El desierto es un camino árido que todos los hijos de Dios debemos atravesar de alguna manera. El desierto es para pulir nuestro carácter y hacer fiel nuestro corazón. ¡Alégrate! porque tu destino final es la tierra de plenitud, sanidad y abundancia
En Deuteronomio 8:2 dice: “Recuerda cómo el Señor tu Dios te guió por el desierto durante cuarenta años, donde te humilló y te puso a prueba para revelar tu carácter y averiguar si en verdad obedecerías sus mandatos”.
El tiempo del desierto nos purifica. Todos necesitamos un tiempo de desierto. Es el lugar de la prueba y del padecimiento, pero también de ver la mano de Dios sosteniendonos en los momentos difíciles. El desierto no es la tierra prometida, es una camino árido de transición, donde vemos el maná caer del cielo milagrosamente, y el agua salir de la roca; lo que significa la fidelidad de Dios para sostenernos, proveernos y alimentarnos espiritualmente. Jesús mismo pasó por el desierto cuarenta días. El pueblo de Dios, que fue librado de Egipto, por tener el corazón duro y rebelde tardaron cuarenta años en pasarlo, cosa que debía haberles llevado, dos semanas . La clave del desierto es mantenerse fiel, no abandonar la fe, no caer en la rebelión e irse tras la desobediencia. Siempre debemos tener presente que el desierto es temporal y que nuestro destino final es la tierra prometida, donde hay refrigerio espiritual, sanidad, y abundancia en todas las cosas.
Hagamos esta oración:
“Señor, hoy me entrego a ti completamente esperando en tu liberación, ayúdame a mantenerme fiel para ser aprobado y entrar en la plenitud. Dame un corazón limpio y lleno de fe, para ver y palpar mi tierra prometida, te lo pido en el nombre de Jesús. Amén”