Devocionales

Orando con el salmo 51 para que tus ovejas escuchen tu voz, ¡Oh Dios!

Abba amado, hoy me regocijo como nunca en tu Nombre, en tu fidelidad, en tu Santidad, y en todo el significado que le he encontrado a mi vida, a partir de dar el paso de entregarte mi alma, mi corazón, mi mente y todo lo que soy, Señor.

El reconocer que no me formé de la nada, que tengo un Creador que hizo todo por mí, y para mí, que desde antes de la fundación del mundo ya sabía cuantos errores yo habría de cometer, y cuantas veces tendría falsos arrepentimientos, hasta llegar al verdadero, ese instante en que ya mi corazón no podía más, y tal como el ungido, con palabras menos entendidas, pero sinceras diría lo similar a los versos 1 al 4 del glorioso salmo 51.

Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia;

Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.

Lávame más y más de mi maldad,

Y límpiame de mi pecado.

Porque yo reconozco mis rebeliones,

Y mi pecado está siempre delante de mí.

Contra ti, contra ti solo he pecado.

Una enseñanza que nos dejaste a través de David, para que cada uno en su tiempo discierna, que no hay pecado pequeño, y pecado grande, que el pecado delante de ti, es igual, y que se vuelve un todo de transgresiones que no tenías que lavar enviando al cordero sin mancha, a derramar su sangre para expiarnos; y aún, así en tu infinito amor por la humanidad lo hiciste. Porque, así como Habacuc 3: 17 al 18, hoy exclamo:

Aunque la higuera no florezca,

ni haya frutos en las vides;

aunque falle la cosecha del olivo,

y los campos no produzcan alimentos;

aunque en el aprisco no haya ovejas,

ni ganado alguno en los establos;

aun así, yo me regocijaré en el Señor,

¡me alegraré en Dios, mi libertador!

Es así como mis ojos se abrieron y comprendí cuanto me liberaste de tantas cargas externas e internas, cargas que vinieron como herencia de generación en generación, y comprendí que, si anhelo ver en su segunda venida al León de la Tribu de Judá, debía afinar mi oído y entrar al rebaño que se mantiene paciente alimentándose de sus verdes pastos, los que el amable Pastor, el Príncipe de Paz, preparó para que supiese esperarlo.

Sabiendo esto, no hay motivos que justifiquen que me desvíe de la senda, no como ocurrió al pueblo cuando Jeremías 6: 13 al 17, habló palabra venida de ti; Padre.

Porque desde el más chico de ellos hasta el más grande, cada uno sigue la avaricia; y desde el profeta hasta el sacerdote, todos son engañadores.

Y curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz.

¿Se han avergonzado de haber hecho abominación? Ciertamente no se han avergonzado, ni aun saben tener vergüenza; por tanto, caerán entre los que caigan; cuando los castigue caerán, dice Jehová.

Fue mi decisión por el libre albedrío que me diste, asumir la determinación de cambiar, para dar buen testimonio de tu Grandeza, y de tu misericordia Padre, porque no hay pecado en el mundo que Tú, no perdones cuando existe el arrepentimiento real, sin reincidencias.

De ese mismo modo, como David lo dejó establecido, te pido hoy con sus versos 51:10 al 13

Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,

Y renueva un espíritu recto dentro de mí.

No me eches de delante de ti,

Y no quites de mí tu santo Espíritu.

Vuélveme el gozo de tu salvación,

Y espíritu noble me sustente.

Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos,

Y los pecadores se convertirán a ti.

Confiando en tu respaldo amado Rey, que vives dentro de mí, y anhelas que tu creación abra los ojos y se convierta a Ti, heme aquí como instrumento tuyo para testimonio de tu existencia. Lo declaro en el Nombre de Jesús, amén.

 

 

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