1 Juan 1.5-9 Durante una vacación hace varios años, tuve problemas para relajarme. Tenía sentimientos de condenación: ¿Por qué no estás estudiando más? ¿No deberías estar testificando de Cristo, en vez de estar sentado? El sentimiento de culpa se había colado en mi mente y me estaba impidiendo disfrutar de la vida.
Hay dos tipos de culpa: la bíblica y la falsa. La primera se origina por la violación de una ley bíblica. Éste no es un sentimiento sino una realidad: hemos pecado y debemos arrepentirnos. La segunda, incluye el sentimiento de culpa después de haber confesado un pecado, y no está basada en la Palabra de Dios. El Señor nos ha perdonado, por lo que no hay necesidad de seguir con la culpa.
Las personas padecen de culpa por muchas razones. La enseñanza legalista, por ejemplo, presenta a la vida como una serie de reglas; sus seguidores a menudo se sienten mal porque les resulta imposible cumplirlas. También está la autocondenación, que puede tener su origen en el abuso verbal. El perfeccionismo: las expectativas demasiado difíciles de lograr. Y, por último, la baja autoestima.
Satanás utiliza este falso sentimiento de culpa para paralizarnos. Inevitablemente, la culpa lleva a dudar del amor de Dios y de la salvación, lo cual prepara el terreno para el temor, la inseguridad y la incapacidad de disfrutar de la vida.
El Señor quiere que vivamos libres de la culpa. Si usted está experimentando sentimientos de culpa, pídale al Señor que le ayude a identificar su origen. Después, afirme estas verdades: usted fue hecho a imagen de Dios y redimido por Él, amado por el Creador del universo, y perdonado.
Rechace, en el nombre de Jesús, a cualquier culpa falsa que tenga.
Libertad de la culpa
1 Pedro 2.22-25 – Se puede definir a la culpa como la ansiedad del espíritu por el pecado cometido de manera deliberada y voluntaria. Podemos encontrar este sentimiento a partir del huerto del Edén. Después que Adán y Eva probaron el fruto prohibido, se sintieron avergonzados de su desnudez y se escondieron.
En los tiempos del Antiguo Testamento, las personas traían una ofrenda especial al templo para “pagar” sus faltas. Hoy en día, no tenemos tal manera tangible de liberarnos de nuestra culpa.
En realidad, tenemos algo mejor. El Padre celestial envió a su Hijo Jesús, quien era plenamente Dios y también plenamente hombre, a vivir una vida perfecta. Él tomó sobre sí mismo el castigo por todos nuestros pecados al morir como un criminal en la cruz. Pero, alabado sea Dios, Jesús volvió de nuevo a la vida, al vencer la muerte y el pecado. Efesios 1.7 dice: “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia”.
La verdad es que todos hemos pecado y merecemos, por tanto, ser separados de Dios (Ro 3.23). Sin embargo, podemos ser liberados de la muerte y la culpa al aceptar el don gratuito de Jesús y rendir nuestra vida a Él.
Por supuesto, por nuestro imperfecto estado humano seguiremos pecando. Pero nuestro amoroso Padre celestial seguirá perdonando a sus hijos (Lc 11.3, 4).
El sacrificio de Jesús nos da libertad de la culpa y la muerte, y además la promesa de la eternidad con Dios. Pero eso no significa de ninguna manera que tenemos licencia para pecar intencionalmente. Aunque tenemos la promesa del perdón, la gratitud y el amor a nuestro Salvador debe impulsarnos a obedecer y servir al Señor.