Por pastor Kenneth Copeland
Ahora mismo, tú, como hijo de Dios nacido de nuevo, eres rico más allá de lo que alguna vez te hayas imaginado. No me refiero sólo espiritualmente. También me refiero a financiera y materialmente.
Sin importar cómo luzcan tus circunstancias, sin importar cuán grande o pequeño sea el balance de tu cuenta bancaria, todo lo que alguna vez puedas querer o necesitar, ya te pertenece. No está en el cielo esperando a ser enviado uno de estos días. Ya ha sido liberado en la Tierra. Está aquí, ahora mismo, y responderá a la fe en Dios. Responderá si lo crees, lo declaras y actúas en Su PALABRA, porque ése es su diseño original.
Desde el comienzo, esta Tierra y toda su abundancia han estado asignados a servir y prosperar a la humanidad toda. En este planeta, todo fue creado para nuestro beneficio. Dios no hizo esta Tierra y la llenó con todo lo bueno para Sí mismo. Él la creó pensando en Sus hijos.
Puedes comprobarlo en el primer capítulo de la Biblia. La primera cosa que Dios hizo después de crear la Tierra fue darse la vuelta y entregársela a Adán. Tan pronto como le dio un soplo de vida, Dios lo bendijo y le dijo: «¡Reprodúzcanse, multiplíquense ¡Domínenla!» (Génesis 1:28).
¡Piénsalo! Esas fueron las primeras palabras que el ser humano escuchó, y son la respuesta eterna a la famosa pregunta de si debemos prosperar, o no. La respuesta siempre será: “¡Sí!”.
Dios nunca tuvo la idea de que viviéramos sin la provisión necesaria, para lo que necesitamos y también para lo que queremos. Su plan jamás fue que viviéramos con lo justo. Su plan para nosotros en la Tierra siempre ha sido: «Reprodúzcanse, multiplíquense», y que lo hiciéramos con el poder de la misma fuerza que lo creó—LA BENDICIÓN del SEÑOR.
“Pero hermano Copeland, recuerda que en el Jardín del Edén, Adán dobló su rodilla ante el diablo. Así que todo en la Tierra le pertenece a él”.
No, no le pertenece. A él nunca jamás le ha pertenecido nada de nada. Desde el comienzo, él ha sido un ladrón. Todo lo que se ha apropiado, se lo ha robado a Dios y al hombre.
La Biblia lo confirma una y otra vez. Dios no sólo creó todo en este planeta. Todavía le pertenece. El Salmo 50 lo confirma: «pues míos son todos los animales del bosque, ¡los miles de animales que hay en las colinas! Mías son todas las aves de los montes; mío es todo lo que se mueve en los campos». Si yo tuviera hambre, no te lo diría, pues el mundo y su plenitud me pertenecen» (versículos 10-12).
Dios es bastante contundente en esos versículos. Prácticamente nos está diciendo: “Si decido que quiero usar algunos de los recursos de la Tierra, no tengo que venir a rogarte para que me los des. Si estoy hambriento y quiero comer, comeré cualquier cosa que quiera. ¡Todo me pertenece!”
Primera de Corintios 10 lo confirma nuevamente; no solo una, sino dos veces: «porque del Señor es la tierra y su plenitud…. porque del Señor es la tierra y su plenitud» (versículos 26, 28, JBS).
Una cosa particular incluida en esa plenitud es todo el dinero en la Tierra. Dios dice muy específicamente en Hageo 2:8: «Mía es la plata, y mío es el oro, dijo el SEÑOR de los ejércitos».
Puedes olvidarte de lo que has escuchado acerca de que el dinero es “la ganancia sucia” del diablo. Toda la riqueza en el mundo le pertenece a Dios, y Su intención es que nosotros ejerzamos dominio sobre ella. Su voluntad para nosotros es que prosperemos y experimentemos el cumplimiento de lo que la Biblia dice en el Salmo 115:14-16: «El SEÑOR aumentará bendición sobre ustedes; sobre ustedes y sobre los hijos de ustedes. Benditos sean del SEÑOR quien hizo los cielos y la tierra. Los cielos de los cielos son del SEÑOR; pero él ha dado la tierra a los hijos del hombre» (RVA-2015).
Coherederos con el último Adán
“Espera un minuto”, podrías decir. “Si el diablo le robó la Tierra al hombre a través del pecado, ¿cómo es posible que nosotros podamos vivir en la práctica en el cumplimiento de esos versículos?
