Devocionales

El Cielo Respalda Lo Que Digas en Su Nombre

El nombre que lo transforma todo

Por Kenneth Copeland

La mayoría de nosotros, como creyentes, hemos cometido un error muy común en más de una ocasión: Hemos visto ciertos versículos en la Biblia como una promesa que todavía necesita cumplirse, cuando en realidad son declaraciones factuales. Hemos usado esos versículos en oración, pensando que estamos esperando que Dios provoque su materialización, cuando la verdad es que Él está esperando a que nosotros simplemente los creamos y los pongamos en acción.

Esto es lo que ha sucedido en gran medida con Juan 14:12-13. Multitudes de cristianos han tratado esas escrituras como versículos de oración. Han orado… y orado… y orado para que Dios haga que sucedan en sus vidas las palabras que Jesús dijo allí: «De cierto, de cierto les digo: El que cree en mí, hará también las obras que yo hago; y aún mayores obras hará, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidan al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo».

El problema radica en que éstos no son versículos de oración. Son una realidad ya materializada. Jesús ya fue al Padre; por lo tanto, nosotros no tenemos que orar para que Dios nos otorgue el privilegio y el poder de hacer las obras de Jesús. ¡Él ya nos ha dado ese poder!

A través de Su muerte, resurrección y ascensión, Jesús le ha dado a cada creyente, en cualquier lugar, el derecho a pedir (o “demandar”, como lo representa el griego con mayor precisión) en Su Nombre y obtener los mismos resultados que Jesús obtendría.

Eso fue lo que Pedro hizo en Hechos 3. ¿Recuerdas la historia? Él y Juan pasaron al lado de un hombre cojo en la entrada del templo, cuando el hombre les pidió una limosna: «Entonces Pedro, que estaba con Juan, fijó la mirada en el cojo y le dijo: «¡Míranos!» El cojo se les quedó mirando, porque esperaba que ellos le dieran algo, pero Pedro le dijo: «No tengo oro ni plata, pero de lo que tengo te doy.

En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda!» Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó, ¡y al momento se le afirmaron los pies y los tobillos! El cojo se puso en pie de un salto, y se echó a andar; luego entró con ellos en el templo, mientras saltaba y alababa a Dios» (versículos 4-8).

Podrías decir: “Sí, hermano Copeland, pero eso sucedió porque Pedro era un apóstol”.

No, no es así. Sucedió porque él hizo una demanda en el Nombre de Jesús, y Jesús hizo lo que Pedro dijo. Como el Sanador, el Sumo Sacerdote y Administrador del Nuevo Pacto, Él liberó Su poder e hizo que el hombre se levantara y caminara.

Pedro confirmó inmediatamente que es así como el milagro sucedió después de ocurrido. Cuando las personas empezaron a reunirse a su alrededor, mirándolos a él y a Juan con asombro y maravillados, dijo: «Varones israelitas, ¿Qué es lo que les asombra? ¿Por qué nos ven como si por nuestro poder o piedad hubiéramos hecho que este hombre camine? El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, que es el Dios de nuestros antepasados, ha glorificado a su Hijo Jesús… y por la fe en su nombre, a este hombre que ustedes ven y conocen, Dios lo ha restablecido; por la fe en Jesús, Dios lo ha sanado completamente en presencia de ustedes» (versículos 12-13, 16).

Nota que Pedro no menciona nada acerca de que él era un apóstol. Él no dijo que el milagro ocurrió porque tenía un llamado ministerial especial. Dijo que sucedió debido al poder del Nombre de Jesús. Y le dijo prácticamente lo mismo al otro día a los sacerdotes judíos cuando lo arrestaron junto a Juan y les exigieron una explicación del milagro.

«¿Con qué autoridad, o en nombre de quién hacen ustedes esto?», les preguntaron (Hechos 4:7). Y Pedro respondió: «Sepan todos ustedes, y todo el pueblo de Israel, que este hombre está sano en presencia de ustedes gracias al Nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de los muertos… porque no se ha dado a la humanidad ningún otro nombre bajo el cielo mediante el cual podamos alcanzar la salvación» (versículos 10, 12).

El Nombre puede hacer cualquier cosa que Jesús pueda hacer

Mira nuevamente lo que Pedro dijo. El no dijo que el Nombre de Jesús le había sido “dado a los apóstoles”. Él dijo que el Nombre de Jesús: «se ha dado a la humanidad». En otras palabras, Dios le ha dado ese Nombre a cualquier hombre (mujer, niña o niño) que crea en Él.

¡El Nombre de Jesús puede hacer cualquier cosa que Él pueda hacer! Su Nombre conlleva el mismo poder que Él tiene.

