Ya no cuentas con el ayer. Se desvaneció mientras dormías. No existe. Te quedaría más fácil volver a juntar una bocanada de humo. No puedes cambiarlo, alterarlo ni mejorarlo. Las acciones mediocres no permiten una repetición de la jugada. La arena del reloj no se desliza hacia arriba. La segunda mano del reloj se niega a ir en sentido contrario. El calendario mensual se lee de izquierda a derecha, no de derecha a izquierda. Ayer ya pasó.
Todavía no tienes el mañana. A no ser que aceleres la órbita de la tierra o convenzas al sol de salir dos veces antes de ponerse una vez, no puedes vivir mañana, hoy. No puedes gastar el dinero de mañana, celebrar los logros de mañana ni resolver los acertijos de mañana. Únicamente tienes hoy. Este es el día que ha hecho el Señor. Vívelo. Debes estar presente en él para ganar. No agobies hoy con los pesares de ayer ni lo agries con los problemas de mañana. ¿Acaso no tendemos a hacer justamente eso?
Le hacemos a nuestro día lo que yo hice una vez que salí a montar una bicicleta. Mi amigo y yo emprendimos una excursión larga en el campo. A contados minutos de iniciar el viaje empecé a cansarme. A la media hora mis muslos estaban doloridos y mis pulmones parecían los de una ballena desorientada en la playa. Apenas podía impulsar los pedales. Aunque no soy un contendor en el Tour de Francia tampoco soy un novato, pero ese día me sentí como uno. Después de cuarenta y cinco minutos tuve que bajarme de la bicicleta y recuperar el aliento. Ahí fue cuando mi compañero se dio cuenta del problema. ¡Los frenos estaban rozando con mi rueda trasera! El agarre del caucho contrarrestaba cada pedaleo, y el recorrido estaba destinado a ser espinoso.
¿No hacemos lo mismo? La culpa ejerce presión por un lado. El pavor se encarga del otro. Con razón vivimos tan cansados. Saboteamos nuestro día, lo programamos para el desastre acarreando los problemas de ayer y asumiendo las luchas de mañana.
Remordimiento por el pasado, ansiedad por el futuro. No le estamos dando un chance al día.
¿Qué podemos hacer al respecto? Esta es mi propuesta: Consultemos a Jesús. El Anciano de días tiene algo que decir sobre nuestros días. Aunque no emplea el término día con mucha frecuencia en las Escrituras, las contadas veces que lo usa nos proveen una fórmula estupenda para optimizar con excelencia el manejo de cada uno de nuestros días. Satura tu día en su gracia. «Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23.43). Encomienda tu día a su cuidado. «El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy» (Lucas 11.3). Acepta su dirección. «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lucas 9.23).
(Extracto del libro Cada día merece una oportunidad por Max Lucado)