Señor, Dios Único y verdadero, estamos ante ti alabándote a cada paso que damos y a tu servicio, obedeciendo tu palabra que es eterna y la que propagamos con amor de nación a nación como muestra de fe, recibiendo el alimento espiritual que le das a nuestro pueblo.
Tu palabra, Señor nos renueva, como dice en el libro de los Salmos, capitulo 78, versos del 1 al 4, versión Reina Valera:
Escucha, pueblo mío, mi ley;
Inclinad vuestro oído a las palabras de mi boca.
Abriré mi boca en proverbios;
Hablaré cosas escondidas desde tiempos antiguos,
Las cuales hemos oído y entendido;
Que nuestros padres nos las contaron.
No las encubriremos a sus hijos,
Contando a la generación venidera las alabanzas de Jehová,
Y su potencia, y las maravillas que hizo.
Tú, Señor, Nos has dado tu enseñanza para que la sigamos y estemos en el camino correcto, nos has advertido sobre la atención que debemos prestarle para ser salvos y no caer en tentación ni desobediencia. Padre, tu enseñanza ha sido trasmitida de generación en generación, de padre a hijo, de maestro a alumno, de profeta a pueblo para tu gloria. Confiamos en ti, en tus preceptos, en tu enseñanza que nos llevará a la vida eterna para glorificarte, oh Señor.
Muchas veces te hemos fallado, desobedeciendo tus mandamientos y haciendo lo contrario a lo que Tú nos has dicho. Hemos sido rebeldes y necios, faltos de firmeza en el corazón y espíritu, olvidando lo que tú hiciste por tu pueblo en el pasado, de las maravillas que les hiciste ver cuando abriste los mares en dos para salvar a tu pueblo amado, cuando partiste la roca y de ella brotó agua en abundancia para saciar la sed de todos en el desierto, los guiaste con una nube de día y de noche con luz de fuego para que no se perdieran. A pesar de todas tus maravillas exigieron más y más desconociendo tu amor y cuidados.
Tú, Padre amoroso dejando a un lado la ingratitud de tu pueblo y tu enojo, desplegaste tu inmenso amor. Les diste todo lo que pidieron, abriste las nubes y cayó como lluvia el maná, el trigo y posteriormente llovieron aves abundantemente y saciaran el hambre también, cumpliendo sus deseos. Oh Señor, haz de nosotros hombres agradecidos a las maravillas que nos das, a cada petición que escuchas y pones manos a la obra, a cada ruego que hacemos en tu nombre, esperando que lo concedas si es de tu agrado, a cada momento de felicidad que nos permites o a los momentos de dolor que nos ayudan a crecer y a creer en ti infinitamente, porque todo ocurre porque Tú así lo has querido para que seamos salvos.
Me aferro a ti, como en tu mismo salmo, en los versos 68 al 72; que dice:
“Sino que escogió la tribu de Judá,
El monte de Sion, al cual amó.
Edificó su santuario a manera de eminencia,
Como la tierra que cimentó para siempre.
Eligió a David su siervo,
Y lo tomó de las majadas de las ovejas;
De tras las paridas lo trajo,
Para que apacentase a Jacob su pueblo,
Y a Israel su heredad.
Y los apacentó conforme a la integridad de su corazón,
Los pastoreó con la pericia de sus manos”.
No permitas Señor que desfallezcamos en esta travesía que es la vida en la tierra. Creemos en ti Padre, sácanos del mar del pecado, ábrelo en dos como un muro de agua para que sigamos adelante, alabándote, obedeciéndote y así llegar a nuestro destino junto a ti, junto a tu inmenso amor en la tierra y después en el cielo glorificando tu nombre junto a los ángeles, cantándote alabanzas por tu Gloria eterna. Volquemos el corazón hacia Dios. Así como nuestro Señor, llevó a su pueblo amado por el desierto, los guió, les sació la sed y los alimentó, así obrarán sus maravillas en nosotros si seguimos sus enseñanzas y somos obedientes, para que seamos salvos, que es la única intención del Padre, la salvación. Cuando tengamos el conocimiento verdadero de su Palabra y acatemos obedientemente sus leyes y enseñanzas, nuestro Señor, nos hará partes de las promesas a su pueblo, que es la vida eterna para su honor y Gloria en el cielo.
Sigamos en su camino para ver su amor y majestad por siempre, en el nombre de nuestro Señor Jesús, amén.