugar, los milagros no ocurren todos los días. Los mismos son un hecho de la voluntad de Dios, no la nuestra. Así que no deberíamos tratar de vivir de milagro en milagro. Dios nunca planeó que fuera de esa manera. Él nunca prometió una dosis diaria de visiones, sueños, profecías y milagros para que nosotros pudiéramos vivir.

Sin embargo, lo que Dios sí proveyó fue un libro lleno de promesas vivientes. Él envió Su PALABRA. Él nos dio un libro que rebosa de vida. Él nos dio un libro que rebosa de Él mismo.

Si meditas al respecto, la Biblia no es un libro acerca de alguien. La Biblia es alguien. Literalmente, es Dios mismo hablándonos a cada uno de nosotros. Esto está conectado con el porqué Pedro llamó a la PALABRA de Dios la palabra más segura.

En 2 Pedro 1:19, él dijo: «a la cual [la Palabra escrita] hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día amanezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones».

En otras palabras: es posible que te levantes todos los días y no escuches la voz audible de Dios, pero siempre tendrás a tu disposición Su PALABRA. Tienes Sus promesas, Su revelación, Su sabiduría; y todas estas cosas son tan seguras como el sol que sale cada mañana. Así que, vive de la PALABRA.

Sí, los milagros son maravillosos. Pero el plan de Dios es que nosotros caminemos por fe, no por vista (2 Corintios 5:7). Él espera que nosotros vivamos cada día por fe en Su PALABRA, no por las señales y los prodigios que posiblemente veamos por el camino.

¿Puedo tenerlo por escrito?

Piensa por unos instantes en Abraham, uno de los ejemplos más grandiosos que tenemos en el Antiguo Testamento acerca de caminar por fe y no por vista.

Cuando Dios llamó a Abram para que saliera de su país y le dijo que dejara su familia y fuera a una tierra nueva, no existía La PALABRA escrita de Dios. Ni siquiera existía el Pacto Antiguo. Todo lo que Abram tenía para basarse era una palabra que había sido declarada.

«Vete de tu tierra», le dijo Dios. «Yo haré de ti una nación grande» (Génesis 12:1-2).

En ese momento, Abram tenía 75 años y estaba casado con una mujer estéril. Aun así, él le creyó a Dios Su PALABRA y abandonó a su familia y a su tierra.

Cuando Abram llegó a Canaán, Dios se le apareció y le dijo: «A tu descendencia le daré esta tierra» (Génesis 12:7). Después, en Génesis 13, le dijo: «Toda la tierra que ves, te la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Yo haré que tu descendencia sea como el polvo de la tierra. Si hay quien pueda contar el polvo de la tierra…» (versículos 15-16).

Debemos resaltar que, durante todo el tiempo, Dios continuó declarando la promesa una y otra vez.

Sin embargo, en Génesis 15:2, después de que Dios se le apareció en una visión, Abram le peguntó a Dios: «¿Qué puedes darme, si no tengo hijos?»

Para ese entonces, Abram había sucumbido ante las circunstancias. Él tenía 86 años y día tras día había visto a su esposa estéril y a ningún hijo. Él continuó quejándose, al decir: «Mira que no me has dado descendencia» (versículo 3).

Lo cierto era que Dios ya le había dado una descendencia a Abram, pero él no se había dado cuenta. Desde el comienzo, Dios le había dado Su PALABRA —y la PALABRA viviente de Dios es la semilla que produciría esa descendencia (Marcos 4).

Haré de ti una nación grande… Le daré a tu descendencia esta tierra … Yo haré que tu descendencia sea como el polvo de la tierra. Dios le había dicho todas estas palabras a Abram durante 11 años. Aun así, Abram seguía sin poder anclar su fe en la PALABRA de Dios. Así que Dios decidió ayudarlo.

Primero, Dios llevó afuera a Abram una noche y lo desafió a contar las estrellas. «¡Así será tu descendencia!» le dijo. Y Abram creyó (Génesis 15:5-6).

Luego, Dios hizo un pacto con Abram usando sacrificios de animales, los cuales eran una señal para él de que Dios cumpliría Su promesa. Su pacto de sangre fue un ancla poderosa para la fe de Abram. Aun así, 13 años más tarde —a los 99— Abram todavía no tenía un hijo.

