Devocionales

La Ansiedad Nos Lleva por Mal Camino

La ansiedad es uno de los problemas emocionales más frecuentes de nuestros días en los países desarrollados. Se calcula que hasta un 20% de personas sufre alguna forma de ansiedad patológica que requiere tratamiento: fobias, trastornos de pánico, ansiedad generalizada en forma de inseguridad y aprensión constantes, síntomas físicos como mareos, ahogos, dolores de cabeza,etc.

¿Cómo se explica este incremento tan notable en una sociedad -la occidental- que ha alcanzado unas altas cotas de progreso técnico y de riqueza? ¿No es una paradoja que el incremento del bienestar material tenga la ansiedad como sorprendente «compañera de viaje»?

Entendiendo el significado de la ansiedad

La ansiedad no siempre es patológica. De hecho, hay un tipo de ansiedad que actúa como un valioso estímulo en la vida porque nos motiva. Es la fuerza que nos impulsa a ocuparse adecuadamente de personas o situaciones que lo requieren. Un ejemplo de esta preocupación positiva lo tenemos en la actitud de Pablo por las iglesias en el versículo citado de 2 Corintios 11:28.

La palabra usada aquí merimna es la misma que Jesús utiliza en Mateo 6:25 para condenar cierto tipo de ansiedad, lo cual nos demuestra que el problema no está en la ansiedad en sí misma, sino en su contenido -el qué nos preocupa- y en las actitudes que la rodean.

En su sentido positivo, la ansiedad es una fuerza que nos lleva a tomar decisiones y dar pasos necesarios para afrontar mejor cualquier problema. Hasta aquí podemos hablar del valor adaptativo de la ansiedad, la «ansiedad buena» que es una herramienta necesaria para la vida misma.

Sin embargo, una cosa es ocuparse y otra preocuparse. La ansiedad en su sentido más popular conlleva la idea de una preocupación excesiva por el futuro, cercana al miedo, que puede erosionar y hasta paralizar la capacidad de lucha:

«Qué me va a ocurrir? ¿Qué será de mi vida?

¿Cómo evolucionará esta enfermedad?

¿Podré trabajar?

¿Ganaré lo suficiente para sostener a mi familia?.

Un sinfín de incertidumbres pueden planear sobre nuestra mente en algún momento de la vida. La inseguridad y el miedo dominan los pensamientos en un círculo vicioso del que no sabemos salir. Es como si el mundo se nos viniese encima y nos aplastara. No olvidemos que la palabra ansiedad -o su sinónima angustia- proviene de una raíz etimológica que significa estrechez, desfiladero, algo que ahoga u oprime.

Hemos de combatir este tipo de ansiedad porque esta suele actuar como un lastre en la vida.

Ansiedad buena y ansiedad mala:

Ser ansioso versus estar afanoso

Es importante tener clara la enseñanza bíblica sobre la ansiedad. Con frecuencia, conceptos erróneos son fuente de sentimientos de culpa injustos. Debemos trazar una distinción entre ser ansioso y estar afanoso (afanarse). La diferencia es clara no sólo desde el punto de vista semántico, son vocablos diferentes, sino también conceptual, reflejan realidades distintas.

La ansiedad a la luz de la Biblia

«No os afanéis por el día de mañana». La ansiedad existencial. A diferencia de la anterior, se trata de una reacción de desconfianza ante el futuro, en especial en los aspectos más esenciales de la vida: comida, salud, abrigo, tal como Jesús señala en el Sermón del Monte (Mt. 6:25-31). El verbo merimnao aparece hasta cuatro veces en el texto y da la idea de estar muy preocupado, abrumado, hasta el punto de generar inquietud, desasosiego.

Es la misma palabra que Jesús utiliza para reprochar a Marta su actitud: «…afanada y turbada estás». Este tipo de ansiedad es claramente condenada en la Biblia porque en su base hay una falta de confianza en la provisión de Dios. Implica, en la práctica, negar dos atributos básicos del carácter divino: su fidelidad y su providencia. Es hacer a Dios pequeño, convertir al Todopoderoso en un «dios de bolsillo».

Si lo anterior era más un problema psicológico que requería tratamiento, la ansiedad existencial -el estar afanoso- es un pecado que requiere arrepentimiento. Su mejor tratamiento radica en poder exclamar como el salmista con plena certeza: «Mas yo en ti confío, oh Dios, en tu mano están mis tiempos» (Sal. 31:14-15).

No podemos concluir sin mencionar el antídoto por excelencia a esta ansiedad existencial: la oración. El apóstol Pablo nos ha legado uno de los pasajes más luminosos sobre el tema en Fil. 4:6-7: «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante del Dios y Padre en toda oración y ruego, con acción de gracias»

Este ejercicio espiritual combate la causa última de la ansiedad descrita al principio: la separación de Dios. Cuanto más aprendemos a desarrollar un sentido constante de la presencia de Dios en nuestra vida, esto significa la expresión «orar sin cesar»- tanto más vamos a experimentar el bálsamo terapéutico de la paz de Dios.

Pablo lo describe con tal fuerza que sobra cualquier comentario: «Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús».

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