En realidad, eso aplica hasta cierto punto en cuanto se refiere a cualquier nombre. Incluso en lo natural, el nombre de un hombre conlleva el mismo peso que él. Si un hombre no es bueno, su nombre tampoco lo será. Por otra parte, si una persona es muy respetada por su poder, riqueza e integridad, el nombre de esa persona puede lograr grandes cosas—incluso cuando no esté físicamente presente.

Me gusta la forma en que lo ilustra el hijo mayor de Oral Roberts. Él comentó acerca de un tiempo en el que cuando era un jovencito, se cansó de que lo reconocieran debido a la fama del nombre de su papá y no quería mencionarlo. Él acababa de salir del ejército y, a pesar de que tenía un trabajo, no tenía mucho dinero y necesitaba un auto. Cuando fue al banco para aplicar por un préstamo le dijeron que no calificaba.

“Hijo”, le explicó el banquero, “el problema es que no te conocemos, no sabemos nada de ti”.

“Bueno”, respondió Ronnie, “no quería hacer esto… pero ¿importaría si supiera que mi papá es Oral Roberts?”

Al escuchar ese nombre las cosas cambiaron repentinamente. “¡Ciertamente importaría!” exclamó el banquero. “Todas las personas conocen al hermano Roberts por aquí. ¿Por qué no me dijiste antes que eras su hijo? Siéntate y llena estos papeles y puedes ir y comprarte un auto”.

¡Ese es un ejemplo maravilloso de lo que te pasa a ti, como hijo de Dios nacido de nuevo, cuando declaras el Nombre de Jesús! ¡Cada espíritu angelical en los cielos, toda la creación terrenal y cada demonio en el infierno reconoce ese Nombre!

Primero, es el Nombre de Dios mismo—el Nombre que contiene la medida completa de Su gran poder. Es el Nombre que ha sido heredado por aquel, como Hebreos 1 dice: «a quien [Dios] constituyó heredero de todo, y mediante el cual hizo el universo. Él es el resplandor de la gloria de Dios. Es la imagen misma de lo que Dios es. Él es quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder. Después de llevar a cabo la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la derecha de la Majestad, en las alturas, y ha llegado a ser superior a los ángeles, pues ha recibido un nombre más sublime que el de ellos» (versículos 2-4).

En segundo lugar, es el Nombre conferido a Jesús porque, como miembro de la Deidad en igual condición al Padre, Él no se hizo de ninguna reputación, vino a la Tierra como un hombre, y fue a la cruz para asegurar la redención de la humanidad. Como Filipenses 2 dice: «Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio [Su] nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los [nombres] que están en los cielos, y [nombres] en la tierra, y [nombres] debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios el Padre» (versículos 9-11).

Tercero, es el nombre que Jesús ganó por conquista cuando derrotó al diablo y todos sus siervos y les quitó las llaves de la muerte y el infierno. Es el nombre que ganó cuando: «Desarmó además a los poderes y las potestades, y los exhibió públicamente al triunfar sobre ellos en la cruz». (Colosenses 2:15)—Él declaró: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18).

Su Nombre también es tu nombre

¡El Nombre de Jesús es el Nombre que lo transforma todo—y te pertenece a ti como Su coheredero, tanto como le pertenece a Él!

Es tuyo porque has nacido del mismo Padre celestial. El «Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien recibe su nombre toda familia en los cielos y en la tierra» (Efesios 3:14-15). Es tuyo porque cuando entraste en el pacto de sangre con Jesús fuiste nombrado en la familia de Él y el Padre. No recibiste solamente permiso de usar ese Nombre de vez en cuando para hacer que el diablo te escuche. Dios te dio ese Nombre distinguido. ¡Ahora es tu nombre!

Es como sucede en un matrimonio. Cuando Gloria y yo nos casamos mi nombre se convirtió en el de ella. Ella empezó a ser conocida como Gloria Copeland. Ella tomó el apellido Copeland y empezó a usarlo sin ningún reparo porque sabía que le pertenecía. No solamente era suyo legalmente; le pertenece, porque a través del pacto del matrimonio, nos hicimos uno.

De la misma manera, cuando tú entraste en el Nuevo Pacto por fe en Jesús, te convertiste en “un espíritu” con el SEÑOR. Te convertiste en parte de Su Cuerpo, “de Su carne y Sus huesos”. La Biblia va más allá y dice que: «como él es, así somos nosotros en este mundo» (lee 1 Corintios 6:17; Efesios 5:30; 1 Juan 4:17).

