Devocionales

Empezando el Día Orando con el Salmo 40

¡El Señor es grande! Señor y Dios mío, yo te alabo, pues son muchas las maravillas que has hecho en mi vida, muchas las consideraciones que nos tienes. Te alabo porque nada es comparable a Ti, a tu poder, a Tu majestad. Te alabo porque has hecho en mi como dijo el profeta Isaías: Plantaste tus palabras en mi corazón. Te alabo porque día y noche me guardas, porque abarcas toda la humanidad, ¡Tú eres el Dios verdadero! Fuera de Ti, nada hay, Señor. Nada es comparable a ti, tu sabiduría es eterna, tu poder incomparable y tu misericordia es infinita. Te alabo porque en mis días más oscuros, Tú me has alumbrado un camino; cuando la maldad ha hecho nido en mi corazón, tú has apartado las tinieblas. Haz hecho justicia a mi nombre, a pesar de que en esta tierra no soy nada. Te alabo Señor, porque has puesto en mí, tus ojos de amor, porque no has dejado de mirarme, porque no te has rendido conmigo y siempre esperas más de mí. Por eso, en Ti está mi esperanza.

Tú te inclinaste hacia mí para escuchar mis quejas y para consolarme, me libraste de la fosa mortal y pusiste mis pies sobre la roca, me has hablado al corazón y has dicho “edifica aquí, estarás seguro” y yo te he creído, Señor; me has sacado del pantano y puesto en tierra firme, para que cada paso que dé esté seguro, has puesto Tu verdad en mi corazón y me has enseñado tus caminos. Por eso, ahora hablo de tus maravillas, Señor. Por eso anuncio tu poder por donde quiera que vaya, tus obras son infinitas, tan solo las que has hecho en mi vida son tantas que, si quisiera contarlas todas, no me alcanzaría el tiempo. A todos hablo de tu fidelidad y de tu salvación, de tu amor y de tu verdad, también de tu justicia. Tú eres, Señor, quien me ayuda y me liberta de este mundo, ¡Quédate siempre conmigo Señor!

Tú no quieres nada de mi más que mi fidelidad, nada necesitas de mí, nada soy ante ti, mi vida es un suspiro, aun así, te inclinas a mí, a escuchar mi oración, a bendecir mi vida, mis manos, mi trabajo y a mi familia. Tú no me has pedido sacrificios ni ofrendas vacías, Señor, ni siquiera me has pedido ayuno, si estos no vienen del corazón. Quieres de mi fidelidad, que haga tu voluntad, esa es para ti la ofrenda perfecta. Quieres de mí que ayude al necesitado, que consuele a quienes sufren, que mi mano traiga al mundo tu Justicia y que mi boca pronuncie tus obras maravillosas. Para eso, Padre, te pido fuerzas, al igual que canta el salmista, mis propias maldades me han atrapado y son más que los cabellos en mi cabeza.

Por eso, ven pronto Señor, ¡ven a salvarme! Así como has hecho antes, vuelve ahora, Señor a ponerme en la tierra firme, devuélveme a la roca donde puedo construir, cubre mi cabeza de la vergüenza y pon en mi nuevamente tus mandatos. Hazme Señor más cercano a tu voluntad, para que pueda yo nuevamente cantar himnos de alabanza a tu nombre, para que pueda yo hablar de tus maravillas, para que mis ofrendas sean sinceras y de corazón, como la ofrenda de Abel, ofrenda de olor agradable a Ti, Señor y Dios. Abre mis oídos a tu voz, a reconocerte en mis hermanos; recuérdame nuevamente tus enseñanzas, no me olvides, Señor. Ayúdame a seguirte y a anunciarte en toda la tierra. Envía tu Espíritu Santo, para que me dé la fortaleza y la sabiduría, para escoger siempre tus caminos, para reconocer al prójimo que sufre y para dar consejos de salvación a quienes tienen sed de Ti.

Gracias Señor por tus obras en mi vida, por librarme de todo mal, por acompañar mis pasos, por despejar mis caminos, por bendecir mis manos y por darme la sabiduría para ser justo en todo lugar donde voy. Gracias Señor, por escucharme, por mostrarme Tu Verdad, por enseñarme que no hay otro Dios fuera de ti y que solo los necios y cerrados de corazón creen en dioses falsos, creados por hombres de este mundo. Gracias Señor. Pido creo yu declaro todo esto en el nombre poderoso de Jesús amen.

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