Por Tommy tenney
Y ahí, mi amigo, es donde comienza el proceso de restauración.
Algunas personas apenas pueden tolerar a Dios, incluso cuando el coro está cantando y la luz del sol entra a través de las ventanas con vidrios de colores. Miran sus relojes, doblan las hojas con los anuncios de la iglesia, y dicen:
– Muy bien, apurémonos y terminemos con todo esto. Vamos a terminar con el sermón y a almorzar a horario.
Parecen no disfrutar el estar en la presencia de Dios. Muchas de estas personas son buena gente que se consideran buenos cristianos, pero tengo algunas preguntas verdaderas acerca de esta actitud. ¿Cómo es posible que digamos que queremos ir al cielo y pasar una eternidad haciendo lo que aparentemente no disfrutamos hacer durante al menos una hora en la Tierra?.
La presencia de Dios raramente desciende donde se prefiere una “adoración por el carril rápido del cristianismo”.
Estoy tratando de decir esto de la manera más diplomática posible, pero La Biblia dice que la adoración será nuestra actividad principal y nuestro mayor gozo en el cielo. ¿Sabe por qué? La adoración es el arte de saber cómo estar en la presencia de Dios. Su fruto es el gozo de tan solo estar allí.
Algunas personas están tan distraídas que nunca se dan cuenta cuando la presencia de Dios invade una habitación o una reunión. Son tan descorteses espiritualmente hablando, que nunca lo reconocen y apenas pueden esperar a deshacerse de Él para que las cosas vuelvan a su miserable versión que llaman “normal”.
¡Es posible dejarse atrapar tanto por las cosas de la iglesia que fracasamos en reconocer que Él está presente en nuestras reuniones!
¿Alguna vez ha ido a una fiesta donde los invitados estaban más interesados en asegurarse de que la fiesta estuviera bien organizada que en reunirse, saludar y disfrutar con las personas presentes? Todos somos propensos a este tipo de cosas.
¡La adoración es la única parte de nuestro servicio de la que Dios obtiene algo! Si a estas alturas está preocupado por su herencia, respire profundamente y continúe leyendo. No me importa que me citen textualmente, pero no me citen erróneamente.
Demasiadas buenas personas tomaron la actitud de decir: “Puedo llegar tarde a la iglesia. Sí puedo perderme la adoración, pero llegaré para la predicación”.
Lo que realmente decimos es: “Puedo perderme la parte de Dios, pero estaré allí para mi parte”. Dios no aprende nada de nuestras predicaciones. De hecho, Dios nunca ha obtenido una mísera “revelación” o “recordatorio” de la enseñanza de una persona –y eso incluye los mejores mensajes de Billy Graham, Charles Spurgeon, Martín Lutero, Pedro, Juan o Pablo el apóstol–.
Ningún ser humano jamás ha enseñado o enseñará algo a Dios. Somos incapaces de ayudar a Dios, o de hacer que Él haga algo. ¿Puedes imaginarte a Dios codeando a Miguel o a Gabriel y decirles: “Alcánzame una lapicera o una pluma. Quiero anotar eso… ¡no lo sabía!”?
Muy bien, entonces, ¿para qué nos preocupamos en enseñar y predicar?. El propósito de predicar y enseñar es levantar adoradores. Es equiparnos para el trabajo en el ministerio, no solamente proveer trabajo para algunos ministros.
No estoy tratando simplemente de enseñarle cómo decir pequeñas ecuaciones mágicas de “en el nombre de Jesús”. Si dice su nombre y desconecta su nombre de la presencia, entonces solo es como cualquier otro nombre.
La adoración y la oración que nace de en medio de los problemas, pueden conducirnos a la presencia de Dios, y es precisamente en su presencia donde encontramos el punto de partida para el “camino de regreso”. Sí, ¡existe el “camino de regreso”!
Había otras personas llamadas Jesús durante el ministerio terrenal del Señor. Jesús –Yeshua o Jehoshua– era un nombre bastante común en aquella época. Si decimos su nombre y lo desconectamos de su persona, estamos simplemente diciendo palabras sin un efecto sobrenatural.
¡Cuando decimos el nombre de Jesús y tenemos una relación con Él, invocamos la presencia misma del Señor en medio de la situación!. Cambie una mala noche en un buen día Solo la presencia de Dios puede transformar los mayores fracasos de la vida en los más grandes triunfos. Hay poder en la presencia de Dios. Y ahí, mi amigo, es donde comienza el proceso de restauración.
