Devocionales

Orando con el Salmo 150 para ser instrumento de Dios en la tierra.

Santo es el Señor, Santo su nombre y Santa es también su verdad y su rectitud; porque el Señor es fiel y justo, de nadie se olvida. Tú nos dices, Señor, que en la palma de tus manos llevas nuestro nombre, siempre recuerdas nuestras necesidades y a nadie despides con las manos vacías. Toda la alabanza sea por siempre a ti Señor, que creaste el cielo y la tierra y todo cuanto hay en ella; que desde tu trono, con poder como el del fuego y de los rayos lo riges y gobiernas todo. Con tu palabra creaste todo y también instruiste al hombre para que ande en el camino del bien, tu misma Palabra da vida a todos quienes la reciben, consuela a los que sufren y orienta a quienes se sienten perdidos.

“Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí.”

Porque como en el salmo 150: 1 al 6 de la Nueva versión Internacional, quiero ser un instrumento tuyo que resuene de alabanza constante.

 

“¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor!

Alaben a Dios en su santuario,

alábenlo en su poderoso firmamento.

Alábenlo por sus proezas,

alábenlo por su inmensa grandeza.

Alábenlo con sonido de trompeta,

alábenlo con el arpa y la lira.

Alábenlo con panderos y danzas,

alábenlo con cuerdas y flautas.

Alábenlo con címbalos sonoros,

alábenlo con címbalos resonantes.

¡Que todo lo que respira alabe al Señor!

¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor!”

 

Por eso te digo hoy, Señor, al igual que el profeta Isaías, envíame a mí, llévame a anunciar a tu pueblo tu verdad. Aún cuando sienta en mí, dudas y temores, pues yo también soy de labios impuros; sé, Señor, que tu verdad ira por delante de mí, que donde yo vaya podré consolar a quienes sufren, a los que no encuentran consuelo en nadie más, sé que el trabajo de mis manos y el cansancio de mis pies servirán siempre para que otros lleguen a tus pies, para que otros descansen de sus trabajos. Usa, Señor, mi vida, como aquel cirineo que te ayudo a cargar la cruz; así mismo envíame a ayudar a levantar las pesadas cargas de mis hermanos, para que todos puedan llegar a cumplir la voluntad del padre. Ayúdame también, Señor, a instruir a todos los que están sedientos de tu palabra, hazte presente en sus vidas para que encuentren en ti la verdadera saciedad a su sed y confórtanos a todos, para que podamos mantenernos firmes en la fe y en la verdad revelada de Dios.

Cumple en mí, la palabra hecha en Isaías 6, verso 6 y 7, no permitas que me equivoque Señor.

“Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado”.

Que mi corazón siempre sepa reconocer la verdadera voz del Señor, como las ovejas que entienden el llamado del buen pastor y que mi espíritu no sienta miedo de alzar la voz ante las injusticias del mundo; no permitas que me quede callado ante los abusos y maltratos de otras personas, más bien lléname, Señor, de tu Santo Espíritu, para que lleno de todos los dones sepa yo alzar la voz para corregir a quienes están en el camino equivocado, con voz tranquila y dominio de mi mismo. Dame la Sabiduría para guiar por el buen camino a quienes escuchen tu Palabra a través de mis labios y que todos cuanto vuelvan sus corazones a ti, sepan que eres Tú quien los ha llamado, cada uno según su nombre a participar de tu verdad y de tus promesas. Enséñame, Señor, el camino por el cual debo seguir para mantenerme siempre en tus caminos, para que mis labios siempre estén prestos a decir, sin ninguna duda que, aquí estoy, que me puedes enviar a mí, que mi corazón está dispuesto a adorarte y servirte por siempre, amen.

Gracias Señor, por las misericordias que derramas cada día sobre nuestras vidas, porque nunca nos abandonas y nos reconfortas, nos sostienes de los peligros y, aunque tramen contra nosotros en la oscuridad, tu muestras los planes de los malvados como se ve a plena luz del día y nos das la sabiduría para nosotros continuar por caminos tranquilos. Gracias, Señor, porque tu lo eres todo y lo llenas todo y aun así nos amas, al punto que no dejas de enviar tu verdad a cada rincón de la tierra. En el Nombre de tu Hijo Jesús, amén.

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