Devocionales

Un muro de poder

Por Kenneth Copeland

Uno de mis héroes de la fe es Smith Wigglesworth, un evangelista sanador inglés de los comienzos del siglo XX. El Señor Wigglesworth fue tal vez uno de los hombres de fe más audaces que alguna vez haya existido en esta Tierra. Sin embargo, él no siempre fue así.

Se crio en una familia muy pobre y se vio forzado a trabajar en la industria de mano de obra pesada desde que tenía 6 años; el Sr. Wigglesworth no tuvo educación formal y no aprendió a leer sino hasta que fue un adulto.

Se convirtió en plomero de oficio y era uno de los buenos. Sin embargo, cuando se casó con una mujer que estaba llamada a predicar, el Sr. Wigglesworth se enfrentó con el llamado de Dios que también estaba sobre su vida: un llamado que trató de evadir a toda costa.

Smith Wigglesworth era un hombre extremamente introvertido y se avergonzaba muchísimo por su falta de educación.

Cuando comenzó el ministerio público con su esposa, el Sr. Wigglesworth se asustaba completamente con solo pararse en la tarima y decir su nombre. Cuando leía una escritura en voz alta, tartamudeaba y se equivocaba en el proceso. A continuación, decía: “Si alguien tiene algo que decir, dígalo ahora: he terminado.” Después se bajaba de la tarima y se sentaba. Usualmente, era su esposa la que terminaba predicando.

No obstante, en el corazón de este tartamudo introvertido, había una gran No obstante, en el corazón de este tartamudo introvertido, había una gran convicción y pasión por Dios. El Sr. Wigglesworth se negó rotundamente a dejar que anocheciera sin testificarle a alguien, y ganó al menos un alma a diario para Jesús.

Entonces, ¿de dónde provino aquella valentía por la que el Sr. Wigglesworth es tan famoso?

Cuando la Sra. Wigglesworth murió, ella había hecho todo lo posible para que él se sometiera al llamado de Dios en su vida. Sin embargo, él no lo hacía; al menos, no cuando ella estaba alrededor para poder predicar. Así que antes de morir, ella hizo un acuerdo con el SEÑOR: ella se iría para el cielo para que Smith comenzara con el llamado de Dios. Sin embargo, eso tampoco funcionó, al menos de forma parcial.

El día que la esposa del Sr. Wigglesworth murió, él oró para que ella resucitara… y así fue.

“¡No me dejarás!” le dijo cuando ella resucitó. “¿Qué haré?”

“Smith: ¡vas a predicar el evangelio de Jesucristo!” le respondió ella. “Me estoy yendo—ahora, ve y haz la voluntad de Dios”.

A continuación, ella reposó su cabeza en la almohada y se dejó ir.

Una vez muerta, el Sr. Wigglesworth se arrepintió, y se arrepintió, y se arrepintió y se arrepintió, hasta que finalmente aceptó su llamado. Sin embargo, este solo fue el comienzo. El verdadero cambio en Smith Wigglesworth no llegó a su vida hasta que no empezó a levantarse todos los días a las 4:00 am. a tomar la comunión.

Como un reloj, todos los días comenzaba el día recordando su pacto con el Dios Todopoderoso, compartiendo del pan y la copa. Todos los días los vivía bajo la influencia del pacto. Y con el pasar del tiempo, él se volvió más valiente, hasta que finalmente se convirtió en uno de los hombres de Dios más valientes de toda la historia.

Un muro de justicia

Así como el Señor Wigglesworth, mientras tú y yo continuamos el recorrido de salvación en esta Tierra, habrán ocasiones en las que nos equivocaremos y pecaremos. Aun como cristianos maduros, a veces nos saldremos de la voluntad de Dios para nuestras vidas. Cuando lo hacemos, nuestra tendencia natural es alejarnos de Dios, llenos de vergüenza. Queremos escondernos de Él, de la misma manera que Adán y Eva lo hicieron cuando pecaron por primera vez.

Sin embargo, en lugar de escondernos, quiero animarte a que corras tan rápido como puedas a los brazos de Dios. Nosotros podemos hacerlo porque tenemos un abogado ante el Padre (1 Juan 2:1). Nosotros tenemos: «Uno que intercede por nosotros», dice la Biblia Amplificada, Edición Clásica.

Sin embargo, una cosa es simplemente saber que Jesús es nuestro abogado personal. Otra cosa es acceder a Su ministerio como Abogado.

Por esa razón, quiero mostrarte una manera práctica en la que podemos llevar a Jesús—nuestro Abogado celestial—a nuestras situaciones de la vida cotidiana en las que, incluso si hemos pecado y nos hemos arrepentido por fe, necesitamos un poco de ayuda para mantenernos firmes en contra de los ataques de la culpa y la condena del demonio.

Quizás no hayamos pecado, pero necesitamos ayuda manteniéndonos firmes contra la tentación de pecar.

Cualquiera sea el caso, tú y yo podemos construir a diario un muro que nos ayudará a mantenernos firmes sin ser vencidos por el mundo de las tinieblas. Es un muro que repelerá al pecado, la culpa y la condenación. Es un muro de justicia que reforzará nuestra confianza y valentía en Dios.

¿Cómo construimos este muro? Por medio de la fe, y por la PALABRA de Dios.

¿Con qué lo construimos? Con la copa y el pan.

Un muro de recuerdo

A comienzos de 1998, el Espíritu de Dios me redarguyó por no tomar comunión tan frecuentemente como debería. Ciertamente, yo conocía los beneficios de tomar comunión en forma regular por las situaciones específicas que enfrentaba de vez en cuando, pero el SEÑOR me estaba diciendo que necesitaba hacerlo con mayor frecuencia.

