«Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.» — Eclesiastés 3:1 (RVR1960)
Por Esteban Correa
Uno de los desafíos más grandes que enfrentamos como creyentes es aprender a confiar en el tiempo perfecto de Dios. Vivimos en una sociedad que valora la inmediatez: queremos resultados rápidos, soluciones rápidas, respuestas rápidas. Sin embargo, la Biblia nos enseña que Dios tiene un tiempo perfecto para todo, y que este tiempo es siempre el mejor.
Eclesiastés 3:1 nos recuerda que todo en la vida tiene un tiempo y una sazón. No es fácil esperar cuando estamos pasando por situaciones difíciles o cuando nuestras oraciones parecen no ser respondidas. Sin embargo, la espera es una parte crucial en el crecimiento de nuestra fe. Es en esos tiempos de espera que Dios trabaja en nosotros, moldeándonos, fortaleciéndonos y preparándonos para lo que tiene planeado.
La espera puede ser incómoda y, a veces, dolorosa. Puede parecer que Dios se ha olvidado de nuestras peticiones o que está tardando demasiado en responder. Pero la realidad es que Dios nunca llega tarde. Él sabe exactamente lo que necesitamos, y cuándo lo necesitamos. En su sabiduría infinita, Dios orquesta los eventos de nuestras vidas para que todo ocurra en el momento preciso, ni antes ni después.
En la Biblia, encontramos múltiples ejemplos de personas que tuvieron que esperar en Dios. Abraham esperó muchos años por la promesa de un hijo. José tuvo que esperar en la cárcel hasta que llegó el momento en que Dios lo elevó a una posición de liderazgo en Egipto. David fue ungido como rey siendo joven, pero tuvo que esperar muchos años antes de sentarse en el trono. En cada uno de estos casos, Dios estaba obrando detrás de escena, preparando todo para el momento exacto en que su propósito sería cumplido.
Es natural que, en nuestra humanidad, dudemos de lo que parece imposible. Los problemas pueden parecer abrumadores, y las soluciones, inalcanzables. Pero lo que es imposible para nosotros, es posible para Dios. Cuando estamos en una temporada de espera, es fácil perder la esperanza y dudar de que algo bueno pueda salir de nuestra situación. Sin embargo, la Biblia nos dice en Lucas 18:27: “Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.”
Dios tiene el poder de cambiar cualquier situación en un instante. Lo que parece ser un retraso o un obstáculo insuperable puede ser el preludio de un milagro. Pero para que podamos ver lo imposible volverse posible, necesitamos aprender a confiar en Dios durante la espera. Nuestra fe es probada en esos momentos, y es en la prueba que nuestra fe puede crecer y fortalecerse.
El concepto de tiempo es diferente para Dios que para nosotros. En 2 Pedro 3:8 se nos recuerda: “Para el Señor, un día es como mil años, y mil años como un día.” Esto significa que lo que parece una larga espera para nosotros puede ser solo un momento en la perspectiva de Dios. Él ve el panorama completo y sabe exactamente cuándo es el momento adecuado para actuar en nuestra vida.
A menudo, la espera se convierte en un campo de entrenamiento espiritual donde Dios nos enseña paciencia, perseverancia y dependencia total de Él. Aprendemos a soltar el control y a confiar en que Dios está trabajando, incluso cuando no lo vemos. Dios usa estos tiempos de espera para alinearnos con su voluntad y para hacer crecer nuestro carácter y nuestra fe.
La Biblia nos dice que nuestra fe es más preciosa que el oro (1 Pedro 1:7). Como el oro se refina en el fuego, nuestra fe se refina en las pruebas y en los tiempos de espera. Cada desafío que enfrentamos es una oportunidad para confiar más en Dios y para ver su mano poderosa obrando en nuestra vida.
Cuando entendemos que Dios tiene un tiempo perfecto para todo, podemos enfrentar la espera con esperanza y con la certeza de que Él cumplirá su propósito en su debido momento. No debemos desanimarnos ni perder la fe, porque Dios está trabajando, aunque no podamos verlo. Nuestra tarea es mantenernos firmes, confiar en su tiempo, y esperar con expectativa.
