El Señor derramará de su amor por el Espíritu Santo para llenarte de compasión por los demás. Cuanto más seas lleno de la presencia de Dios, más la misericordia de Dios se extenderá en todas las áreas de tu vida, trayendo perdón y bendición.
En Mateo 7:3-5 dice: “¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no miras la viga que está en tu propio ojo? ¿Cómo dirás a tu hermano: “Déjame sacar la paja de tu ojo”, cuando tienes una viga en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano”.
Tener presentes nuestros defectos, nos quita la severidad cuando queremos juzgar o condenar a otras personas. Los que tienen la costumbre de querer acusar, criticar y condenar a los demás, son los que se olvidan por completo de sus propias fallas. El Señor nos advierte que no seamos severos con nuestras palabras, porque con la misma medida que medimos, nos volverán a medir.
Primero debemos ver claramente nuestras fallas y pecados, así aprenderemos a dejar de perder el tiempo intentando acusar a los demás, aprendamos a ser menos severos, porque eso agrada a Dios. El vino a perdonar y a salvar lo que se había perdido. No es nuestra misión tener que condenar ni acusar a los demás, es más bien tener un ojos y corazón compasivo. Santiago 2:13 nos enseña que cuando somos compasivos con otros, el Señor será misericordioso con nosotros.
Oremos así:
“Padre Celestial, ayúdame a ver mis propias debilidades para no ser severo con los demás. Derrama tu amor en mi por tu Espíritu Santo, para tener un corazón compasivo y para no pronunciar palabras duras contra otros, lo pido en el nombre de Jesús. Amén”