Alrededor de esa misma época, el SEÑOR también usó a uno de mis amigos para animar dentro de mí el principio de construir un muro poderoso entre nosotros—creyentes que han sido hechos la justicia de Dios (2 Corintios 5:21)—y el pecado. Este era un principio que yo había practicado durante varios años, pero del que necesitaba una revelación fresca.

El apóstol Pablo, que había recibido una revelación muy grande concerniente a la Cena del SEÑOR, escribió en 1 Corintios 11:23-26:

Yo recibí del Señor lo mismo que les he enseñado a ustedes: Que la noche que fue entregado, el Señor Jesús tomó pan, y que luego de dar gracias, lo partió y dijo: «Tomen y coman. Esto es mi cuerpo, que por ustedes es partido; hagan esto en mi memoria.» Asimismo, después de cenar tomó la copa y dijo: «Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; hagan esto, cada vez que la beban, en mi memoria.» Por lo tanto, siempre que coman este pan, y beban esta copa, proclaman la muerte del Señor, hasta que él venga.

Cuando tú y yo vamos a la mesa de la Comunión y participamos del pan y bebemos de la copa, estamos representando, significando y proclamando la muerte de Jesús (versículo 26, AMPC).

La sangre de Jesús—Su muerte—ratificó nuestro pacto con Dios. Dios honra esa sangre. De hecho, cuando tú y yo pecamos, esa sangre separa. La sangre de Su Hijo está en entre Él y nuestros pecados.

Pero ahora, retrocedamos un poco y observemos la línea de sangre que nos rodea.

Usemos la televisión como un ejemplo de algo que podría permitir que el mundo de las tinieblas entre a nuestras vidas; supongamos que me siento y veo un programa que yo sé que no debería mirar. Al hacerlo, abro mi mente y mi corazón a imágenes y palabras impías. En primer lugar, el Espíritu ya me había dicho que no debía ver ese programa; aun así, lo vi.

Así que ahora voy delante de Dios y confieso que lo que había hecho estaba mal, arrepintiéndome por no hacerle caso a la advertencia del Espíritu Santo.

Ahora supongamos que este ha sido un problema recurrente en mi vida; para resolverlo de una vez y para siempre, tomo una copa de comunión y el pan, y los pongo en la mesa de centro, frente al TV.

Primero me juzgo muerto al pecado—no me condeno— (1 Corintios 11:31-32).

Gálatas 2:20 dice: «Pero con Cristo [El Ungido, Jesús] estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo [El Ungido y Su Unción] vive en mí…».

Después de juzgarme muerto al pecado, tomo el pan y la copa—el cuerpo de Jesús roto por mí, el cual establece un pacto delante del trono de gracia de Dios… la Sangre que Jesús derramó por mí para erradicar, remitir y remover todos mis pecados— y tomo esos elementos en mi cuerpo.

Ahora presta atención. Intencionalmente, coloqué esos elementos sobre la mesa entre mi persona y la televisión. ¿Por qué? Porque me ayuda a visualizar lo que existe en el ámbito espiritual. Hay un pacto de sangre ratificado entre mí y el pecado.

Por lo tanto, hay un muro ente el TV y yo. La sangre del pacto de Dios, en la persona de Jesús, se ha interpuesto entre la TV y yo, la TV representando el pecado, del cual he sido liberado y limpiado. Eso significa que, si decido pecar de nuevo, habré cruzado esa línea. Habré cruzado la línea de sangre.

También significa que, ahora que me he arrepentido, el programa de TV ya no está más entre Dios y yo. El pecado no puede permanecer en medio de nosotros. El pecado—y toda su culpa y condenación—no puede ser señor sobre mí. Se ha construido un muro: yo estoy al lado de Dios y Él está de mi lado, y ambos estamos en contra del pecado.

Un muro de poder

La mesa de comunión puede ser una fuerza poderosa en nuestra vida. Fue la que produjo una diferencia en la vida de Smith Wigglesworth.

El Sr. Wigglesworth no se volvió valiente porque trató de hacerlo por sí solo. Su valentía provino del hecho de que su identidad ya no era la de un pobre niño sin educación del norte de Inglaterra. Su identidad ahora estaba escondida en el Ungido, Jesús, y su Unción.

Una vez que el Sr. Wigglesworth comenzó a construir un muro con el pan y con la copa, y él nunca más pensó en sí mismo. Él solamente pensó acerca de Jesús. Su pacto con Dios estuvo constantemente en su mente, influenciando todo lo que dijo e hizo.

Tu no irás a un funeral como lo hizo en una ocasión el Sr. Wigglesworth, tomarás el cuerpo del ataúd y le ordenarás caminar—y este resucita y camina—sin haber tomado la comunión antes esa misma mañana. De hecho, mejor toma el pan y la copa todo el día si quieres esa clase de valentía.

Jesús dijo: «Cada vez que beban de esta copa, acuérdense de mí.»

Cuando tú y yo nos acordamos de Jesús a través del pan y la copa, construimos un muro de justicia. Construimos un muro de la justicia de Jesús que se levanta entre nosotros y el pecado. Este determina lo que nosotros decimos y hacemos. Determina la cantidad de poder en nuestra vida.

Si deseas ver a Dios moverse poderosamente a través de este año, toma frecuentemente la comunión y construye un muro. Desarrolla un sentido de honra más grande por la sangre y el cuerpo de Jesús. Toma el pan y la copa… y acuérdate de Jesús.

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