¡Es posible gracias a Jesús! Es posible porque Él vino a la Tierra como un Hombre y revirtió los efectos negativos de la caída de la raza humana.
A través de Su muerte y resurrección, Jesús recuperó todo lo que el diablo había robado en el Jardín. Él no solamente restauró LA BENDICIÓN de Dios y abrió el camino para que la humanidad naciera de nuevo, sino que también reclamó toda la creación porque, por derecho, le pertenece. «Porque en él fueron creadas todas las cosas que están en los cielos y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, dominios, principados o autoridades. Todo fue creado por medio de él y para él» (Colosenses 1:16).
¿Recuerdas lo que Génesis 1 nos revela acerca de cómo en el principio Dios creó la Tierra para Adán? ¡Bueno, Jesús es el “último Adán”! (1 Corintios 15:45). Él es el primer Hombre que alguna vez nació de nuevo de la muerte espiritual a la vida. Como el primer Hijo del Padre, Dios lo constituyó: «heredero de todo» (Hebreos 1:2). ¡Para todos aquellos de nosotros que hemos nacido de nuevo por medio de la fe en Él se nos ha constituido como coherederos! Romanos 8 lo dice tan claro como el agua: «El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados» (versículos 16-17).
Sé que ya lo dije; sin embargo, voy a repetirlo: ¡como creyente, eres rico ahora mismo, más allá de lo que te puedas imaginar! Tú has heredado todo lo que puedas necesitar o querer alguna vez—más allá de lo que puedas pedir o pensar—y todo eso responderá a la fe en Dios y en Su PALABRA.
“Pero, hermano Copeland, si eso es cierto, ¿por qué tantos cristianos luchan financieramente?”
Porque les han lavado el cerebro. Personas con buenas intenciones pero en realidad ignorantes bíblicamente hablando, nos han enseñado incorrectamente, porque piensan o dicen cosas como: “Oh, eres tan indigno…” y “Simplemente no podemos saber lo que Dios va a hacer”.
Hay una palabra que encaja muy bien con ese tipo de pensamiento: “¡Basura!”
Dios nos dijo en Su Libro exactamente lo que Él haría y podemos esperar que Él haga todo lo que dijo que haría. De hecho, deberíamos tener la expectativa de que lo haga. Deberíamos esperar que nos multiplique más y más, a nosotros y a nuestros hijos—¡y si eso le perturba la sensibilidad religiosa a alguien, de malas!
Nosotros no deberíamos dejar de creer en la PALABRA De Dios sólo porque es molesto para algunas personas. Debemos creer todo lo que Él dice acerca de las riquezas, sin importar cuán elevado nos parezca.
Por ejemplo, toma 1 Timoteo 6:17: «A los ricos de este siglo mándales que no sean altivos, ni pongan su esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos». Ese versículo podría ser considerado chocante, no solamente por lo que dice, sino por lo que no dice. No dice: “Manda a los ricos en el mundo a vender todo lo que tienen y a ofrendarlo”. Tampoco dice que nos deshagamos de todas nuestras posesiones materiales y que evitemos los bienes de este mundo viejo porque son realmente malos y Dios no quiere que los tengamos.
No; como ya lo hemos visto, los bienes en este planeta no le pertenecen al mundo. Le pertenecen al Cuerpo de Cristo y nosotros deberíamos controlarlos. Nosotros deberíamos estar tan BENDECIDOS financieramente, que el mundo debería pedirnos ayuda, y nosotros deberíamos compartirla con ellos. De esa manera, les mostraríamos el amor de Dios, al compartir nuestros bienes.
Observa nuevamente la última palabra. Bienes, no males. ¿Has escuchado hablar alguna vez de una Tienda de males o un supermercado que venda males en lugar de bienes? No, no lo has hecho, porque las cosas materiales en esta Tierra que hacen la vida más sencilla o más placentera no son malas, sino buenas.
Aun este mundo es lo suficientemente inteligente para saberlo—y Dios también. ¡Por esa razón, Él nos da «todas las cosas en abundancia» no solo para que las usemos sino «para que las disfrutemos»!
Nunca olvidaré la manera en la que el SEÑOR me hizo ver ese punto. Un día yo estaba en comunión con Él, y me dijo: “Kenneth, ¿te doy cosas para satisfacer tus necesidades?”
“Sí, SEÑOR”, le respondí, citando Filipenses 4:19. «Así que mi Dios suplirá todo lo que les falte, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús».
Estaba seguro de que tenía la razón, pero Él me corrigió: “No, no te doy cosas para suplir tus necesidades”, me dijo. “Te doy cosas para que las disfrutes y éstas a su vez, suplen tus necesidades”.
