Devocionales

El Perfeccionismo Te Autodestruye

Aprenda a caerse bien Usted y yo tenemos que aprender a distinguir entre lo que hacemos y lo que somos.
Yo no siempre hago todas las cosas bien, pero eso no quiere decir que no sea hija de Dios y que Él no me ame.

He cometido errores en mi vida, y aún sigo cometiéndolos, pero me sigo cayendo bien a mí misma. Si usted se cae bien, aún si no le cae bien a nadie más, saldrá adelante. Pero cuando empiece a caerse bien a usted mismo, a los demás también les sucederá igual.

Mírese en el espejo cada mañana y dígase: «Me caes bien. Eres hijo de Dios. Estás lleno del Espíritu Santo. Eres
muy capaz. Posees dones y talentos. Eres una persona estupenda, y ¡me caes requetebién!» Si lo hace, y realmente se lo cree, obrará maravillosamente para ayudarle a vencer una naturaleza enraizada en la vergüenza.

Caernos bien a nosotros mismos no quiere decir que estemos llenos de soberbia, sino sencillamente que nos aceptamos como creación de Dios. Todos necesitamos mejorar ciertos comportamientos, pero  aceptarnos a nosotros mismo como la persona que Dios creó resulta crucial para que podamos progresar y salir adelante.
El problema con el perfeccionismo es que, dado que es una meta imposible de lograr, sienta las bases para que se
desarrolle en la persona un complejo de inferioridad. La persona se vuelve neurótica. Asume tantas responsabilidades que cuando fracasa, automáticamente da por sentado que es culpa suya. Termina pensando que anda algo mal en su interior porque le es imposible guardar sus metas excesivas o guardar un horario poco realista.

-Sandra pensaba que algo andaba mal en ella porque no podía alcanzar los objetivos poco realistas que se había
fijado. Finalmente aprendió que lo que la impulsaba eran presiones demoniacas que no eran para nada lo que Dios
requería de ella.

A veces un perfeccionismo y neuracismo tan pronunciados llevan a la persona a odiarse a sí misma, lo que hace
que la persona corra grandes riesgos en los aspectos físico, mental, emocional y espiritual. Estas terribles consecuencias son parte del fruto malo que produce el árbol malo de la vergüenza. Pero existe una solución. La encontramos en la Palabra de Dios.

La doble honra

En lugar de vuestra doble confusión y de vuestra deshonra, os alabarán en sus heredades; por lo cual en sus tierras poseerán doble honra, y tendrán perpetuo gozo. Si usted está convencido de que su naturaleza esta enraizada
en la vergüenza, o que se encuentra arraigado y cimentado en la vergüenza, Dios tiene el poder para romper el yugo de esa maldición que está sobre usted.

Vimos en Isaías 54:4, y ahora aquí, en Isaías 61:7, que el Señor ha prometido quitar de nuestro medio la y la deshonra para que no la recordemos nunca más. El ha prometido que en su lugar derramará sobre nosotros una
bendición doble para que poseamos el doble de lo que hayamos perdido, y que disfrutaremos de un gozo eterno.

Párese firme en la Palabra de Dios. Arráiguese y ciméntese, no en la vergüenza y la deshonra, sino en el amor
de Cristo, completados en El. Pídale a Dios que obre un milagro de en su mente, voluntad y emociones. Permita que El venga y cumpla en usted lo que prometió: vendar su corazón quebrantado, a publicar libertad para su cautiverio, y abrir la cárcel donde se encuentra lo preso, doble honra a cambio de doble deshonra.

Tome la decisión firme de que ahora en adelante va a rechazar toda raíz de amargura, vergüenza, negativismo y perfeccionismo y en cambio va a alimentar las raíces de gozo, paz, amor y poder. Traze una línea con la sangre de Cristo, cruce esa raya, y proclame osadamente que ha sido sanado de los sufrimientos y las heridas del pasado y ha sido puesto en libertad para una vida nueva de salud y plenitud. Continúe alabando al Señor y confesando Su Palabra, reclamando Su perdón, limpieza y sanidad. Deje de culparse a sí mismo, de sentirse culpable, Ínmerecedor
y no amado. Por el contrario, comience a proclamar: Si Dios está conmigo, ¿quién contra mí? Dios me ama, y yo me
amo a mí mismo. Alabado sea el Señor, soy libre en el nombre de Jesús, ¡amén!.

Extracto del libro «Controlando Sus Emociones» de Joyce Meyer (pag. 178-180). Puede adquirirlo en Amazon desde aquí.
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