Señor, me dirijo a ti con voz humilde, pero a la vez maravillado de tus grandezas. Que maravillosamente has creado al hombre, Señor, veo mis manos moverse y pienso en ti, en la sabiduría de tu Nombre y como has dispuesto cada una de las partes de mi cuerpo; respiro aire fresco y nuevamente pienso en ti, en la vida, en que estoy aquí, en que todos mis sentidos gritan de júbilo porque tengo salud. Cada día alzo mis ojos a la cima de los montes y pienso “¡Qué grande eres, Señor! ¡Qué grande tu poder, que con solo una palabra basta para cambiar todo el curso del mundo!” Resuenan en mí, Señor, las palabras de aquel Romano, que se reconocía indigno de que tú entraras en su morada, sin embargo, Tú, Señor, por fe, habitas en cada uno de nosotros y, a la vez, nos dejamos encontrar por tu verdad y transformar por tu palabra. Tú haces todo nuevo Señor, Tú rehaces el corazón del hombre. Por eso, con mi corazón abierto, levanto mi mirada a lo alto de los montes y me uno al salmista a orar, conforme al salmo 126 en su versión Reina Valera, en los versos 1 al 3
“Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion,
Seremos como los que sueñan.
Entonces nuestra boca se llenará de risa,
Y nuestra lengua de alabanza;
Entonces dirán entre las naciones:
Grandes cosas ha hecho Jehová con éstos.
Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros;
Estaremos alegres”.
Porque Tú, Señor, tienes el poder de cambiar la suerte de todo tu pueblo, Tú puedes hacer de lo que el mundo ya considera perdido, algo nuevo y de mucho valor. Pues Tú, Señor mío, no pierdes la esperanza en el hombre y cada día le das tu bendición, esperando que su corazón abra sus puertas a recibirte y abrazarte por el resto de sus días. Tú haces nuevas todas las cosas, Señor, por eso los que creemos en ti, no dudamos de que cambiarás las suertes de nuestra vida en los momentos difíciles y, de esa forma, nos avivamos y nos reconfortamos en medio del sufrimiento y de las asperezas. Señor, en ti confía mi corazón y a ti miran mis ojos cada mañana. Cada día me siento como si estuviese soñando, en un sueño placentero, que me permite ver lo mucho que te haces presente en mi vida, veo a cada lado de mis caminos y ahí estás Tú.
Aunque aun hoy me sigues moldeando, Señor, ya siento en mi la alegría y el júbilo de ser tuyo, de que hayas tocado a mi puerta y te hayas quedado a cenar. Así como los paganos de otras naciones decían en tiempos del salmista que el Señor había hecho grandes cosas con su pueblo; de la misma forma siento en mi que, mientras me transformas en algo nuevo, Señor, podrán las personas a mi alrededor reconocerte a ti en cada uno de mis días. Podrán verme y decir “que bonitas cosas que Dios ha hecho en su vida”; por eso, Señor, te pido que, mis acciones siempre puedan ser reflejo de Ti, que mis manos estén siempre dispuestas a ayudar a quienes sufren, que no me olvide yo de servir a quienes necesitan de Ti, para que así puedas Tú, Señor, usarme como instrumento para entrar a la vida de más personas de este mundo y convertirlas en algo nuevo; puedas avivar su corazón como un fuego, desde adentro, y llenarlo hasta rebosar con el poder del Espíritu Santo. Cambia Señor, las suertes de este mundo, haz que en las sequias empiecen las lluvias y que las lágrimas de los que sufren se conviertan en gritos y cantos de alegría y que todos los que tienen poco, tengan lo suficiente para compartir con otros.
Proclamo en mi, los versos 4 al 6 de tu salmo 126, en donde comprendo que tu promesa es real:
“Haz volver nuestra cautividad, oh Jehová,
Como los arroyos del Neguev.
Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán.
Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla;
Mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas”.
Lo declaro así, en el Nombre de Jesús, por siempre Amén.