A pesar de que suena como un ajuste muy pequeño, me acercó un paso más a la manera en la que Dios piensa; he aprendido por experiencia que, mientras más pensamos y hablamos como Él lo hace, más obtenemos Sus resultados.
Perdiéndolo por ser descuidados
No es un desafío para nuestra fe recibir las cosas de parte de Dios cuando vemos que es parte de nuestro pacto. No es difícil creer por prosperidad material cuando vemos que Dios verdaderamente se deleita en darnos cosas buenas para que las disfrutemos. Sin embargo, la mayoría del Cuerpo de Cristo no lo ve de esa manera.
¡Por el contrario! Muchos creyentes todavía piensan que Dios le frunce el ceño a la prosperidad material. Ellos todavía piensan que deberían evitarla, citando escrituras como:
«Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual algunos, por codiciarlo, se extraviaron de la fe y acabaron por experimentar muchos dolores» (1 Timoteo 6:10).
«No amen al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, es decir, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo» (1 Juan 2:15-16).
Muy frecuentemente, las personas malentienden esos versículos y se quedan con la impresión de que el dinero y las cosas en este mundo, son malas. Pero eso no es lo que estos versículos dicen.
Éstos no nos dicen que el dinero es malo, sino que el amor al dinero lo es. No dicen que no deberíamos tener cosas; dicen que no deberíamos amarlas. Alguien podría decir, “Sí, pero ¿cómo sabemos realmente qué es lo que amamos?”
Esa es una buena pregunta… y algunas veces no somos claros en la respuesta porque hemos sido muy descuidados en el uso de la palabra amor. Un minuto decimos: “¡Amo a Dios!”. Pocos minutos después, sin darnos cuenta, es posible que veamos un hermoso automóvil y digamos: “¡Uhh! ¡Amo ese auto!”
Debes prestarle atención a esa manera de hablar. Al usar la palabra amor de una manera tan descuidada puedes diluirla a tal punto, que tiene muy poca honra. Llegas al momento donde tu pensamiento es confuso, porque pones a Dios, a los autos y a la pizza en la misma categoría, hablando como si los amaras a todos por igual.
Esa clase de confusión debilitará tu fe. Si has caído presa de esas expresiones, vuelve a entrenarte. Cuida tus palabras, y si descubres que estás diciendo que amas tu auto nuevo, corrígete. Di: “No, yo no amo mi auto nuevo—¡lo disfruto!”
Mientras alienas tu boca y empiezas a decir lo que realmente quieres decir, tu fe se fortalecerá. Te será más fácil creer la PALABRA de Dios. También te será más fácil creer tus propias palabras—y para ejercer tu dominio en la Tierra, esto es de vital importancia.
¿Por qué? Porque este planeta ha sido diseñado para que responda a la fe de la gente que tiene fe, no solamente en lo que Dios dice, sino también en lo que ellos dicen.
En Marcos 11, Jesús lo dijo tan claro como el agua. Él dijo:
«Tengan fe en Dios. Porque de cierto les digo que cualquiera que diga a este monte: “¡Quítate de ahí y échate en el mar!”, su orden se cumplirá, siempre y cuando no dude en su corazón, sino que crea que se cumplirá. Por tanto, les digo: Todo lo que pidan en oración, crean que lo recibirán, y se les concederá. Y cuando oren, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que también su Padre que está en los cielos les perdone a ustedes sus ofensas».
¡De esa manera te apoderas de tu herencia! ¡Tienes fe en Dios y hablas como un coheredero con Jesús!
¿Estás listo para hacerlo? Entonces, decláralo con valentía. Di: “Soy un creyente, no alguien que duda. Soy una persona de fe. Camino y vivo por fe. ¡Lo creo en mi corazón y lo declaro con mi boca que como creyente soy rico! Dios ya ha liberado en la Tierra todas las cosas que yo podría necesitar o querer y están incluidas en mi herencia. Tienen mi nombre escrito en ellas y las llamo a mi presencia ahora mismo: ¡Prosperidad, ven! ¡Sanidad, ven! ¡BENDICIÓN, ven! ¡Ascenso, ven! ¡Dinero, ven!”
“Padre, creo que recibo; gracias por hacerlo, perdono a cualquier persona que me ha hecho daño. Soy alguien que perdona y ama. ¡Estoy BENDECIDO! SEÑOR, te agradezco y te alabo por ello. ¡En el Nombre de Jesús, Amén!”