La iglesia, cuando se transforma en una jaula, anula los sentidos y nos quita la sed de aventura. Y está bien pedirle al Señor que haga un vallado a nuestro alrededor para que nada nos toque, pero también hay que pedirle que nos haga fuertes y peligrosos para salir a conquistar el mundo natural para el Reino, para transformar la sociedad con astucia, con una nueva ética de trabajo, con nuevas formas de comunicación. El Señor tiene una vida de aventuras en fe para nosotros, si nos arriesgamos a salir de nuestra jaula y nos atrevemos a ser hacedores de lluvia que con nuestra alabanza y fe incondicional transformemos la cultura a nuestro alrededor.