Devocionales

Orando por nuestro propósito en la tierra con el salmo 121

Señor, Tú eres Santo, Tú creaste el mundo con tu poder y con voz poderosa extiendes tu Palabra hasta el último rincón de la tierra. Bendito y alabado seas por siempre, Señor.

Vengo a ti, amado Rey, llevando en mis manos lo mejor que tengo para ofrecerte, los primeros frutos de mi cosecha, para que Tú lo bendigas todo y así pueda yo continuar. Digno eres de toda alabanza Señor, pues de ti viene la salvación del hombre; no es por obra de nuestras acciones, pues ninguno podría alzar la vista hacia ti con su corazón puro, sino que es obra de tu gracia y misericordia, es obra del amor que le tienes al hombre; amor que te llevó a entregarte hecho carne, y darte a ti mismo en la cruz, para que ya nosotros no tuviésemos que llevar a cuestas nuestras faltas, sino que, las puertas del cielo estuviesen abiertas para nuestra salvación, para que ya ninguno de los tuyos se pierda, y tengamos cada uno un llamado conforme a nuestro propósito en la vida, y es que así como tu palabra en el Salmo 121:1-8 de la Nueva Versión Internacional, nos asegura que tú nos cuidarás como a Isaías en cada lugar donde nos envíes.

 

“A las montañas levanto mis ojos;

¿de dónde ha de venir mi ayuda?

Mi ayuda proviene del Señor,

 creador del cielo y de la tierra.

No permitirá que tu pie resbale;

jamás duerme el que te cuida.

Jamás duerme ni se adormece

el que cuida de Israel.

El Señor es quien te cuida,

el Señor es tu sombra protectora.

De día el sol no te hará daño,

ni la luna de noche.

El Señor te protegerá;

 de todo mal protegerá tu vida.

 El Señor te cuidará en el hogar y en el camino,

 desde ahora y para siempre”.

Hoy como Isaías en el capítulo 49 versos 1 al 5 te pido Padre amado:

“Oídme, costas, y escuchad, pueblos lejanos. Jehová me llamó desde el vientre, desde las entrañas de mi madre tuvo mi nombre en memoria. 2 Y puso mi boca como espada aguda, me cubrió con la sombra de su mano; y me puso por saeta bruñida, me guardó en su aljaba”.

Que en toda la tierra se escuche tu voz triunfante, Señor, y que, de todos los pueblos sean salvados los hombres. Que de las naciones lejanas, de los países que están más allá del mar, que todos escuchen la voz del Señor, que habla fuerte y claro, que cada día nos recuerda el camino que seguir, para que seamos verdaderamente libres y felices. Sé, Señor, que no te olvidas de ni uno solo de nuestros cabellos, pues desde que estábamos en el vientre de nuestra madre, Tú nos habías escogido. Nos guardaste de todo peligro, pusiste tu sabiduría en nuestros corazones, para que nuestras palabras fuesen llenas siempre del Espíritu Santo; Nos acobijaste debajo del manto de tu amparo, aún en medio de las tribulaciones de la vida, Tú, Señor, nos has guardado cada día del peligro mortal y nos renuevas constantemente para que podamos caminar más. ¡Bendito seas por Siempre, Señor, por eso! En nuestros progresos de la vida te muestras glorioso, te alegras por nuestras condiciones humanas y nos ayudas con ternura a lograr lo que anhelamos; nada le pides al hombre, Señor. Tú, que eres lo más grande del universo, ¿qué podrías necesitar de nosotros? Sin embargo, te has hecho tan pequeño como para entrar en nuestro corazón y habitarlo por el resto de nuestras vidas.

Tú, Señor y Padre, has sido mi fuerza en medio de la tribulación, me hiciste tu siervo y no me abandonas; me has convertido en un pedacito de la luz, para que ayudado por tu poder pueda iluminar a otros. Me hiciste reflejo de tu Santo Nombre, con toda la responsabilidad que eso implica, por eso te pido, Señor, que sigas fortaleciendo mi ser, sigas poniendo tus palabras en mi boca, sigas guiando mis pasos y llevándome por el buen camino, sigas caminando delante de mi abriendo las puertas, para que donde sea que yo vaya, las personas no me vean simplemente a mí, que soy un ser humano, con defectos y carencias, sino que puedan ver tu mismo rostro y volverse a ti. Me has escogido, Señor, para caminar en tus senderos y enseñar a otros a caminar, me elegiste para gloriar tu nombre y para salvarme de los peligros de la muerte. ¡Gracias, Señor, por las maravillas que has hecho en mi vida! Permíteme siempre estar contigo en tu presencia por siempre,  lo declaro así en el Nombre de Jesús, Amen.

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