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LA REALIDAD DE LA VIDA
Jesús dijo, “…Os aseguro solemnemente, os digo que a no ser que una persona nazca de nuevo (nuevamente de lo alto), no podrá ver nunca, -conocer, estar al corriente con (y experimentar)- el Reino de Dios” (Juan 3:3 Versión Ampliada de la Biblia).
Si conocer y experimentar el Reino de Dios solamente es posible para aquellos que han nacido de nuevo, entonces es vital que nosotros estemos al corriente no solo con los hechos de la vida que nos traigan al Reino ahora, sino también nos traigan a su dimensión eterna mas tarde. |
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Porque el Espíritu Santo utiliza la Palabra de Dios para enseñarnos la analogía entre nuestro primer nacimiento en este mundo y nuestro segundo nacimiento en el mundo espiritual, nosotros utilizaremos los mismos términos.
Esta muy claro al leer la Palabra de Dios que Su perfecta voluntad es que cada niño sea nacido en la seguridad de unos padres que tienen una relación de pacto de amor, que cada niño sea concebido en amor, nacido en amor y que crezca en madurez en un ambiente de amor. Tristemente por muchas circunstancias adversas esto no siempre es posible y muy a menudo han ocurrido tragedias.
Para Su propia familia de cristianos nacidos de nuevo Dios tiene también un plan similar asegurándonos que fuimos conocidos por El “antes de la fundación del mundo” (Efesios 1:4). En Su conocimiento El sabe quien va a responder a Su amor así que El cuida cada circunstancia por Su soberano poder hasta que hemos nacido en Su familia.
“Según nos escogió en El antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de El, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad.” (Efesios 1:4-5).
A pesar de nuestros padres terrenales y de nuestras circunstancias, la intención de Dios es que nosotros naciéramos, para que pudiéramos nacer de nuevo. Siempre ha sido su intención tener una tierra sin pecado llena de personas inmortales.
Pero mucho mas maravilloso es que El nos ha adoptado dentro de su familia eterna y ahora nos está preparando para heredar y disfrutar una gloria futura (Hebreos 2:10).
Nosotros nacimos de nuevo no de una simiente corruptible, sino de una incorruptible, por la Palabra de Dios que permanece para siempre. Creemos y recibimos la semilla eterna dentro de nuestro mas profundo ser, esto es nuestro espíritu (1 Pedro 1:23).
Sin la ayuda de la tecnología moderna, El salmista describe nuestro primer comienzo cuando fuimos creados y acomodados dentro del vientre de nuestra madre.
“Porque tu formaste mis entrañas; Tu me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabare; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en lo oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos.”
(Salmo 139:13-16).
Pero el día vino cuando nuestro mundo de agua fue roto y salimos a este mundo, el increíble y milagroso momento cuando un cordón de vida fue roto y otro comenzó.
Jesús lo dijo suficientemente claro que si no experimentamos este segundo nacimiento, nunca entraríamos en el mundo espiritual: “… Te aseguro que a menos que uno nazca de agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (Juan 3:5).
El mundo del Espíritu es como el movimiento del viento, sentimos su energía, observamos sus efectos pero no podemos planear o controlar su fuerza. Sin embargo, una cosa es segura, y es que cuando el corazón humano se hace consciente de los invisibles pero poderosos movimientos del cielo y se rinde al amor de Dios, una concepción divina toma lugar en el espíritu.
El día de nuestro nuevo nacimiento es el principio de una vida diferente. Ya no estamos alimentados por el cordón umbilical de nuestros sentidos, nosotros tomamos nuestra primera aspiración profunda del mundo espiritual y clamamos, “Abba Padre” (Romanos 8:15). El milagro ha ocurrido, hemos nacido de lo alto (Juan 8:23).
Para nuestras madres, el momento de nuestro nacimiento terrenal estuvo lleno de muchos conflictos emocionales: incertidumbre, miedo y dolor, seguidos de un sentir de asombro, mezclado de alivio y gozo. Para algunas fue relativamente fácil, mientras que para otras fue doloroso y prolongado. De la misma manera es nuestro nacimiento celestial, para algunos el testimonio del Espíritu es tan fácil y sencillo, mientras que para otros es como una larga y difícil lucha.
Así como el bebé instintivamente va hacia los pechos de su madre para ser alimentado, también nosotros vamos a la Palabra de Dios:
“Como niños recién nacidos, deseando la leche espiritual de la Palabra para que podamos crecer” (1 Pedro 2:2).
