Por Judy Jacobs
Jesús dijo: “cuando ores”, no si tú oras, o sólo en el caso de que se presente una oportunidad de orar. Él lo dijo muy enfáticamente. “Cuando ores”, como si dijera: “Esto debe hacerse sin siquiera pensar en ello”. En los últimos años parece haber una epidemia de falta de oración que ha golpeado a la Iglesia que está adormecida. Dios les dijo a los hijos de Israel en Números 15:1-2: “Jehová habló a Moisés, diciendo: habla a los hijos de Israel, y diles: Cuando hayáis entrado en la tierra de vuestra habitación que yo os doy” (énfasis agregado). No si, sino cuando.
Los hijos de Israel no podían ver las promesas de Dios. No podían verse a sí mismos en la Tierra Prometida con fluidez de leche y miel. Todo lo que podían ver eran los gigantes, los enemigos a cada lado, la nube durante el día, el fuego durante la noche, todo ese maná. Pero Dios les había dado enfáticamente un marco temporal: un “cuando”. En otras palabras: “Yo sé cómo luce y lo que parecería, pero he hablado y no puedo retractarme de mi palabra”. Dios está obligado por su palabra, que es el motivo por el cual debemos recordarle a Dios aquello que Él dijo.
Si Dios dijo “cuando” en ese momento, Él sigue diciendo “cuando” actualmente. Todo lo que Dios ha dicho, sucederá. Pablo dijo: “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6). Usted paga su diezmo porque está totalmente persuadido de que “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19). Plenamente persuadido, totalmente convencido de que lo que Dios ha dicho en su Palabra, Él lo cumplirá. Plenamente persuadido de que usted poseerá la tierra que Dios dijo que sería suya.
Dios les dijo a los hijos de Israel que fueran y tomaran posesión de la tierra. Pero cuando llegaron allí para poseerla, había gigantes que ocupaban el lugar.
Ahora, ¿puedo decirle algo? Siempre habrá gigantes que se opongan a usted y lo intimiden. Pero Dios le ha dado propósito, destino y abundante gracia como para completar lo que Él inició en su vida. A través de la oración fuerte y la fe enérgica usted puede permanecer firme en su confesión y creer que usted es quien Dios dice que es.
Mi querido amigo, el Dr. Myles Munroe dice en su libro (Entender el propósito y el poder de la oración): “Orar es el hombre otorgándole a Dios el derecho legal y el permiso de interferir en los asuntos terrestres”. La oración de entrega y eficaz le dice a Dios: “te doy permiso para que hagas lo que tú quieras en mi vida, cuando tú quieras hacerlo, como lo quieras hacer y donde quieras hacerlo”. Hay algo seguro: la oración no es una opción para el creyente. Jesús dijo: “Cuando ores”, y en otro pasaje dijo: “Cuando ayunes”, significa que tales cosas son esperables. Jesús dijo: mostrarles que debían orar siempre, sin desanimarse” (Lucas 18:1, NVI). En otro pasaje, Él dice que hay que “orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17). Esto sugeriría una conversación continua, una práctica que no es singular ni algo especial de hacer en determinados momentos o temporadas. Jesús nos ordenó llanamente que no dejemos de orar.
“La oración del justo es poderosa y eficaz” (Santiago 5:16, NVI) la clave para la oración eficaz se halla en Marcos 9:23: “Si puedes creer, al que cree todo le es posible”.
Dios puede hacer cerrar la boca de los leones, librar de un horno feroz, abrir el Mar Rojo o instruir que el sol y la luna permanezcan quietos, simplemente porque eso es lo que debe hacerse para uno de sus hijos.
Dios no quiere que todos nosotros renunciemos a nuestros trabajos, abandonemos la vida cotidiana tal como la conocemos y nos unamos a un monasterio para pasar el resto de nuestra vida en oración constante.
Pero lo que Él sí quiere y espera de nosotros es que permanezcamos en comunicación con Él durante todo nuestro día, con un propósito, alabando, orando, haciendo peticiones y llenando nuestra mente con pensamientos sobre Él.
Decidir cosas como “Te amo”, “Tú eres mi Dios”, “Tú eres el gran Dios”, “Tú obras todo para mi bien”, “Tú estás conmigo, así que no temeré” o cualquier otra cosa que nos venga a la mente que queramos decirle. La Palabra promete: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Isaías 26:3).