Esta es la realidad asombrosa de nuestra unión con Jesús. ¡Te da tal poder absoluto para hablar en Su Nombre, que todo el cielo apoyará lo que dices, como si Jesús estuviera presente personalmente, declarando esas mismas palabras!

Por supuesto, tienes que leer y meditar lo que La PALABRA dice para sacar el máximo provecho de ese poder, porque es la fe en el Nombre lo que hace la obra, y la fe viene al oír LA PALABRA. No viene de otra manera. Ni siquiera viene de ver milagros sucediendo en el Nombre de Jesús.

Mira nuevamente Hechos 3 y la sanidad del cojo y verás a lo que me refiero. Las personas que fueron testigos de ese milagro no fueron llenas instantáneamente con fe. No, inicialmente solamente: «se quedaban admirados y asombrados» (versículo 10).

Después Pedro empezó a predicarles el evangelio. Les dijo que Jesús es el «Autor de la vida» (versículo 15) y que Dios lo resucitó y lo envió a BENDECIRLOS y a convertirlos de su maldad» (versículo 26). ¡Mientas Pedro estaba predicando, la fe llegó a esas personas! En vez de solo estar asombrados, «muchos de los que habían oído sus palabras, creyeron» (Hechos 4:4).

Lo mismo te sucede a ti en lo que concierne al Nombre de Jesús. Mientras tú atiendes a lo que la PALABRA dice al respecto, viene la fe. ¡No solamente crecerás en tu fe y entendimiento del poder del Nombre de Jesús, sino que entenderás verdaderamente que Su Nombre realmente es tuyo!

Protección, provisión y liberación

Para una representación viva de lo que significa caminar en esa revelación, lee el Salmo 91. Éste describe una vida marcada continuamente por la protección sobrenatural donde eres liberado de la pestilencia, los peligros y las trampas de cualquier clase. Éste habla de ángeles rodeándote todo el tiempo y defendiéndote, una vida tan victoriosa en la que puedes poner al diablo bajo tus pies.

¡Casi suena demasiado bueno para ser cierto; sin embargo, es la vida que ha sido provista para el hijo de Dios nacido de nuevo! Es el poder que está disponible en el Nombre de Jesús para los cristianos. Y como Dios lo dice en el Salmo 91:14-16: «Yo lo pondré a salvo, porque él me ama. Lo enalteceré, porque él conoce mi nombre. Él me invocará, y yo le responderé; estaré con él en medio de la angustia. Yo lo pondré a salvo y lo glorificaré. Le concederé muchos años de vida, y le daré a conocer mi salvación».

Sé por experiencia propia lo que puede suceder cuando Dios muestra Su salvación. Lo vi la primera vez que prediqué acerca de la autoridad del Nombre de Jesús. ¡Esa es una reunión que nunca olvidaré! Estaba ministrando en Jamaica, en las montañas, en un pequeño pueblo llamado Nueva Esperanza (New Hope). Era una noche oscurísima, totalmente negra, y el servicio se llevaba a cabo bajo una carpa provisional hecha con alambre y con hojas de plátano apiladas en la parte superior a modo de techo.

Debido a que la única luz en ese lugar provenía de una linterna de querosene que solamente iluminaba un metro alrededor de la tarima (la cual estaba hecha de dos planchas de madera martilladas a un tronco de madera) yo no podía ver con detalle a la congregación. No podía saber cuántas personas estaban allí, y ni cómo estaban respondiendo a lo que estaba predicando acerca del Nombre de Jesús. Así que me sorprendí cuando de repente, un hombre salió de la oscuridad y dijo: “¡Imponme las manos en ese Nombre!”

Lo hice, y un segundo más tarde otra persona dio un paso… y luego otra… y otra. Para el momento en que terminé, había ministrado a cientos de personas simplemente imponiéndoles las manos y diciendo: “¡En el Nombre de Jesús!”

Al finalizar el servicio, estaba subiendo al auto para irme con el pastor, cuando una mujer pequeña se acercó y me dijo con seriedad: “Hermano Copeland, muchas gracias. Yo era ciega, y ahora veo. Alabado sea Dios”. Después se dio la vuelta y se fue.

Su comportamiento fue tan frío que pensé que hablaba metafóricamente, así que le pregunté al pastor si lo que quería decir era que sus ojos espirituales habían sido abiertos a una revelación nueva.

“Oh, no” me respondió. “¡Ella estaba completamente ciega y esta noche recibió su vista!” ¿Qué causó el milagro? El mismo poder que hizo al cojo caminar en Hechos 3: El poder del Nombre de Jesús.

¡El Nombre que lo transforma todo!

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