Algunas personas apenas pueden tolerar a Dios, incluso cuando el coro está cantando y la luz del sol entra a través de las ventanas con vidrios de colores. Miran sus relojes, doblan las hojas con los anuncios de la iglesia, y dicen:
– Muy bien, apurémonos y terminemos con todo esto. Vamos a terminar con el sermón y a almorzar a horario.
Parecen no disfrutar el estar en la presencia de Dios. Muchas de estas personas son buena gente que se consideran buenos cristianos, pero tengo algunas preguntas verdaderas acerca de esta actitud. ¿Cómo es posible que digamos que queremos ir al cielo y pasar una eternidad haciendo lo que aparentemente no disfrutamos hacer durante al menos una hora en la Tierra?
La presencia de Dios raramente desciende donde se prefiere una “adoración por el carril rápido del cristianismo”.
Estoy tratando de decir esto de la manera más diplomática posible, pero La Biblia dice que la adoración será nuestra actividad principal y nuestro mayor gozo en el cielo. ¿Sabe por qué? La adoración es el arte de saber cómo estar en la presencia de Dios. Su fruto es el gozo de tan solo estar allí.
Algunas personas están tan distraídas que nunca se dan cuenta cuando la presencia de Dios invade una habitación o una reunión. Son tan descorteses espiritualmente hablando, que nunca lo reconocen y apenas pueden esperar a deshacerse de Él para que las cosas vuelvan a su miserable versión que llaman “normal”.
¡Es posible dejarse atrapar tanto por las cosas de la iglesia que fracasamos en reconocer que Él está presente en nuestras reuniones!
¿Alguna vez ha ido a una fiesta donde los invitados estaban más interesados en asegurarse de que la fiesta estuviera bien organizada que en reunirse, saludar y disfrutar con las personas presentes? Todos somos propensos a este tipo de cosas.
¡La adoración es la única parte de nuestro servicio de la que Dios obtiene algo! Si a estas alturas está preocupado por su herencia, respire profundamente y continúe leyendo. No me importa que me citen textualmente, pero no me citen erróneamente.
Demasiadas buenas personas tomaron la actitud de decir: “Puedo llegar tarde a la iglesia. Sí puedo perderme la adoración, pero llegaré para la predicación”.
Lo que realmente decimos es: “Puedo perderme la parte de Dios, pero estaré allí para mi parte”.
Dios no aprende nada de nuestras predicaciones. De hecho, Dios nunca ha obtenido una mísera “revelación” o “recordatorio” de la enseñanza de una persona –y eso incluye los mejores mensajes de Billy Graham, Charles Spurgeon, Martín Lutero, Pedro, Juan o Pablo el apóstol–.
Ningún ser humano jamás ha enseñado o enseñará algo a Dios. Somos incapaces de ayudar a Dios, o de hacer que Él haga algo. ¿Puedes imaginarte a Dios codeando a Miguel o a Gabriel y decirles: “Alcánzame una lapicera o una pluma. Quiero anotar eso… ¡no lo sabía!”?
Muy bien, entonces, ¿para qué nos preocupamos en enseñar y predicar?.
El propósito de predicar y enseñar es levantar adoradores. Es equiparnos para el trabajo en el ministerio, no solamente proveer trabajo para algunos ministros.
No estoy tratando simplemente de enseñarle cómo decir pequeñas ecuaciones mágicas de “en el nombre de Jesús”. Si dice su nombre y desconecta su nombre de la presencia, entonces solo es como cualquier otro nombre.
La adoración y la oración que nace de en medio de los problemas, pueden conducirnos a la presencia de Dios, y es precisamente en su presencia donde encontramos el punto de partida para el “camino de regreso”. Sí, ¡existe el “camino de regreso”!
Había otras personas llamadas Jesús durante el ministerio terrenal del Señor. Jesús –Yeshua o Jehoshua– era un nombre bastante común en aquella época. Si decimos su nombre y lo desconectamos de su persona, estamos simplemente diciendo palabras sin un efecto sobrenatural.
¡Cuando decimos el nombre de Jesús y tenemos una relación con Él, invocamos la presencia misma del Señor en medio de la situación!
Cambie una mala noche en un buen día Solo la presencia de Dios puede transformar los mayores fracasos de la vida en los más grandes triunfos.
Hay poder en la presencia de Dios. Y ahí, mi amigo, es donde comienza el proceso de restauración.
"Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora." — Eclesiastés 3:1 (RVR1960)…
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