Los brazos amorosos y el tierno cuidado de aquellos que Dios ha provisto dentro de su iglesia nos ayudan a través de los traumas y las pruebas de la niñez espiritual. Pero, días mas austeros están por venir, cuando tomamos nuestros primeros y vacilantes pasos al aprender andar por la fe sin ser sostenidos por manos humanas.
A continuación viene la carne de la Palabra de Dios para crear los huesos y los músculos espirituales:
“Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de de las cuales nos ha dado preciosas y grañidísimas promesas para que por ellas lleguéis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo, a causa de la corrupción; vosotros también, poniendo toda diligencia por eso mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud conocimiento; al conocimiento dominio propio; al dominio propio paciencia a la paciencia piedad; a la piedad, afecto paterna; y al afecto paternal, amor. Por que si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejaran estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2 Pedro 1:3-8).
Gradualmente el carácter de Cristo fue formándose en nosotros (Galatás 4:19). La niñez espiritual pasó pronto y al entrar en la juventud comenzamos a enfrentarnos a la necesidad de tener dirección en nuestras vidas.
Comenzamos a darnos cuenta que los hombres no encuentran su destino dejándose llevar por la corriente, sino que solamente les viene a aquellos que hacen un esfuerzo osado y se aplican con dedicación y compromiso.
El Apóstol Pablo instó a los santos en Roma a:
“… que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cual es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Romanos 12:1-2).
Crecer en la vida significa que comenzamos a tomar mayores responsabilidades. Al alcanzar la madurez se espera de nosotros que nos movamos fuera de nuestro propio círculo de vida para edificar la vida de los demás. Jesús dijo,
“…. El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y dar Su vida en recate de mucho.” (Mateo 20:28).
El Apóstol Juan también habla de hombres jóvenes que han vencido al maligno y se han hecho fuertes en la Palabra de Dios, y de los padres en los cuales el conocimiento de Dios es completo en la perfección del conocimiento y la revelación (1 Juan 2:13-14).
Ahora bien, aunque seamos maduros en nuestras vidas espirituales, esto no es el final. El hombre exterior perece pero el hombre interior se renueva de día en día (2 Corintios 4:16). El cuerpo humano finalmente falla, pero solamente se duerme (1 Corintios 15:20-22). Aquellos que han nacido de la semilla incorruptible no solo viven diferentes, sino que mueren diferentemente.
La tumba se convierte en una puerta que lleva al glorioso futuro inmortal (Filipenses 2:21-23). Sentimos tristeza por la separación temporal, pero no como aquellos que no tienen esperanza (1 Tesalonicenses 4:13).
Además de esto aún hay una mayor expectación, la excitante posibilidad que podamos estar entre millones de personas que un día se escaparan de la muerte cuando Jesús regrese para transformarnos y entonces estaremos con él mismo (1 Tes 4:13-18). Tan cierto como que El se ha marchado para preparar un lugar para nosotros, igualmente cierto es que El nos tomará para disfrutar de la herencia familiar que es incorruptible y sin mancha, que nunca se desvanecerá, reservada en los cielos para aquellos que son guardados por el poder de Dios (1 Pedro 1:5-6).
Tanto si pasamos por la tumba como si ascendemos traspasando las nubes, una cosa es absolutamente cierta: ¡seremos tan inmortales como Jesús!
El matrimonio ya no será necesario, porque Jesús dijo, “En la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento, sino que serán como los Ángeles de Dios en el Cielo” (Mateo 22:30)
Ya no mas dolores de parto, no mas tristeza, el llanto y el dolor pasaran, la muerte ya no reclamará mas victimas cuando Jesús haga todas las cosas nuevas (Apocalipsis 21:4-5).
Estas poderosas promesas nos aseguran que nuestro nuevo nacimiento solamente es el principio de una vida que nunca terminará.
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Un día nosotros entraremos y disfrutaremos la gloria de un nuevo cielo y una nueva tierra (Apocalipsis 21:1-7). ¡Estos son los hechos de la vida eterna!
Así que hasta que Jesús regrese para reunir a su familia El nos esta pidiendo que hagamos un simple acto de amor, que le recordemos en el partimiento del pan, pero al hacer esto en fe sencilla no solamente se recuerda la cruz y la resurrección, sino que se da cuenta de que estos dos actos de amor hacen posible que nuestros espíritus sean alimentados por su Espíritu, comunicándonos Su vida y Su amor hasta que El venga. |
Capitulo 14 La realidad de la vida
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