Fue en ese momento en el que Dios comenzó a poner La PALABRA en la boca de Abram.

Nueva Identidad, Nuevo Destino

Desde el instante mismo en que Dios le dijo a Abram que haría de él una gran nación, Abram podría haber dicho: “Bueno, de ahora en adelante me llamaré Abraham, porque Dios ha dicho que seré el padre de muchas naciones. Y si Dios lo dijo —y estoy de acuerdo— ¡por lo tanto, así es!”

Abram podría haberlo hecho y haberse ahorrado muchos problemas. Sin embargo, no lo hizo. Debes recordar que Abram no había nacido de nuevo ni estaba espiritualmente vivo como nosotros, ni tampoco existía la PALABRA escrita para que pudiera mantenerla en frente de sus ojos. Como consecuencia, todo lo que veía era: «no tengo hijos, ni descendencia». Dios se encargó de eso al cambiarle el nombre.

Cuando Abram se convirtió en Abraham, él literalmente adquirió la nueva identidad de «padre de muchas naciones», lo que su nuevo nombre significaba. Cada vez que mencionaba su nombre, estaba diciendo: “Hola, Yo soy el padre de muchas naciones.” Adicionalmente, cada vez que alguien lo llamaba, estaba declarando: “¡Hola, padre de muchas naciones!”

¿Qué estaba sucediendo? Abraham y todos a su alrededor estaban llamando «las cosas que no existen, como si existieran» (Romanos 4:17). De hecho, Abraham estaba declarando la misma PALABRA que Dios había declarado, y estaba oyéndola declarada también.

Jesús hizo lo mismo con Pedro. Cuando Jesús conoció a Pedro, su nombre era Simón de Barjona. Sin embargo, más adelante, Jesús le cambió el nombre a Pedro: la Roca. Si había alguien entre los discípulos que no era precisamente una “roca”, ese era Pedro.

Jesús sabía lo que estaba haciendo. Él llamó a Pedro —la Roca— hasta que se convirtió en una. Mientras tanto, al recibir su nuevo nombre, al mencionarlo y al responder al mismo, Pedro estaba poniéndose de acuerdo con La PALABRA de Dios sin saberlo. Él estaba poniéndose de acuerdo con La PALABRA que Jesús le había declarado.

Por lo tanto, podemos deducir que el proceso detrás del cambio de estos nombres y a estos hombres cumpliendo sus destinos al ponerse de acuerdo con lo que Dios ha dicho que serían y harían, en realidad no es distinto del proceso de meditar la PALABRA: declararla y escucharla, una y otra vez.

Meditar La PALABRA también era el plan para el éxito que Dios había planeado para Josué cuando éste se convirtió en líder de Israel al morir Moisés. «Procura que nunca se aparte de tus labios este libro de la ley. Medita en él de día y de noche, para que actúes de acuerdo con todo lo que está escrito en él. Así harás que prospere tu camino, y todo te saldrá bien» (Josué 1:8).

La palabra hebrea traducida como meditar significa: “murmurar o andar hablando con uno mismo”. En resumen, a Josué le fue prometido el éxito con una sola condición: vivir constantemente declarando la PALABRA de Dios — declarándola para él mismo, declarándola a los demás y declarándola en todas las situaciones.

¿Puedes imaginarlo?

Cuando finalmente Abraham recibió por fe que verdaderamente él era el padre de muchas naciones, todavía no existía evidencia alguna que pudiera ver con sus ojos físicos. Entonces, ¿cómo lo vio?

En el Salmo 2, encontramos que la palabra meditar también significa “imaginar”. La idea es que, mientras hacemos lo mismo que Abraham, Josué y Pedro; es decir, declarar constantemente la PALABRA de Dios al llamar las cosas que no son como si fueran, la PALABRA proyectará una imagen interior dentro de nosotros. Esa imagen interior se convertirá entonces en esperanza, y es en la esperanza donde Abraham se vio a sí mismo como “el padre de muchas naciones”.

