Exponer a la luz todas nuestras debilidades, temores y pecados le resta dominio al mal, le quita poder a toda clase de ataduras. Si confesamos nuestros pecados al Señor, Él es fiel y justo para perdonarnos y librarnos de su poder destructor.
Santiago 5:16 dice: “Confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es poderosa y eficaz”. Cuando luchamos con un pecado y no lo queremos reconocer, estamos retrasando nuestra liberación. Es como tener una pared perfectamente arreglada y adornada, pero con una mancha de humedad tapada con un lindo cuadro, esa mancha se puede llenar de hongos y extender hasta arruinar toda la pared. Para limpiar la mancha lo primero es reconocer que está allí, lo segundo es quitar todo lo que usamos para taparla y finalmente debemos repararla. Cuando alguién no es capaz de reconocer su pecado ante Dios y no pide ayuda, no puede ser sano ni libre. Si practicas un pecado, reconoce que lo tienes, confiésalo todo a Dios, pide ser limpio con la sangre de Cristo, acepta que necesitas apoyo y busca personas de tu confianza que te puedan ayudar. No necesitamos explicar, ni fundamentar los pecados, necesitamos confesarlos y arrepentirnos. En 1 de Juan 1:9 dice: “Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad”.
Hagamos juntos esta oración: “Señor reconozco que soy débil y que debo confesarte todo pecado, abro mi corazón para que me ayudes a ver y sanar todo lo que me es oculto, límpiame ahora de toda desobediencia en el nombre de Jesús Amén”