Bendito seas Rey nuestro, una y mil veces seas glorificado, gracias Padre porque podemos acercarnos a ti y acceder confiados a tu presencia gracias a la sangre derramada en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Eres Dios Eterno, Él mismo de ayer, de hoy y por los siglos de los siglos ¡Grande son tus obras! ¡Grande son tus milagros! Nuestra alma no deja de alabarte y de anhelarte, queremos más de ti Señor, queremos ir de gloria en gloria en lo sobrenatural de tu presencia.
“¡Cuán hermosas son tus moradas, Señor Todopoderoso! Anhelo con el alma los atrios del Señor; casi agonizo por estar en ellos. Con el corazón, con todo el cuerpo, canto alegre al Dios de la vida.” Lo dice tu palabra en Salmos 84:1 al 2 de la NVI
No nos conformamos a este siglo Señor, ni a las cosas materiales que nos das, damos gracias por ellas, por el sustento diario, pero deseamos fervientemente todos los tesoros espirituales que están en tu Reino y esas moradas de justicia, paz, amor e integridad que están en tus palacios y que tienes reservadas para nosotros.
Señor Jesús, danos la visión de ver más allá de lo que está a nuestros ojos, llévanos a las cámaras celestiales de tu inmensa gloria y transfórmanos, cámbianos, renuévanos y purifícanos. Queremos un encuentro contigo, con el amado de nuestra alma, día y noche anhelamos tu presencia, nos encomendamos a ti y rogamos verte cara a cara como la amada que con fervor implora ver a su amor, así lo expresa tu palabra en Cantares 3, de 1 al 2 en la Nueva Traducción Internacional
“Por las noches, sobre mi lecho, busco al amor de mi vida; lo busco y no lo hallo. Me levanto, y voy por la ciudad, por sus calles y mercados, buscando al amor de mi vida. ¡Lo busco y no lo hallo!”
Rey nuestro y Dios nuestro, dichosos son todos los que te buscan, los que se gozan en tu altar, y se maravillan de la belleza de tu majestad. A través de tu hijo nos acercamos a ti, no nos desampares ni escondas tu rostro de nosotros, anhelamos ser limpiados de todas nuestras transgresiones y no ser cautivados ni hundirnos por la maldad y el pecado de este mundo que a medida que pasan los años aumentan las faltas y violaciones a tu palabra. Oramos como el rey que te clamó en su profunda meditación, con los versos 8 al 12 de este hermoso salmo 84.
“Oye mi oración, Señor Dios Todopoderoso; escúchame, Dios de Jacob.
Oh Dios, escudo nuestro, pon sobre tu ungido tus ojos bondadosos.
Vale más pasar un día en tus atrios que mil fuera de ellos; prefiero cuidar la entrada de la casa de mi Dios que habitar entre los impíos.
El Señor es sol y escudo; Dios nos concede honor y gloria.
El Señor brinda generosamente su bondad a los que se conducen sin tacha.
Señor Todopoderoso, ¡dichosos los que en ti confían!”
Amado Señor, haznos entender y comprender la sabiduría de lo alto, queremos ser uno contigo y tenemos fe que al encontrarnos en tu lugar santísimo no seremos los mismos del pasado, nuestros pensamientos irán en la misma dirección que los tuyos, y que nos encaminaremos al propósito que tienes con nosotros.
En tu presencia nuestros dones dormidos despertarán y se avivará el fuego de tu Espíritu Santo en nuestras vidas ¡daremos testimonio de tus grandes proezas! ¡anunciaremos las buenas nuevas del evangelio y seremos ejemplo de ser llamados hijos de Dios! Manifiéstate Señor y concédenos un encuentro que transforme nuestros corazones. Te lo pedimos en el nombre de Jesús, ¡Amén!