Recuerdo en los comienzos de nuestro ministerio, cuando Gloria y yo alcanzamos ese punto en el que necesitábamos una camioneta para trasladarnos con nuestros niños para que yo pudiera predicar. Como todas las cosas que necesitábamos, fuimos a las promesas de Dios que concernían a nuestra necesidad; luego oramos, sembramos una semilla, le creímos a Dios y comenzamos a declarar La PALABRA.

Eso fue lo que hicimos por ese vehículo.

Después de creer La PALABRA y habernos puesto de acuerdo en fe como familia, íbamos por ahí diciendo: “¡Gloria a Dios por nuestro auto nuevo!” “¡Ese auto nuevo nos pertenece!” “¡Gracias Dios por nuestro nuevo auto!” Continuamos meditando La PALABRA. En ese momento nuestros niños eran pequeños, pero lo suficientemente grandes como para aferrarse con su fe a esa camioneta.

Un día nuestro hijo John preguntó: “Papi, ¿ese auto nuevo es nuestro, correcto?”

“Claro que sí”, le respondí.

“Bueno, vayamos a recogerlo”, dijo.

Esa idea del auto nuevo se había convertido en algo tan grande y real en su interior que no podía entender por qué no íbamos a recogerlo. Yo no le dije que la razón por la que no íbamos a comprar el auto era porque nos faltaban $3.000 para poder comprarlo. De hecho, comencé a decirle: “Sabes John, necesitamos…”, pero me detuve de inmediato al darme cuenta de que estaba a punto de recorrer la ruta de la duda y la incredulidad.

En su lugar, le respondí: “Sí, ¡alabado sea Dios! Hagámoslo, ¡vayamos a comprarlo!”

De inmediato todos comenzamos a decirnos mutuamente: “¡Vayamos a recogerlo!”

En menos de una semana, un hombre me llamó llorando: “Oh, hermano Copeland, estoy tan avergonzado. Dios me dijo que le enviara $3.000 hace unos días y no lo hice. He esperado demasiado y ya no puedo soportarlo.” La primera vez que el hombre escuchó a Dios decirle que nos enviara el dinero, fue el mismo día en que John vino a decirme: “¡Vayamos a recogerlo!”

Así que fuimos y lo compramos.

Los pozos de los deseos se secarán

En conclusión: la verdadera esperanza bíblica no está basada en desear que algo suceda. Dios no está sentado al fondo de un pozo de los deseos, esperando que arrojemos algunos centavos para que pueda hacer un milagro por nosotros.

No. La esperanza es una imagen interior divina. Es un sueño que nace de La PALABRA de Dios en el alma del hombre. Son los planos esquemáticos de nuestra fe.

Hebreos 11:1 nos dice que la esperanza es la fe que debemos tener para que nuestros sueños se hagan realidad. También la Biblia nos dice que: «esta esperanza mantiene nuestra alma firme y segura, como un ancla» (Hebreos 6:19).

Así que no solamente tenemos una palabra profética segura, sino que también tenemos una esperanza segura. Es como Pedro dijo: La PALABRA de Dios —las promesas de Dios— entran en nuestra vida trayendo luz a las circunstancias que enfrentamos (2 Pedro 1:19). Mientras meditamos en La PALABRA, su luz se hace cada vez más brillante. Esta crece y se desarrolla en nuestro interior, eventualmente dando a luz una imagen interior de lo que estamos creyendo que recibiremos de parte de Dios.

Es posible que, en el pasado, nos hayamos visto a nosotros mismos como Abram se vio: sin hijos. Es posible que nos hayamos visto sin dinero, enfermos, desesperados o de cualquier otra manera. Sin embargo, una vez que nos aferramos a La PALABRA, y nos damos cuenta de que es Dios mismo hablándonos, le damos lugar a la esperanza, y esa esperanza le dará vida a los sueños que Dios ha puesto en nuestro interior.

Abraham tuvo esperanza en contra de toda esperanza (Romanos 4:18). Él fue en contra de las circunstancias. Nosotros también podemos hacerlo.

Recibe La PALABRA de Dios para tu situación, ahora mismo. Recibe la semilla que Dios tiene para tu vida. Después, empieza a declararla y a escucharla; medita La PALABRA hasta que comiences a verla… y a soñarla.

Adelante: suena en GRANDE. Habla en GRANDE, ¡y libera tu fe!

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