Si tu ley no hubiese sido mi delicia, ya en aflicción hubiera perecido. (Salmo 119:92)
La lectura diaria y sistemática de las escrituras es una de las fuentes más importantes de energía para el cristiano.
Sucede a veces que, cuando una persona conoce a Jesús en una nueva e íntima relación, todo se torna hermoso, hay una alegría especial y un deseo de agradar a este nuevo amigo Jesús.
Después de un tiempo, esa relación comienza a debilitarse, parecería que se va marchitando y hasta muere. Este es el resultado en su gran mayoría de haber descuidado la lectura de la palabra de Dios y la oración.
Cuando nuestro espíritu no se alimenta, inmediatamente nos debilitamos y cualquier situación adversa nos conduce a una grave crisis. El problema consiste, en que nuestras defensas espirituales están bajas y cualquier agente de las tinieblas que procure afectarnos, lo logra a causa de nuestra negligencia en robustecer nuestro espíritu alimentándonos con la lectura y meditación diaria de la palabra, acompañada por supuesto, de oración ferviente y constante.
Si le enseñamos a nuestro corazón la palabra de Dios, cuando aparentemente no la necesitamos, nuestro corazón transmitirá a nuestra mente fe, convicción y energías espirituales en el momento preciso que estas sean necesarias.
Así como tu cuerpo requiere alimentación sana para fortalecerse y así, provisto de energía enfrenta las actividades de cada día y posee la capacidad de rechazar las enfermedades, tu espíritu necesita el alimento de la palabra de Dios.
Oremos así:
«Señor Jesús, gracias por tu maravillosa palabra que es vida a todos los que se alimentan de ella. Es luz y fortaleza para mí. Señor dame constancia para leerla diariamente y aplicarla a mi cotidiano transitar por esta vida, lo pido en el nombre de Jesús, amen».